CAP.26

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Luna sabía que tanto alboroto por un simple vuelo era ridículo a su edad, pero no podía evitar sentir cierto recelo. Al fin y al cabo, jamás se había subido a un avión. Una vez en el aeropuerto, quiso obsequiar al taxista con una generosa propina, pero este incluso rehusó cobrarle la carrera, porque, según sus propias palabras <<a los emprendedores siempre había que apoyarlos, en la medida de lo posible>>. Después de despedirse efusivamente de él, se vio obligada a hacer un lento recorrido por las tiendas del aeropuerto. En su afán por no perder el vuelo, había llegado demasiado temprano, y eso se había traducido en un ejemplar de bolsillo de Mansfield Park, un paquete de chicles y tres chocolatinas sin trazas de frutos secos, que eran muy raras de encontrar, y resultaban un verdadero tesoro para los alérgicos a los pistachos (como era su caso). Sabía que sería difícil para los demás pasajeros no reparar en la rubia pequeñita, que no quitaba los ojos de la pantalla de la sala de espera, y que había revisado su documentación a razón de una vez cada cinco minutos, pero en esos momentos, todo le parecía tan peligroso como apasionante. Solo esperaba que nadie se diese cuenta y se burlase de ella, o la tratase con condescendencia.

—¡Te aseguro que está todo ahí, canija! No importa las veces que husmees en tu bolso.

La voz de Lucas a su espalda hizo que las piernas le flaqueasen, y que una enorme sonrisa se dibujara en su cara. Su suerte estaba cambiando, o, más bien, ella estaba cambiando su suerte: lo que más necesitaba en ese momento era una cara amiga, que le dijera que todo iba a salir bien (aunque no lo creyera realmente).

El nieto de la Sra. Pitbull, se había alegrado tanto de que Martín estuviera sano y salvo, que le había hecho prometer que le avisaría con antelación de su regreso al país, pues pensaba organizarle una fiesta de bienvenida. Ella, feliz de que alguien apreciara tanto a su padre, se había comprometido a hacerlo. A pesar de eso, al chico se le había ocurrido transmitirle su afecto al paleobotánico desde la distancia, llegando al aeropuerto cargado con los últimos números de las revistas científicas más prestigiosas. Después de pedirle a Luna que se las hiciera llegar en su nombre, el pelirrojo, emocionado, le regaló una bonita pashmina rosada, asegurándole que le resultaría imprescindible, después se giró sobre sus talones para marcharse, aunque cambió de idea en el último momento:

—Mucha suerte, amiga, te la mereces—le susurró al oído, fundiéndose con ella en un emotivo abrazo, justo antes de desearle que tuviera un buen viaje.

Sin que se dieran cuenta, el hijo de la doctora Vega se les había unido, y los miraba con cierto recelo. Luna no fue consciente de lo mucho que iba a echarle de menos hasta que le tuvo delante. Solo su presencia, tan cálida y familiar, ya la hizo relajarse. Resultaba tan poético que su amor platónico acudiera raudo y veloz en su rescate, y tan duro quererle tanto y no poder demostrárselo...

—¡Has venido! —le gritó, intentando contener la euforia. Sin embargo, él no parecía tan contento de verla, de hecho, ni siquiera hizo amago de aproximarse. Permaneció inmóvil frente a ella, con cara de circunstancias.

Lucas, incómodo, le tendió la mano al recién llegado, que correspondió a su saludo sin demasiada efusividad, después le dio un beso en la mejilla a Luna y se largó.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué estás tan serio? —le preguntó ella al doctor, cuando se quedaron a solas.

—¿Quién era el tipo que acaba de marcharse?

—¿Lucas? Un amigo del barrio. Aprecia mucho a Martín y me ha traído un regalo para él.

Gabriel se giró, para ver desaparecer la espalda del muchacho entre la multitud, después instó a Luna a caminar hasta unos sillones de plástico, de los muchos que había dispuestos alrededor.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora