CAP.9

12.6K 444 21
                                    

Centro hospitalario Geneva

Bruma

Abrigado por el anonimato que le brindaba aquella noche sin astros, Alexander Blake descendió sigiloso, con la discreción y ligereza de una sombra, desde la estrecha balaustrada de mármol que rodeaba la azotea, hasta el primer balcón de la tercera planta del hospital; un antiguo sanatorio mental reconvertido en sanatorio para tuberculosos en los años cuarenta, que después de tres décadas abandonado, había vuelto a abrir sus puertas como centro hospitalario privado.

El ala de psiquiatría era lo poco que quedaba del que había sido el manicomio más importante de la península desde principios del siglo XV, hasta bien entrados los años 80. En aquel lugar, las mentes más brillantes del panorama doctoral europeo habían tratado de salvar otras mentes mucho menos lúcidas, y aún en el presente, el Geneva seguía contando en plantilla con los mejores especialistas en psiquiatría y psicología.

Como un experimentado acróbata, el joven fue saltando de alféizar en alféizar, hasta llegar al balcón que comunicaba con el pequeño despacho de la doctora Clara Vega. Sin la menor dificultad, se irguió sobre el pequeño saliente de granito, como si fuese un reptil adherido a la pared. Pudo así ver con claridad el interior de la habitación, a través de las puertas de cristal del balcón. La luz verdosa que desprendía una pequeña lamparilla dibujaba una sinuosa y esbelta silueta femenina sobre los etéreos visillos de gasa.

Alcanzó a oír la voz pausada que le era tan familiar:

—¿Luna? ¡Dios mío! ¡Aguanta un poco más, cariño! ¡Voy para allá! —gritó la mujer en ese instante, y sin más, salió de allí como una exhalación. No se detuvo siquiera para coger su abrigo o apagar la luz.

Alexander sonrió ante su golpe de suerte: algo urgente requería la presencia de la doctora en otro lugar.

Con sumo cuidado, extrajo del marco de la puerta del balcón uno de los dos cristales que lo componían. Antes ya había retirado los deteriorados junquillos de madera que lo sujetaban haciendo palanca en sus extremos. Luego introdujo la mano a través del hueco y palpó hasta dar con el picaporte, al ceder, este emitió un leve chirrido.

Una vez en el interior del despacho, el joven cerró la puerta con el pestillo para impedir que cualquiera pudiera entrar y sorprenderle dentro. Se levantó el pasamontañas negro, lo justo como para dejar al descubierto sus labios finos y su mandíbula cuadrada. No podía soportar la molesta presión que ejercía la prenda en su cuello. Al retirarla, algunos mechones rebeldes de su melena azabache cayeron sobre sus hombros.

Cuando ya había revisado la mitad de los archivadores metálicos que había en la habitación, sin encontrar lo que buscaba, su buen semblante comenzó a desvanecerse. Necesitó dedicarle un par de minutos más, antes de que su joven y anguloso rostro se contrajese de nuevo en una enorme y ególatra sonrisa: la psicóloga le había hecho el honor de catalogarle como <<sujeto de interés especial>>.

Antes de marcharse, el hijo mediano del difunto Eino Blake se detuvo un instante para juguetear con el huevo de cristal transparente que la doctora tenía encima de su escritorio, a modo de sujetapapeles. Miró con fascinación aquella falsa joya, que despedía hipnóticos destellos esmeraldas cuando se nutría de la luz verdosa de la tulipa. No había vez que no visitara a Clara que no acabara con esa cosa entre las manos. No podía resistir la tentación...

Mientras deslizaba el huevo entre sus dedos con maestría, los documentos que pretendía llevarse se le cayeron al suelo. Descubrió así que dentro de su dossier había otro; el de una de una joven paciente llamada Luna Munt. Una chica que, a todas luces, nada tenía que ver con él. Su debate ético mental sobre si debía leer ese expediente o no, si existió, duró menos de un segundo. Al abrirlo, su corazón se detuvo. Le bastó distinguir algunas de las palabras subrayadas en el texto para quedarse petrificado: <<criaturas>>, <<fuego>>, <<cascada>>.

RASSEN IWhere stories live. Discover now