CAP.15

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Madrid

Alexander llevaba meses sin dormir en su nuevo piso de Madrid; un espacioso ático en uno de los edificios más altos del centro, muy cerca de la plaza Puerta del Sol y del Kilómetro 0. Su nueva guarida en la capital de España formaba parte de un moderno rascacielos de cristal espejado y placas de metal oxidado que, a pesar de estar guarnecido y decorado con las últimas novedades del mundo de la construcción, desde lejos daba la impresión de estar a medio terminar. Su hermana Chloe, una estudiante de diseño industrial que aspiraba a tener su propia marca de artículos decorativos, había puesto todo su empeño en convertir aquel frío espacio en un hogar, pero sus esfuerzos habían sido en vano, pues de ningún modo podía sentirlo como tal. Y no era solo porque aquel amago de loft neoyorkino no podía compararse con Shambhala, su casa familiar en Grecia, que no podía, sino porque prefería la calidez de los materiales naturales, y los muebles con historia, a la frialdad de los prodigios del plástico, el acero y la domótica. Según su humilde criterio, lo único que podía salvarse de aquella anodina exposición de muebles era la ducha. La pequeña cascada artificial, con suelo de guijarros y revestimiento de rocas y bambú, le hacía sentirse en mitad del bosque. Pero, al margen de eso, nada le inducía a querer volver a casa cuando estaba fuera, aunque moriría antes de admitirlo frente a su hermana pequeña, así que no le quedaba otra opción que ir cambiando las cosas poco a poco, por su cuenta.

Aquella luminosa y gélida mañana el sonido del timbre de la puerta le despertó mucho antes de lo que hubiera deseado. Soltó una retahíla de palabrotas y palpó en la oscuridad la superficie del carro de herramientas con ruedas que hacía las veces de mesilla de noche; pasaban diez minutos de las siete. Los números de neón verde, el aire frío y su propia voz, conformaron un todo latente que pretendía hacer estallar su cabeza. Estaba prácticamente desnudo y tenía frío, pero vestirse sin darse una ducha previa no resultaba muy tentador. Al incorporarse, parte del montón de papeles que tenía sobre el edredón cayó al suelo y se fundió con el desbarajuste de folios emborronados con dibujos de criaturas fantásticas y extraños símbolos que tapizaba el suelo. Había estado leyendo hasta bien entrada la madrugada y, aunque en un primer momento su intención había sido examinar detenidamente su historial médico y el de Luna, al final se había decantado por seguir leyendo sus diarios, como si en lugar de la biografía de una persona común y corriente se tratase de una historia de ficción. Al principio, se había sentido incómodo y un poco culpable por hacerlo, pero pronto sus primeros escrúpulos se transformaron en venenosa curiosidad, pues confiaba en encontrar entre las pesadillas y recuerdos velados de Luna las claves de su desaparición, de sus cicatrices, de su búsqueda de la amistad y del amor, y de sus vanos intentos por formar parte de un mundo que no comprendía y que no la comprendía.

El timbre volvió a sonar. Se puso su viejo abrigo negro, compañero fiel, siempre a mano, las gafas de sol espejadas (que le había regalado su estiloso amigo Paul) y las botas militares, sin atar. De esa guisa atravesó el pasillo y el salón, con su cocina anexa, siempre intentando no tropezarse con algunos libros y botellas de agua mineral vacías, que estaban desperdigados por la moqueta. Cuando llegó a la despensa, tomó un analgésico, una botella de agua de dos litros y comenzó a bebérsela, solo entonces quiso echar un vistazo a través de la mirilla de la puerta. Entornó los ojos al reconocer en una gorra amarilla el emblema del servicio XR&W Postal Xpress. El repartidor, un chaval de unos veinte años, con pinta de malote y de llevar aquel uniforme como una cruel penitencia, sonreía abiertamente, pero de una forma ensayada y artificial. Alexander le contempló por unos segundos, del mismo modo en el que una serpiente observaría a un pequeño ratón de campo, sordo y ciego. Luego repiqueteó suavemente con los nudillos en la puerta, se abalanzó sobre el pomo y lo giró (justo cuando el intruso acababa de apoyar su mejilla en ella para identificar el sonido que acababa de escuchar). Lejos de lo que pretendía, el chico no se cayó, lo cual le decepcionó.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora