CAP.38

9.1K 367 15
                                    

Lago Dal (Srinagar)

Tras una larga noche en vela, Alexander había acudido al lugar de su cita con Hrithik casi una hora antes de lo acordado por ambos. Sentado sobre el respaldo de un escuálido banco de madera, resguardado entre pequeños setos en el embarcadero, intentó relajarse y meditar un poco acerca de todo lo que había sucedido y de lo que estaba por suceder. Sin embargo, en cuanto sus ojos vieron de pasada el balcón de Luna, cualquier pensamiento útil desapareció de su mente por unos minutos y fue sustituido por algunas de las escenas más bochornosas de sus sueños de la noche anterior. Después de visualizarse junto a ella, desnudo y libre, mimetizado con el resto de las criaturas del lago, había entendido que su primitivo y ramplón mono interno había tomado el mando. Ninguna otra cosa podría explicar esa fuerte atracción que sentía por una desconocida que, al fin y al cabo, tampoco tenía un atractivo espectacular o una personalidad tan arrolladora como para haberle impactado tanto en tan pocos minutos compartidos.

Era tan evidente que muchos de sus miedos, culpas e inseguridades, habían regresado por causa de los sentimientos que empezaba a tener por la Olympia adulta, como que su autoestima estaba sufriendo las consecuencias de eso. Si bien ya nunca volvería a ser aquel niñato masoquista que encadenaba relaciones venenosas en su búsqueda del afecto, de la aprobación y del reconocimiento que no encontraba en su madre, no podía arriesgarse a convertirse en lo que más odiaba, intentando reforzar su condición de hombre maduro e impasible metiendo en su cama a una pobre cría vulnerable e inexperta. Él no era ningún misógino, ¿cómo se le había podido pasar por la cabeza? Al final, su padre, Zenos y su tío Kimmy tenían razón: era tan esclavo de su propio ciclo vital como el resto. Así se lo habían querido hacer ver, a través del patético pseudodocumental que habían rodado para Leander, después de sorprenderle bañándose desnudo en la playa con tres chicas mayores que él.

Su abuela Sofía les había obligado a verlo una vez por año, a partir de los trece. Su intención no era mala, pues pretendía recordarles los peligros de seguir la hoja de ruta de la naturaleza sin cuestionarla, pero los medios no siempre eran justificables por el fin. Ellos que, como en la escuela, esperaban ver abejas sonrientes polinizando flores de colores, se habían quedado de piedra con aquel bautismo de fuego a manos del impulsivo <<Testosterono>>, de la pechugona <<Estrógena>> y de la tímida <<Progesterona>>, papeles representados respectivamente por Zenos, Kimmy, y su padre. Una aberración de puesta en escena que le había quemado las retinas y que cobraba mucho más sentido en la adultez, cuando ya había sido víctima del traicionero radar que llevaba implantado de serie y que se encargaba de hacer pasar por amor y atracción sexual la compatibilidad genética, generando una atracción física inconsciente que nada tenía que ver con la búsqueda de afecto o placer. No hacía falta ser muy listo para entender que ese era el motivo por el que la mayoría de las uniones resultantes de ese manipulador sexto sentido desaparecían sin pena ni gloria o terminaban degradándose en cualquier tipo de vínculo simbiótico, deprimente y tóxico.

Por practicidad, la naturaleza prefería que sus hijos fueran fruto de los instintos y no de los sentimientos; unos amaban, otros se dejaban amar y el sexo sin ataduras se había convertido en la forma temporal de devolverle los latidos a un corazón yermo. Sus padres debían saberlo bien, pues ambos habían tenido amantes. Al menos, gracias a su relación enfermiza, él tenía claro que lo quería todo o nada, pues le resultaba mucho menos espantosa la soledad que la posibilidad de vivir una lenta agonía a manos de una avispa parasitaria; se desprendería de sus hándicaps de mono, y encontraría el amor verdadero y completo por su cuenta o seguiría disfrutando de su propia y exclusiva compañía hasta el fin de sus días. No sería una tarea fácil, pero tampoco imposible; siempre y cuando pudiera diferenciar entre sus subyugados ojos de simio y los del intuitivo estratega que era.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora