CAP.49

8.1K 340 17
                                    

Lago Dal (Srinagar)

Luna quería ser restauradora, tener una familia propia, mascotas, algunos amigos de confianza y un hogar, en un entorno rural, con suficiente espacio para acogerles a todos. Por ser poco ambiciosas, sus metas vitales y sus preferencias habían sido motivo de burla constante entre sus compañeros de clase durante sus primeros años de instituto. Incluso algún que otro docente trató de convencerla, por aquel entonces, de que se había dejado pudrir el cerebro por historias empalagosas, muy lejos de la realidad, que le habían hecho ambicionar metas arcaicas, que la denigrarían como mujer y la anularían como persona. Ella solo sabía que, hasta el momento, los que la habían denigrado, anulado y cuestionado podían dividirse en dos grupos: el grupo de los afortunados, que tenían lo que ella deseaba, pero no lo consideraban una suerte, y el grupo de los infelices, que pensaban que los primeros mentían sobre sus vidas y asimilaban sus carencias como inevitables.

Sabía que su felicidad se basaría en la estabilidad y en el amor. En cuanto a lo último, aunque todos dijeran que sí, ni mucho menos pretendía emular los tórridos y empalagosos encuentros de erguida perfección turgente y generosos atributos palpitantes que A.B. Fénix describía en sus libros de sirenas. Por desgracia, su velada más prometedora hasta el momento había acabado con ella hecha un adefesio en la cama y con su héroe sujetándole el pelo, mientras intentaba vomitar dentro de un mohoso cubo de plástico. Aquella forma de compartir catre era terrorífica, aunque jamás podría olvidarla, al menos ese propósito estaba cumplido.

—Lo siento...Lo siento tanto... —lloriqueó, a modo de disculpa, intentando contener una nueva arcada.

—No te preocupes, era lo menos que podía hacer después de envenenarte —manifestó Alexander, apartándole algunos rizos rebeldes de la frente—; ignoraba que el ingrediente secreto de la Sra. Phritika fuera la harina de pistachos.

—Eso no importa, ¿cómo ibas a saber que soy alérgica?

Alex bajó la cabeza y se quedó mirando el suelo, con ganas de mimetizarse con él para que ella pudiera pisotearle. Le decepcionó comprobar que aún no había empezado a hacerle efecto el antiestamínico que le había suministrado.

—Vete, demasiado has hecho ya por mí... ¿No tenías una cita? —insistió ella.

—Mi cita puede esperar a mañana. Si no tienes ningún inconveniente, iré a ponerme algo más cómodo y volveré. No puedo dejarte así —advirtió él—. ¿Crees que podrás desvestirte sola?

Aquella pregunta hizo que Luna alzara una ceja.

—Desde luego... —se apresuró a contestarse el griego.

La expresión de estupor en el rostro demacrado de la rubia hizo tuviera que contener una justificada risa con una mueca.

—Estupendo, pero si ves que tienes problemas, puedo llamar a Tanvi. Estoy seguro de que no le importará echarte una mano.

Dicho esto, Alexander dio media vuelta y se perdió por el oscuro pasillo. De inmediato, Luna saltó de la cama y se miró en el espejo; su aspecto era de lo más lamentable. Después de la esperada decepción, se desnudó lo más rápido que pudo, se cubrió por entero con la loción de calamina y se puso el camisón. La fina batista se había convertido en áspera rafia aquella noche como por arte de magia: ¡Sentía que le cuerpo le ardía! ¡Hasta la garganta le quemaba! Pero eso impidió que se cepillase el pelo, ni que pusiera en él un poco de colonia para bebés y cacao en sus labios. No por coquetería, por supuesto, si no para que él pensara que se sentía mejor y olvidara su tonta idea de acompañarla durante toda la noche.

Cuando sintió la puerta abrirse de nuevo, el corazón casi se le salió del pecho, pero al escuchar la tímida vocecita de Tanvi todo volvió de golpe y porrazo a la normalidad, todo excepto su estado de ánimo; se sintió muy triste, casi al borde de la desolación.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora