CAP.59

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Luna abrió los ojos. Al regresar al mundo real su llanto se convirtió en un dolor agudo e insoportable en el pecho; no podía respirar, ni pensar. La luz del foco la cegaba, impidiéndole ver algo más allá del borde del escenario. Sintió la furia bullendo en su interior, la sangre se le agolpó de repente en la cara y de forma inconsciente apretó los puños. Sus músculos se tensaron. Estaba tan abrumada, que ya ni siquiera podía oír las voces a su alrededor; solo alcanzaba a escuchar un zumbido en los oídos y el frenético retumbar de los latidos de su corazón.

Lo que había visto en aquella ensoñación, lo que sospechaba, lo que había descubierto durante su breve investigación, siendo una niña: todo se entretejió al despertar del trance y cobró un horrible sentido. Con los ojos cuajados de lágrimas y sin aliento, examinó las cicatrices de sus brazos y piernas, las cuales le confirmaron que su padre era un mentiroso. Sintió entonces que las fuerzas terminaban de abandonarla, que el aire había dejado de entrar en sus pulmones y sin poder evitarlo se desplomó en el suelo.

La luz el pabellón se atenuó, parpadeó un par de veces y se apagó, para regresar 'por unos segundos con la fuerza de mil soles y de un fogonazo. Justo en ese instante las frutas y las peceras que había en los centros de mesa estallaron, y un golpe de viento de procedencia incierta apagó las velas. El pabellón quedó iluminado solo por las agónicas y anaranjadas luces de emergencia. Decenas de tímidas exclamaciones llenaron el inquietante silencio que se hizo, solo corrompido por el tintinear de las lágrimas de cristal de las lámparas y el rumor de la tormenta, cada vez más cercana. De un grito y usando una de sus múltiples palabras en clave, Hrithik les ordenó a sus compañeros que se tumbaran en el suelo y que buscasen refugio de inmediato. Leander comenzó a llamar a su hermano y Electra, rodeada por sus guardaespaldas, pidió a gritos que la sacaran del pabellón de inmediato.

Mientras todos se preguntaban si el dueño de la voz que había despertado a Luna también sería responsable de aquellos trucos de magia, Alexander se planteaba saltar por encima de la barandilla de la escalera para intentar aterrizar en el escenario, cuando sintió como le deslizaban por la cabeza alguna especie de saco áspero. Se defendió con todas sus fuerzas; se retorció y agitó las piernas, hasta que quienes le llevaban en volandas decidieron inmovilizarle.

—No temas—le aconsejó una joven voz femenina al oído—: debes confiar en nosotros si quieres que tus amigos y tu hermano sigan con vida.

—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? —inquirió Alexander, entre alaridos, intentando zafarse con fuertes sacudidas.

—La pregunta es ¿qué pretendías tú trayendo aquí a la chica? —le reprendió la mujer—. Tu inconsciencia y egoísmo nos han puesto en riesgo a todos; será difícil devolverlo todo a su estado original, imposible si te niegas a colaborar.

<<La brujita>>, apostó Alexander, creyendo haber identificado a la dueña de la voz. Cuando le pidió que confirmara sus sospechas ella no contestó, pero el griego alcanzó a oír cómo se cerraba algún tipo de trampilla.

—Quieto—le susurró una voz espeluznante y distorsionada al oído, erizándole la piel.

Jamás había oído nada igual. Al menos, no fuera de una radio mal sintonizada.

Le soltaron en el suelo. La trampilla volvió a escucharse y entonces supo que estaba solo y, muy probablemente, debajo del escenario; un intento de camerino que por sus reducidas dimensiones había acabado convirtiéndose en un almacén para menaje y parafernalia festiva. Había abierto aquella puertecilla lateral dos veces aquella noche; una para dejar su abrigo y el pequeño obsequio que le tenía preparado a Luna, otra, para sacar de su cartera una copia de la letra de "El Camino" y entregársela a Tiz (que había perdido la suya).

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora