CAP.25

11.8K 396 27
                                    

Era la primera noche que Luna pasaba sola, en su casa, después de salir del hospital, y el amanecer la sorprendió leyendo entre lágrimas las últimas páginas de <<El ladrón de corales>> de Sofía Blake. Aquella historia, tan romántica y trágica, acentuaba sus emociones (a flor de piel), que la hacían sentirse abandonada y vulnerable. Sin embargo, las desventuras de aquella fascinante pareja también la impulsaban a seguir adelante con su plan de darle un nuevo rumbo a su vida. Si bien soñaba con un amor tan limpio y puro como el que se profesaban <<el Gekko>> y Delamara Blake en la novela, su estrategia para conseguirlo se había basado en besar a escondidas una vieja fotografía de Gabriel, y en fantasear con sentirse amada por él, mientras se lamentaba por sus cicatrices y su soledad, y por vivir una vida injusta en un mundo injusto. Se sentía bastante ilusa por haber estado esperando a que el destino quisiera agasajarla, enviándole por correo ordinario un buen trabajo, amigos confiables y a su compañero de vida ideal. Había perdido demasiado tiempo pretendiendo implantar el paraíso en pleno infierno, pero, una vez asumido su error, había tomado la determinación de convertirse en la heroína de su propia historia, liberándose a sí misma de la prisión en la que la habían empujado a encerrarse los bastardos sin escrúpulos, que protegían sus frágiles egos despojando de su amor propio a otras personas.

Siempre había tenido la llave para escapar de ahí, y lo había descubierto gracias a Delamara que, por ser diferente, había padecido no solo el rechazo de su pueblo, también el de su propio padre. De haber estado en su lugar, ella se hubiera escondido en un rincón, dispuesta a autocompadecerse hasta quedarse sin lágrimas, pero Delamara, por fortuna, no era ninguna pusilánime: lejos de despreciarse y ocultarse, había elegido amarse, y luchar por sus derechos, dejando en evidencia a los que la menospreciaban por ser distinta. Cierto era que había corrido muchos riesgos, y que había estado a punto de morir en varias ocasiones, pero, si hubiera elegido someterse a los necios nunca hubiera conocido a Adolf Hitler, y de ningún modo hubiera acabado convirtiéndose en una pieza clave para el triunfo de los aliados en la segunda guerra mundial. Sin duda, la determinación y fortaleza de Delamara la habían ayudado a salvar muchas vidas. ¿Qué tendría el destino reservado para ella ahora que pretendía seguir sus pasos? Lo único que ambas tenían en común eran sus múltiples inquietudes y pasatiempos, su amor por la naturaleza y cierta tendencia a sonrojarse delante de los hombres atractivos. Fuera como fuera, no podía apartar los ojos de aquella obra maestra de la literatura:

—<<...Y solo dos meses después de que le declarasen muerto, su hermosa sirena, la que no podía cantar, se adentró sola en el mar para dar a luz al hijo de ambos: un varón, que había heredado la tez dorada de su padre y los metálicos ojos grises de su madre. Un alma pura e inocente, que ya había nacido con la pena de no llegar a conocer jamás a su progenitor>>—leyó entre lastimeros suspiros, justo antes de que el tintineo agudo e insoportable del teléfono rompiera el silencio. Luna dejó el libro sobre la mesita de noche, se limpió las lágrimas, se sonó la nariz, e intentó adoptar un tono de voz serio antes de descolgar el aparato. Era inquietante recibir una llamada a esa hora de la mañana, comúnmente predecía malas noticias, pero en aquel caso fue distinto: por motivos técnicos, su avión no saldría de pista al día siguiente y a cambio de adelantar su vuelo para ese mismo día, Indian Airlines le ofrecía un asiento en primera clase dentro de un aparato más moderno. ¿Cómo negarse a semejante transacción?

Se alegró de que Gabriel tuviese turno de mañana en el hospital, tenía que llamarle para explicarle lo que había sucedido, también tenía que hacer las maletas a toda prisa, cortar la luz, el gas...Telefonear al banco y al abogado de su padre... Despedirse de Lucas, de Mina, de su profesora de fotografía...

—¿Despega en dos horas? —preguntó el médico, con voz cansada, al otro lado del aparato, en cuanto le dio la buena nueva.

—Sí, sé que es muy apresurado, pero...—comenzó a restarle importancia ella.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora