CAP.24

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 Ataviado con un favorecedor traje negro de sport y con el pelo recogido en un pequeño moño sobre la nuca, Alexander pasaba desapercibido entre la multitud de altos ejecutivos, inversores y abogados, que frecuentaban aquella popular zona de restauración por las tardes. Apoyado en la fachada de <<El Escondite>>, una de las teterías de la franquicia de su amigo Mohamed, examinaba su teléfono móvil y permanecía ajeno a la lluvia, que ya había empezado a ser lo bastante intensa como para que los otros viandantes se guarecieran en porches y zaguanes. Intentaba contactar con su hermano mayor desde la noche anterior, pero ni él ni Shaya, su guardaespaldas y jefe de seguridad en el extranjero, atendían sus llamadas. Si bien Leander le había asegurado que necesitaba llorar su pérdida a solas, no estaba dispuesto a hacerse a un lado sin más, así que no resistió la tentación de enviarle un mensaje de texto. El muy cabezota podía negarse a verle y a escucharle, pero sería casi imposible que no leyera aquel par de líneas: <<Tengo en mi poder una lata de tu sopa favorita de arroz, huevo y limón, un disco de Mikis Theodorakis y una botella del mejor Ouzo de nuestras bodegas>> —escribió, dando por hecho que no iba a contestarle. Ni él ni sus dos hermanos eran muy comunicativos, pero sabían cómo expresar sus sentimientos de formas alternativas, y una lata de sopa <<milagrosa>> era la mejor terapia para un Blake deprimido.

Fuera del local, ya podía intuirse su ambiente exótico y el gusto por lo ostentoso de su dueño. Desde la música de bendires, arghules y laúdes, que escapaba por el portón damasquinado entreabierto, hasta el penetrante aroma de múltiples especias o el color cálido de las alfombras, todo estaba dispuesto para seducir al visitante. Aquella atmósfera, tibia y sosegada, le provocó un agradable estremecimiento de placer a Alex. Mientras se debatía mentalmente entre tomar té griego de montaña o un masala chai, su teléfono vibró en un bolsillo de su pantalón. Cruzó los dedos: ¡Milagro! Leander le había contestado casi en el acto:

<<Lamento mucho el mal trago que te hice pasar, hermanito. Sé que debí avistarte de lo sucedido el mismo día, al fin y al cabo, Iris no solo era tu prima, también era tu amiga. Me he dado cuenta de que estaba muy confundido: mis sentimientos por ella no eran tan fuertes cómo pensaba, solo sentía amor fraternal. Vi a Electra, y, sin pensar, le pedí que me perdonara, que retomáramos la relación, y ha accedido. Cenaremos juntos esta noche, pues tenemos mucho de lo que hablar. Te prometo que nuestra terapia de hermanos solo se pospone.

Posdata: Ni se te ocurra abrir sin mí esa lata de sopa.>>

Impactado, incapaz de dar crédito a lo que acababa de leer, el joven se quedó mirando el teléfono cómo si fuera un objeto desconocido para él. Tenía que encontrar a su hermano antes de que siguiera cometiendo errores, y evitar que se reuniera con aquella arpía a toda costa. Pero antes necesitaba hablar con el que fuera su inseparable compañero de fatigas en la * School y en *Sandhurst. Si algo se le daba bien a Mohamed, aparte de frustrar las altas expectativas de su padre el jeque, era recabar información acerca de las personas, y a Alex le había prometido averiguarlo todo sobre cómo la preciosa y pequeña Olympia Menounos había acabado convirtiéndose en la enloquecida y desfigurada Luna Munt. Desde el otro lado de la barra de azulejo que presidía el local, el árabe le señaló el pesado cortinón negro tras el que se ocultaban los reservados; un festival de cojines, gasas, sedas, espejos y labrados, amueblado con mesitas octogonales y mullidos sofás sin brazos, sutilmente iluminado por farolillos colgantes. Alex tomó asiento en uno de los sofás, y enseguida llegó Mohamed, portando una pequeña bandeja, en la que había dispuesto unos pastelillos de frutos secos, dos vasitos de cristal pintado y un par de pequeñas teteras plateadas. Alex no necesitó preguntarle que contenían las últimas, pues su olor las delataba: humeante y oloroso té chai, y revitalizante té griego de montaña. Tomó uno de los dos vasitos, señaló el té de montaña y esperó a que su amigo se sentara frente a él, y le sirviera.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora