CAP.23

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La lluvia había cesado, la niebla había descendido desde las montañas y cubría Bruma con el manto lechoso que solía protegerla de la luz del sol la mayoría del año. Las calles, desiertas y húmedas, resplandecían bajo la luz dorada de las farolas, y el viento traía consigo murmullos y quejidos del bosque. Erika, sentada sobre el capó del coche de Reyes, sintió como se le erizaba la piel; nunca se había sentido cómoda en aquel lugar tan frío y lúgubre.

—Te los habías dejado en el asiento de atrás... ¿Te encuentras bien? —le preguntó el sargento, tendiéndole su bolso y su maletín del trabajo. Habían aparcado en el patio del cuartel, y ella tenía la vista clavada en el muro trasero del edificio, el cual solo estaba separado del bosque por una antigua y estrecha carretera comarcal.

—Mmm... ¿Sí? Gracias. Estoy bien. Solo es que, bueno... Estaba pensando que—comenzó a decir ella—, ya sea infundado o justificado, en la niñez el miedo forma parte de nuestro aprendizaje, porque nos enseña a ser precavidos y cautelosos. Sin embargo, creo que mi miedo hacia ese bosque siempre ha sido irracional. ¿Me creerías si te digo que nunca he entrado en él?

Reyes frunció el ceño, se quitó la gorra del uniforme y se rascó la coronilla, mientras intentaba ligar fechas y sucesos.

—Tal vez no sea tan irracional: eras poco muy joven cuando asesinaron a Kimmy Blake y a su familia, en su casa de la fraga de Salomón—dijo—. Recuerdo que me comentaste algo sobre ello cuando nos conocimos.

Erika asintió lentamente y señaló un punto lejano y perdido, por encima del muro y en mitad de la niebla.

—Estaba sentada en este patio, leyendo una de esas revistas para chicas. Recuerdo que los críos más pequeños corrían de un lado a otro. No sé a qué estaban jugando... De repente, un pájaro grande y negro salió del bosque, directo hacia nosotros, y dejó caer sobre nuestras cabezas un zapatito ensangrentado. Yo me quedé paralizada, pero todos se pusieron a gritar—narró, sin apartar la vista del lugar—. Supongo que debía pertenecerle a Iris; a las pocas horas la trajeron al cuartel empapada y medio desnuda.

No era la primera vez que Reyes escuchaba aquella historia, pero sí la primera vez que podía sentir algo parecido a lo que debía haber sentido su exmujer al vivirla.

—Y unos cuántos años después de eso, estamos aquí, en el mismo lugar, y con los archivos repletos de fotos de su cadáver... —resumió con amargura.

Atravesaron el patio del cuartel en silencio. Un par de agentes recogían las pancartas con mensajes de odio que algunos detractores del cuerpo militar habían lanzado desde la calle; corrían malos tiempos para la justicia, y eso se traducía en más presión para ellos. El ambiente en el interior del edificio no era mucho más reconfortante que en el exterior: en sus esfuerzos por atrapar al asesino, Mendoza y sus hombres debían recabar pruebas y borrar cualquier rastro que pudieran dejar atrás sus nuevos <<amigos>> de Interpol, todo bajo la supervisión de estos, y sin delatarse ni acercarse demasiado a sospechosos y testigos. Para colmo de males, los datos que iban conociéndose sobre el asesinato de Iris Blake eran cada vez más alarmantes e inverosímiles, y parecían conducir a múltiples y contradictorias vías de investigación. La prioridad de los agentes, en ese momento, sería descartar todas aquellas que no tuvieran bases sólidas en las que sustentarse. Una labor nada sencilla.

Con sumo cuidado, como si fuera la primera vez que iban a observarlas, Erika dispuso sobre el viejo escritorio del capitán Mendoza fotografías de la mano y del cuello de Iris, junto con otras del interior y el exterior de la sala de fiestas, y algunas de la escena del crimen, que incluían instantáneas del polémico ventanal por el que se decía había escapado el principal sospechoso.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora