CAP.31

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Durante su visita al acuario, Luna Munt había herido el frágil ego de Esteban Belmonte, rechazándole frente a una multitud, después de que él la atendiera tras su desmayo. Aquella humillación había inducido al delincuente a querer vengarse de la chica, aterrorizándola con algunas culebras vivas, que pensaba dejar en su casa. Tras enterarse del retorcido plan de su socio, Electra Delaras le había presionado para que sustituyera los pequeños reptiles por otro de grandes dimensiones, que debía <<tomar prestado>> del Mare Nostrum. Delaras, incluso le había proporcionado media docena de matones para que le ayudaran a trasladar al animal; todo con el único propósito de mantener alejadas de la sala de fiestas a las fuerzas de seguridad, mientras ella asesinaba a su prima. Pero su plan no había salido según lo previsto, porque había acabado con Iris mucho antes de la hora acordada y eso había provocado que sus matones corrieran en su busca, y dejasen solo a Belmonte en casa de los Munt (a merced de la anaconda y de los <<vampíricos>> efectos de las drogas y de un siniestro vengador).

Ahora que sabían cómo se había gestado todo, Erika y Reyes se resistían a hacerse un lado sin averiguar antes por qué Delaras quería deshacerse de su prima y quién era el siniestro héroe que saltaba por las ventanas y despedazaba reptiles a mordiscos (porque parecía ser el mismo tipo el que había estado en la sala de fiestas y en casa de Luna). A regañadientes, el sargento le entregó al capitán Mendoza el teléfono del sospechoso (el cual ya se había tomado la molestia de revisar, para confirmar sus teorías). A su lado, la forense sudaba como un pollo asándose en el infierno, mientras se preguntaba si debía entregarle el colmillo. No había podido resistir la tentación de enseñárselo a su mentor, y él, en su calidad de eminencia científica, le había advertido que no debía perder aquella cosa de vista bajo ningún concepto, porque incluso su vida podría llegar a depender de ella.

—Supongo que no habrán examinado su contenido—dio por hecho el capitán, dejando la bolsa de plástico con el teléfono en una bandeja sobre su escritorio.

—¿Sin una autorización judicial? —desechó Reyes. En teoría no estaba mintiendo: Belmonte le había desbloqueado su teléfono, se lo había entregado y le había pedido que llamara a su novia, con lo cual le había dado permiso para usarlo...

Mendoza lo miró de arriba abajo con una mueca escéptica y soltó un suspiro.

—¿Algo más que deban entregarme? —preguntó en tono inocente, con una mirada inquisitiva analizando la expresión de la forense.

Esa vez fue ella la que suspiró; o bien el capitán tenía el don de manejar las artes adivinatorias o bien el supervisor del acuario tenía una tendencia enfermiza a espiar a los demás a través de las grabaciones de cámaras de seguridad... Derrotada, sacó de su maletín el colmillo y lo depositó sobre el escritorio.

—Belmonte dijo que una especie de vampiro había atacado al animal, y que se lo había dejado incrustado en su piel —informó al tiempo—. La descripción que nos dio de él se asemeja bastante a la del tipo que vieron escapando por el ventanal de la Factory.

El capitán tomó con dos dedos la bolsita de plástico que contenía el misterioso y pesado diente, y dejó que se balanceara en el aire, frente a sus ojos, para poder observar mejor su contenido.

—De modo que un vampiro...—murmuró, con una mueca escéptica.

—Bueno, él no lo llamó así, pero mencionó todas las características de uno y luego nos entregó ese diente...—matizó la mujer.

—Lógica conclusión; si se hubiera tratado de un hombre araña tenía que haberle entregado a usted una mosca muerta envuelta en seda, ¿no es cierto?

Aquel comentario ofendió a Erika, que apretó la mandíbula hasta hacerse daño, y obligó a Reyes a disimular una incipiente sonrisa con una pregunta.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora