CAP.18

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Luna se acomodó lo mejor que pudo en la cama articulada. Los dolores y calambres cada vez eran más insoportables, no había músculo que no tuviera entumecido. La jaqueca, las náuseas y los temblores, tampoco le daban tregua, y a todas aquellas molestias acababa de sumarse una incesante sed, que no conseguía calmar de ninguna manera.

Antes de dirigirse a ella, el sargento Reyes lanzó un rápido vistazo a su alrededor. Con cara de pocos amigos, se quitó la gorra con el distintivo del cuerpo militar, y la depositó cuidadosamente sobre la mesita auxiliar en la que las enfermeras apilaban la medicación de la joven.

—Como ya sabrás, estuve la otra noche en su casa... — le recordó, sin demasiado entusiasmo —. Me alegro de que estés mejor—añadió con un guiño, en tono afable.

Luna recordó la expresión agridulce de aquellos ojos grandes y almendrados, aquellas manos fuertes de dedos cortos y gruesos, y cómo le habían agarrado con suavidad la muñeca. Martín solía decir que Reyes era un buen hombre; un hombre íntegro. Un hombre con el que ella no tenía ni la más mínima gana de hablar, por otro lado. ¿Cómo hacerlo cuando acababa de enterarse de que estaba condenada a una muerte lenta y dolorosa en soledad? Porque jamás arrastraría a nadie con ella en su caída. Se marcharía de Bruma en cuanto saliera del hospital, estaba decidida a hacerlo...

—Siento mucho todas las molestias que haya podido causarle, sargento. Le prometo que no volverá a suceder —se apresuró a disculparse con una vocecilla, bajando la mirada hacia el embozo de la sábana.

Ante su promesa, el hombre frunció el ceño y dejó escapar una risilla.

—En mi carrera me he enfrentado a situaciones bastante insólitas, pero esta es la primera vez que la víctima me pide disculpas por su mala suerte. ¿Qué no volverá a suceder? —le preguntó escéptico.

—No volveré a armar un escándalo como el de la otra noche — prometió ella, terriblemente avergonzada—. Mis vecinos no tendrán de qué quejarse. Se lo aseguro.

La frente de Reyes se plegó como un acordeón por el desconcierto.

—O bien no estamos hablando del mismo tema, o bien hay algo que no entiendo —le aseguró perplejo —. ¿Cómo piensas cerciorarte de que lo de la noche anterior no vuelva a suceder?

Luna no supo que decir. Viendo que no contestaba, el agente se puso a su altura y le susurró:

—¿No estarás considerando tomarte la justicia por tu mano? —bromeó.

Esa vez fue ella la que se sorprendió.

—¿Yo? ¿Cómo? Si ni siquiera estoy segura de lo que sucedió.

Sintiendo que había hablado más de lo conveniente, se tapó la boca con la mano. Ese acto reflejo no pasó desapercibido a Reyes, que, consciente del mal trago por el que estaba pasando, adoptó una expresión indiferente, sacó un bolígrafo y una libretilla del bolsillo de su chaqueta, y empezó a garabatear, mientras entretejía las palabras con delicadeza en su afeitada cabeza.

—Sé todo lo que hay que saber sobre tu estado de salud: no estás en tu mejor momento—restó importancia—, algo bastante lógico teniendo en cuenta que no has vuelto a tener noticias tu padre, y todo ese pleito legal con la constructora B&B, en el que os involucraron.

Luna esbozó una sonrisa amarga y asintió con pesar. <<Bruma tampoco es tan grande>>, se dijo. Sin duda, el incidente en su casa estaría ya en boca de todos.

—Supongo que no hay secretos en un lugar como este —farfulló con resignación.

Reyes se encogió de hombros.

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