CAP.51

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Llovía a mares en Srinagar. No había un solo rickshaw libre en toda la zona, tampoco taxis, por lo que Luna se vio obligada a caminar bajo un denso caos de personas y vehículos sin rumbo definido.

Tras el tiempo compartido con Alexander, lo último que esperaba era verse en esa situación por su culpa. Ya no solo por la amistad que él tenía con su padre, sino por la que creía que había empezado a nacer entre ellos dos. Teniendo en cuenta que al griego se le conocía en el lago por su predisposición a ayudar, por su puntualidad y por cumplir siempre con sus obligaciones, y que él mismo le había confesado que detestaba la informalidad y la falta de compromiso en sus socios y empleados, resultaba de lo más extraño que la hubiera dejado tirada como a una colilla. Por eso, más que enfadada, estaba preocupada.

Anjay vino a despojarla de gran parte de sus pesares apareciendo entre multitud con su traviesa sonrisa de hoyuelos y las llaves de un viejo taxi. El chico la ayudó a colocar su equipaje en el maletero, y, con toda la tranquilidad del mundo, le preguntó qué tal le estaba yendo el día y a dónde quería que la llevase.

—Las cosas podrían estar mejor, Anjay. (¡Dios mío no sabes cómo me alegro de verte!). Tu tía ha tenido que desalojar el hotel y he perdido a mi contacto en la ciudad, que, como ya sabrás, resultó ser tu profesor Alexander—le informó, con amargura y cierto despecho—. Supongo que ha sido él el que te ha pedido que me busques.

El chico, que ni negó ni afirmó sus suposiciones, se limitó a recordarle que el griego siempre andaba muy ocupado y que se comportaba con su tía Phritika como si fuera uno de sus hijos, pero no le aportó ningún dato que la ayudara a averiguar dónde estaba, ni con quién.

—¿Conoces algún sitio económico y limpio en el que pueda alojarme? —le preguntó ella, cruzando los dedos.

—Las carreteras están cortadas, los aeropuertos cerrados—la informó él, con cara de circunstancias—, y no paran de llegar evacuados por las inundaciones. No creo los hosteleros tengan habitaciones suficientes para todos.

Luna sintió un escozor húmedo abriéndose paso en sus ojos, apretó los puños con fuerza y aspiró hondo: bajo ningún concepto estaba dispuesta a dejar que el pesimismo la aturdiera.

—¿Las autoridades locales no tienen algún tipo de protocolo que evite que los turistas nos quedemos desamparados en situaciones así?

—No será necesario. Despreocúpese—afirmó el muchacho, consciente de su desolación—: sus amigos la esperan en Gupkar road.

—¿Mis amigos?

—Beth confía en que asista a su fiesta.

—Pero, no puedo ir... Yo... Perdí la invitación.

—No creo que eso le importe demasiado.

El motor sollozó y dejó escapar una espesa nube de humo, rodeando el taxi de una artificial neblina. La gente se apartó de alrededor, pero no lo bastante como para que pudieran circular a más velocidad de la que lo haría una oruga.

—¿Por qué tan seria? ¿Le gustaría que me hubiera enviado él? Así que Tanvi tenía razón...—la chinchó Anjay, sonriéndole a través del espejo retrovisor.

—No me importa quién te haya enviado, solo quiero dormir en una cama esta noche—le aseguró ella, molesta.

—Entonces, ¿no quiere saber si me ha llamado él?

—Por supuesto que no.

—De acuerdo.

Luna soltó un largo suspiro y se repanchingó en su asiento; una vez más, aquel crío la había mirado como si fuera una inútil. Ese gesto hubiera bastado para hacerla sentir insegura, pero no era el momento de preocuparse por su orgullo herido, sino de ser realista y asumir sus propias limitaciones: estaba en un país extranjero en mitad de un temporal, lo único que podía hacer era darle gracias al cielo por poder contar con los amigos de su padre, aunque fueran irritantes.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora