EPÍLOGO

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Los hermanos Kapoor jugaban al criket con los políticos más influyentes del país, se iban de vacaciones con los magnates de la prensa y organizaban fiestas repletas de estrellas de Bollywood; la contienda en el pabellón Ananta terminó tan bruscamente como había comenzado, los heridos fueron atendidos, los muertos enterrados y los medios aleccionados: al amanecer anunciarían a bombo y platillo que un grupo de rebeldes había intentado colarse (sin éxito) en la fiesta más importante de la temporada.

En realidad, nadie sabía qué había ocurrido, ni siquiera Electra, a la que todos culpaban en silencio, aunque no fuera la única que había mantenido una actitud sospechosa aquella noche; nada justificaba que los Kapoor hubieran enviado a sus vigilantes a casa mucho antes de tiempo, ni su insana curiosidad por Luna. Era evidente que la prima adoptiva de los Blake había querido darle una lección a Alexander, demostrándole que no podía ocultarle nada, pero había entrado en pánico cuando las peceras se habían hecho añicos ante sus ojos. La forma en la que la vigilaban los supuestos camareros la había puesto en tensión de antemano, lo que había provocado que les ordenara a sus hombres estar muy alerta. Además, había sermoneado a Alexander y Hrithik por lo poco escrupulosos que habían sido a la hora de contratar a aquellos tipejos, que a saber qué intenciones tenían. Lo más inquietante de todo era que jamás llegarían a saberlo, porque se habían esfumado del mismo modo en el que habían aparecido. Por fortuna, no había nada más que lamentar (obviando las muertes del mago, el metre, una camarera y algún que otro guardaespaldas, que habían sido víctimas de fuego amigo).

Mientras en el jardín, Hrithik, Beth y los Kapoor atendían a las autoridades, Leander, convencido de que había sido la desconfianza de unos y de otros la que, sumiéndoles en una paranoia conjunta, había desencadenado el enfrentamiento, le reclamó a su prometida lo violentos e inconscientes que eran sus protectores, pues habían sido los primeros en disparar. A pocos metros de él, sentados en el borde del escenario, Paul y Alexander eran asistidos de sus heridas por un sanitario. A una distancia prudente, el resto de sus amigos observaban de reojo al griego, que, devastado, no tuvo el valor suficiente para enfrentarles. Sin despedirse, abandonó el pabellón a pie, y se dirigió a su bungalow, pero no sin antes tomar prestada una de las carísimas botellas de champán que aún quedaban sin abrir en la cocina. Esforzándose por no derrumbarse, mientras atravesaba el jardín trasero, revisó de nuevo el localizador vía satélite de su coche, a través de su teléfono móvil: a Gabriel y a Luna les faltaban algunos kilómetros para llegar al aeropuerto. Para alivio de su conciencia, Leander había podido contactar con ellos, justo cuando la trifulca en el pabellón se había acabado. Según el doctor, Luna estaba despierta y muy feliz de volver a casa con él. Alexander se negó a hacer conjeturas sobre las explicaciones que le habría dado aquel cobarde a su rubia triste para justificar todo lo ocurrido. Tampoco contempló imaginar cual sería la reacción de ella al enterarse de que había violado su intimidad y le había mentido de forma sistemática, o si consideraría perdonarle cuando viera que había sido capaz de regalarle su propio diario.

Fuera cual fuera la reacción de Llun-ha, tras rozar la verdad con los dedos antes de que unas mentiras sustituyeran a otras, probablemente estuviera lejos de parecerse a la del sargento Daniel Reyes enfrentándose a quienes le habían mentido.

Era un hangar. Un enorme, frío y oscuro hangar, el agente, con los ojos vendados y atado de pies y manos, aguardaba tumbado en el suelo a que terminaran con él los tipos con pasamontañas que algunas horas antes le habían humillado disparándole con balas de fogueo. Al menos había sido lo bastante rápido como para arrojar su teléfono móvil lejos del coche patrulla; esperaba que Érika hubiese podido escuchar lo suficiente como para alertar a sus jefes, así como también que las personas que le habían secuestrado no mostrasen interés alguno por su factura telefónica. ¡Nadie debía saber que su exmujer también estaba al tanto de la misteriosa vuelta a la vida de Iris Blake! Ella no podía ser cegada por la luz de gas, como sospechaba les había sucedido a Luna y a Rita.

RASSEN IWhere stories live. Discover now