CAP.14

12K 431 17
                                    

Centro hospitalario Geneva

Bruma


Estaba en la pequeña habitación de un hospital, o al menos esa era la explicación más tranquilizadora al hecho de que estaba atada de pies y manos a una horrible cama de tubos de acero cromado. Luna no recordaba casi nada de lo que había ocurrido la noche anterior. Ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí. Lo único que tenía claro era que a esas alturas todo el pueblo habría confirmado que estaba desquiciada. 

Aspiró hondo. El olor a desinfectante y medicamentos sacudió su estómago vacío, aunque era peor soportar las luces blancas de los fluorescentes del techo, pues atravesaban como flechas incandescentes sus pupilas y le producían un intenso dolor de cabeza.

Tenía la garganta seca, el cuerpo dolorido y las articulaciones entumecidas; como si llevara durmiendo toda una vida. Considerando ese hecho y teniendo en cuenta sus lagunas mentales, una inevitable pregunta se formó en su mente: ¿Cuánto tiempo habría transcurrido desde la última vez que había estado consciente? ¿Sería la noche pasada una noche mucho más lejana de lo que creía? Sintió como se le helaba la sangre ante la posibilidad de que pudieran haber pasado meses o incluso años. Alarmada, recorrió con la mirada lo que alcanzaba a ver de la habitación: todo era tan deprimente, tan níveo, aséptico y frío, que sintió ganas de llorar. Intentó incorporarse, al hacerlo, un pinchazo agudo en el brazo la hizo consciente del gotero y la red de pequeños tubos de plástico a la que estaba conectada. Intentó inclinar la cabeza, pero al hacerlo la sacudió un leve mareo. Desde esa perspectiva solo podía ver un par de ventanales rectangulares que, para mayor desconcierto, estaban casi cubiertos por unas horribles cortinas de plástico grisáceo. El corazón le dio un vuelco al percatarse de que estaban selladas por gruesos barrotes. Rezó para que aquella inquietante habitación no formara parte de la unidad de salud mental en la que trabajaba Clara.

<<No, la amiga de mi padre jamás permitiría que me trataran así...>>, intentó autoconvencerse. Aunque, tampoco sabía lo que había hecho. ¿Y si había cometido alguna locura bajo su enajenación? ¿Habría sido capaz de hacerle daño alguien?, como siempre había temido. ¿Y si aquella condena era lo mínimo que merecía?

Intentó aflojarse las cinchas acolchadas que le aferraban las muñecas a la cama, pero no tuvo mucho éxito; apenas si cedieron un poco después de un intenso forcejeo. Derrotada, con lágrimas quemándole los ojos, luchó por hacer memoria. Tenía que averiguar cómo demonios había acabado así... Pero los recuerdos eran muy vagos, a penas algunas imágenes fugaces, algunas voces desconocidas, la visión de aquella horrible serpiente deslizándose junto a ella y los inquietantes ojos tornasolados de los seres de sus sueños. Tomó impulso apoyando las plantas de los pies en el colchón, con no poco esfuerzo, logró incorporarse lo necesario para ver a Clara por el rabillo del ojo. La psicóloga, recostada de forma incómoda en un viejo sillón de piel sintética, parecía dormitar. A Luna se le encogió el corazón al verla. No entendía por qué la mejor amiga de su padre seguía comportándose casi como una madre con ella, cuando solo le había dado problemas. Sintió una punzada de culpabilidad, y una vez más, la vergüenza se reflejó en su rostro en forma de rubor. Tibias lágrimas se escaparon de sus ojos mientras anclaba la vista en el techo de nuevo. En ese instante, la puerta de la habitación se abrió de golpe, despertando a su amiga en su impacto contra la pared y haciendo que ella misma diera un ligero respingo.

El visitante era Gabriel, su príncipe azul en la distancia: un joven alto, atractivo, de rebelde cabellera trigueña y pícaros ojos color miel, que había cursado sus estudios de medicina fuera del país (durante demasiados años). Luna dedujo que el chico debía estar guapísimo con su bata de doctor y sus zuecos, aunque desde se ángulo no podía comprobarlo. A pesar de que habían intercambiado cientos de llamadas, mensajes e incluso cartas (revulsivos de vida que ella esperaba con la mayor de las ilusiones), le sentía casi como a un extraño desde que había regresado a Bruma. Por alguna razón, cuando le tenía cerca perdía su antigua facilidad para contarle las cosas y se sentía avergonzada, incluso cohibida. ¿Se habría percatado su amigo por fin de sus sentimientos y por eso la ignoraba?

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora