Trilogía: A Través Del Tiempo

Bởi AliceeHearts

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En un reino, hace muchos ayeres, había algo que todos ignoraban: una niña luchando contra sí misma a causa de... Xem Thêm

❅Aclaraciones antes de leer❅
Trilogía "A Través del Tiempo"
Sinopsis: La Reina de las Nieves
Dedicatoria
Playlist ATDT I: La Reina de las Nieves
Prólogo
1 Tengo que intentarlo
2 Ella era como él
3 Podemos protegerla
4 Es imposible
6 La quería a ella a su lado
7 Y sus ojos se encontraron
8 El frío no le molestaba
9 Su posible nueva amiga
10 Esconde, no sientas y no dejes que sepan
11 Cree en mí
12 Un castigo para el reino
13 La vida del rey
14 Días transformados en desesperanza
15 Mentiroso
16 La bella durmiente
17 Anna se había quedado sola
18 Hans de las Islas del Sur
19 Es peligroso soñar
20 ¡Silencio!
21 No fue el único en despertar
22 ¡Soy libre!
23 ¿Qué vas a saber tú de amor?
24 Por una vez trata de confiar
25 Monstruo
26 Su propia familia mágica
27 Cuida de mi hermana
28 Amor
29 Azules como apatitas
30 Amenazas que convertir en verdad [FIN DEL LIBRO 1]
Sinopsis: El Espíritu y el Viento
Dedicatoria
Playlist ATDT II: El Espíritu y el Viento
31 ¿Quién más?
32 Siempre lo pensé como un cuento
33 Tengo que encontrarlo
34 Suena como un estúpido
35 Deja que te ayude
36 Hacia lo desconocido
37 Ve
38 No me dejes solo
39 Debí haber estado contigo
40 Para mí no es suficiente
41 Ya no existen
42 Princesas desdichadas
43 No dejaré que te pase nada
44 Creo que lo arruiné todo
45 No lo soporto
46 Creo que ya sabes quién es
47 Tu deseo más grande
48 Secretos
49 También me gustan los abrazos
50 Volviendo a conocernos
51 No era ni soy quién para interferir

5 Los niños creen lo que dicen los cuentos

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Bởi AliceeHearts

El pueblo despertó. La luz y las voces comenzaron a iluminar el reino con alegría y sencillez, ignorando todo lo que ahí había pasado en una sola noche. Un accidente y un viaje inimaginable.

No tardaron en enterarse de lo primero. Desde cualquier parte podían notar algo extraño, con sólo ponerse en medio del camino lo veían de frente. Comenzaron los susurros y las miradas. La duda e incertidumbre. Porque nunca antes había sido así. Los grandes portones no eran para dividir, si existía la posibilidad con su construcción era para hacer énfasis a la bienvenida, a los brazos abiertos de la familia real para con el pueblo.

Ya no más. Las puertas del castillo estaban cerradas.

Antes de poder sacar conclusiones, el portón se abrió una última vez.

Primero salieron varias personas. Criados, cocineros, jardineros, cuidadores... Tras ellos un par de hombres uniformados montando a caballo, cada uno con un par de pergaminos en el cinturón, que se encargarían de leer y distribuir por el pueblo de manera que todo el mundo quedara enterado de la noticia, de la razón.

Despidieron con la cabeza a la servidumbre y comenzaron a galopar. Uno hacia un lado, el otro hacia el otro. El primero fue directo al centro, en donde se encontraba la mayoría de la gente; mujeres, hombres y niños. Paró en medio de ellos a su caballo, sacó uno de los pergaminos, lo extendió, y comenzó a leer en voz alta y clara:

—Por órdenes de su majestad, Agdar, rey de Arendelle, las puertas del palacio permanecerán cerradas hasta nuevo aviso.

Tal y como había pasado con los trolls, la exclamación de sorpresa salió de la boca de todos los presentes, menos uno. El guardia alzó una de las manos pidiendo silencio y continuó:

—Esto con la finalidad de criar a las jóvenes princesas, Elsa y Anna de Arendelle, que por recientes sucesos personales, necesitan de soledad y comprensión. Toda consulta para ver al rey y a la reina tendrá lugar los jueves. Ubicación, excepciones y cualquier pregunta que tengan, queda adjunta en este pergamino. De no ser así, hoy, a las seis, en la plaza, pueden hacérselas ustedes mismos.

Dicho esto, indicó al caballo caminar hasta una columna. Sacó un martillo y un clavo de la bolsa en su silla de montar, y clavó ahí el pergamino que acababa de leer para que los demás pudieran hacerlo también. Les deseó los buenos días a todos, ignorando sus preguntas, quejas y opiniones, y cabalgó hacia otra parte del pueblo para dar la misma noticia.

Los presentes rodearon el aviso con impaciencia, preguntándose unos a otros un millón de cosas que nadie sabía. Con tanto jaleo no tardó en llegar más gente; desde los que habían dormido de más, hasta alguno de los antiguos trabajadores del palacio, que habían sido despedidos esa misma mañana. Entre todos no tardó en formarse una conversación llena de suposiciones, chismes y más dudas.

—Seguro que viene una guerra y quieren salvarse el pellejo—supuso una vieja mujer.

—No, lo que habrá es una crisis, por eso nos despidieron—inventó un viejo jardinero.

—Yo creo que estamos exagerando—sugirió una jovenzuela—, sólo estarán cerradas hasta nuevo aviso. Probablemente para el próximo jueves todo volverá a la normalidad.

—Ah, ¿sí? —preguntó el viejo con sarcasmo—. ¿Y porque recortar a la mitad del personal?

—Dicen que fue por las princesas. Tal vez estén enfermas y no quieren que todos pesquen el virus.

—Un despido no es un día libre. Además, ¡se han quedado con la mejor parte de los trabajadores!

—Pues yo escuché gritos el día de ayer—dijo una mujer pequeña y regordeta—. La princesa Anna hizo de las suyas y... algo le habrá pasado.

—¿Cómo estás tan segura? ¿La viste? —cuestionó otro hombre.

—No. Pero hoy vi andar por el pasillo de arriba a la mayor con cara tristona. Y yo, que bien las conozco, sé que nunca andan solas. Son un par. A esa Anna le iba a pasar tarde o temprano algo así, siempre está brincando y metiéndose donde no se debe. No necesito haber visto nada. Era cuestión de tiempo, sólo hay que atreverse a adivinar.

—Esa es una declaración muy fuerte...

—A mí ya me despidieron, no pueden hacerme nada más—dijo enojada antes de dar media vuelta e irse.

A pesar del respeto que le tenían a la familia real, no pudieron evitar considerar las palabras recién escuchadas, que poco a poco, generaron más preguntas que le complicarían al rey la tarde.

—¿Estará bien la princesa?

—¿Creen que se haya roto algo?

—Quizá haya quedado loca.

—No entiendo cómo cualquiera de esas cosas se relaciona con mi trabajo.

—¡Si está loca no volverán a abrir las puertas nunca!

—Pobre Anna...

—Sí, ¡pobre Anna!

—Pobre Elsa.

Y siguieron compadeciéndose de Anna. Nadie escuchó sobre Elsa, porque nadie podía ver ni oír a Jack, que, parado detrás de ellos, terminaba de creerse lo que le estaba pasando.

Le había costado toda la noche y parte de la madrugada para finalmente admitirlo. Sí, estaba pasado y solo en él. Parecía estar en el principio de todo otra vez, tal y como cuando había despertado siendo un ser inmortal: Sin saber en dónde estaba, invisible, confundido... Lo único que había cambiado eran dos cosas; la Luna no le había dicho nada, y, ahora, no sentía tristeza, porque sí sabía cuál sería su siguiente movimiento. Así que, decidido, se alejó a pie de la gente, en dirección hacia el castillo.

Al aceptar su situación actual varias de las dudas que él y los guardianes discutieron un día en su presente, se resolvieron. Cuando había estado sentado en aquel tejado triangular, desamparado y rechazado, susurró tan sólo dos palabras:

—¿Por qué?

A las que le siguieron el resto. Todas las preguntas que Norte y los demás tenían, las que él había planeado resolver cuando se había acercado al portal.

Repitió las respuestas una vez más en voz alta, mientras cruzaba el puente que daba al portón principal.

¿A dónde llevaba el portal?

—Arendelle—recordó de los labios del guardia.

¿A quién quería dentro?

No odiaba tener que ser de nuevo el protagonista de la aventura, había esperado por algo nuevo durante mucho tiempo. Salir de la rutina, llenarse de emociones. Sorprenderse. Y vaya que sí se había sorprendido.

Inflando el pecho recordó a Conejo y lo último que le había dicho: quien estuviera dentro y no regresara, sería el "desafortunado". La respuesta quedaba clara después de todo.

—Jack Frost—dijo a las puertas cerradas, a un metro de él. Apretó el báculo en su mano y con una corriente de aire se elevó sobre ellas, aterrizando encima de la muralla de piedra.

¿Por qué?

Habiendo contestado las otras dos, era cuestión de imaginación. Todo lo pasado en la noche anterior, el haber estado a tiempo para verlo, en el lugar exacto, y con un parecido que creía no tener con nadie...

—¿Dónde estás, Elsa? —susurró para sí mismo, en cuclillas, mirando con cuidado el palacio y sus alrededores, para encontrar a una de las princesas por las que había sido enviado a esa época.

Era obvio. Él era un guardián, y los guardianes protegían a los niños del mundo. Elsa y Anna eran niñas del mundo sin importar su tiempo, y claramente necesitaban ayuda, porque no la habían recibido de otros seres inmortales. Quizá porque no se especializaban en infantes. Quién sabe.

¿Y quién lo había enviado?

La última pregunta. La que Jack no podía resolver. ¿Quién controlaba ese portal? Aunque me cueste admitirlo, tampoco le importó demasiado. Sabía lo que tenía que hacer para volver, eso era suficiente. El resto podía esperar.

La vio por fin. Su cabecilla inclinada detrás del cristal. Le había costado encontrarla por su pequeña silueta y su palidez confundiéndose con la nieve sobre los techos.

Jack voló hasta la ventana, a pesar de los empinados tejados pudo aterrizar con facilidad, los montones de nieve sobre ellos le daban un apoyo casi horizontal, y como él la controlaba, no había riesgo de que fuera a caer.

Al estar cerca le pudo ver bien la mirada a la pequeña princesa: triste y vacía. Estaba ida, mirando hacia fuera del castillo, con los ojos entrecerrados, concentrados en ningún punto fijo. Respiraba por la boca levemente abierta, y se le aplastaba el mejilla sobre su brazo recargado en el marco de la ventana. No tenía señales en la cara que indicaran que hubiera llorado, al parecer se mantenía tranquila, sin mucho que decir a su favor. Sufriendo en silencio y en soledad. Oculta, sin nadie que pudiera tocarla o acompañarla.

Se escuchó un golpe en la puerta que sobresaltó a ambos. Tres le siguieron. Un momento después sonó el último.

—¿Elsa?

El chico y la princesa miraron hacia la puerta. Anna estaba afuera.

—Está nevando—se escuchó decir felizmente a la pequeña—. ¿Y si hacemos un muñeco?

Elsa permaneció en silencio, quieta, como si así no fuera a percatarse de su presencia. Jack no podía escuchar los latidos en su pequeño corazón, pero si notó como a pesar de su serenidad, el vidrio empezaba a cubrirse de hielo, proveniente de su manita sobre el marco. Elsa la miró de reojo y la separó de la ventana con gran rapidez.

—¿Elsa? ¿Sigues dormida?

La mayor miró hacia fuera, a través del chico, el cielo azul cubierto de blanco. Los techos obscuros cubiertos de blanco. La transparencia de su ventana cubierta de blanco. Respiró hondo, sin despegar la vista del exterior y respondió:

—Hoy no Anna. Me siento mal.

—¿Estás enferma? ¿Por eso tiene seguro tu puerta? —preguntó la pequeña removiendo el manojo—. ¿Quieres que llame a mamá?

De nuevo no hubo respuesta. La mayor no sabía que podía y no podía hacer. Por suerte, Anna nunca esperaba a que los demás se decidieran.

—¡Voy por ella! ¡Quédate ahí!

Sus pasitos se alejaron por el pasillo. Se hizo el silencio y Elsa, tras ver que su ventana ya no estaba cubierta, volvió a recargarse frente a ésta en la misma posición. Jack aprovechó para comenzar con el plan que tenía para que la princesa lo viera. Se sacudió una de las manos nervioso, porque si su idea fallaba tendría un serio problema, ya que, en trescientos años de inmortalidad, sólo uno de sus intentos por ser visto había resultado exitoso. No tenía más. Aquello tenía que funcionar.

Sopló con fuerza y, tal y como había hecho con Jamie, posó su dedo índice en la ventana frente a la niña, de forma que no pudiera ignorarlo. La escarcha comenzó a expandirse ante sus ojos, como un círculo pequeño que se estaba preparando para tomar forma.

Elsa lo miró durante un momento. La figura apenas comenzaba a formarse cuando le frunció el ceño. Con aire aburrido levantó levemente el brazo y pegó su mano contra el vidrio. En un segundo toda la ventana quedó cubierta de hielo. El muchacho abrió la boca ofendido y la niña sonrió ligeramente. A través de aquella capa azulada los dos tuvieron su primer contacto, sin que ella se diera cuenta. Aquello hizo que Jack se rindiera con su sentimiento y le sonriera a la Elsa apenas visible tras la capa de escarcha.

La puerta del cuarto se abrió. Elsa se volvió en el acto. Su madre miró su reciente hazaña y cerró tras ella. Caminó con calma hasta su hija y se sentó a su lado sin saber que a esa distancia un chico fuera del castillo la escuchaba perfectamente.

—¿Te sientes mal? —Le preguntó la reina con amabilidad. Su hija escondió las manos entre las rodillas y apartó la vista—. ¿No te gustó tu cuarto?

—Me gustaba compartir con Anna—susurró muy bajito, obligando a Jack a pegar su oreja contra el vidrio.

—Sí. A mí también me gustaba que compartieran. Pero serías descubierta fácilmente.

Elsa volvió a recostarse en su brazo, mirando a la nada.

—Sólo es hasta que puedas controlarlo—le dijo con suavidad, conteniéndose a sí misma de acariciarle la espalda—. Con lo que pasó corremos el riesgo de que otras personas se enteren también. Es importante mantener el secreto. Hay cosas...

—...Cosas que no podemos hacer públicas—completó la niña—. Ya lo sé.

—Pero—comenzó a decir su madre con tono misterioso—quizá, algún día, todo vaya bien como en otro reino que conozco...

El hielo en la ventana comenzó a desaparecer, y los ojos de Elsa se giraron a su madre, interesada. La mujer sonrió y se acercó a su hija, notando que ésta no se apartaría de ella.

—En aquel reino—continuó—, había un príncipe con poderes como los tuyos.

—¿En serio? —preguntó ilusionada.

—En serio. El príncipe tampoco podía controlarse y le daba miedo lastimar a los demás. Así que se la pasaba solo en su cuarto, mirando la ventana mientras pensaba, ¿por qué no era cómo los demás?

Elsa la miró fijamente, sin estar muy segura en adoptar aquel pensamiento.

—Entonces, intentó ser normal. Aprendió a controlarlo y se mantuvo calmado, esperando así, poder vivir pacíficamente. Pero el príncipe no era él sin sus poderes, formaban parte de su vida y de sí mismo. Y aunque lo intentó fuertemente, llegó el momento en que esa parte salió a la luz frente a la persona que más lo conocía.

—¿La lastimó?

La mujer frunció el ceño del mismo modo que su hija y miró al techo haciendo memoria.

—No—respondió.

La princesa bajó los ojos.

—Pero, aunque lo hubiera hecho, a ella no le importaba. Ni el secreto, ni el riesgo, ni los accidentes, ni todo lo que podía pasar. Porque lo quería, y él a ella. Nada era más importante.

Elsa no se mostró convencida.

—Nosotros te queremos—le dijo agachando la cabeza para hacer contacto visual—. Con todo y poderes.

Los ojitos de la niña miraron los suyos.

—Sólo hace falta que aprendas a controlarlo para prevenir accidentes, y cuando lo hagas, verás cómo a Anna no le importarán los secretos, o el riesgo, o cualquier otra cosa. Sólo tienes que esforzarte para que pueda convivir con esa parte tuya. Tal y como aquel príncipe.

—¿Y todo será cómo antes?

—Y todo será como antes.

Elsa sonrió y se dejó besar la frente por su madre. No hizo falta más que un cuento con el que se identificara para que empezara a creer en que todo iba a mejorar.

Jack, frente a su ventana, sonrió con toda la dentadura al darse cuenta de eso. Con sus poderes sería difícil llegar a Elsa ya que podía confundirlo con algo suyo. Sólo necesitaba imitar a la reina y contarle un cuento. Después de todo, los niños creen lo que dicen los cuentos.

❅❅❅

A la mañana siguiente Elsa bajó a desayunar con su familia. Se encontraba un poco nerviosa, como si fuera la primera vez que comía con sus padres y Anna rodeándola. Y aún más nerviosa la ponía que su hermana se sentara a su lado. Incluso incómoda.

Trató de decirle con una mirada a su padre que alejara a Anna. La mesa era lo suficientemente grande para eso. Podrían recorrerla un lugar, o si quisieran, diez. De cualquier forma, estaría más segura y ella, más tranquila.

Nunca habían tenido accidentes relacionadas con sus poderes hasta la que lo detonó todo, pero no podía evitar desconfiar de sí misma. De un día para otro la habían hecho demasiado consiente de todo lo que podía salir mal. De todo el peligro que podría causar. Dudó un minuto completo en querer tomar los cubiertos para comer. Empezó a preguntarse si podría sobrevivir sin consumir bocado por el resto de su vida cuando el tenedor de Anna se abrió paso hasta su boca. La pequeña se lo sacó tan rápido como lo había metido, dejándole dentro uno de los vegetales que no quería comerse. Elsa la miró reírse como una loca y tuvo que contenerse para que no se le contagiara.

—Anna, no hagas eso—la reprendió su madre—. Elsa, se va a enfriar.

Antes de seguir pensando en mil posibles accidentes, Elsa terminó de masticar y comenzó a comer como normalmente hacía. Anna había logrado con un contacto común, recordarle que no todo le salía mal en la vida. Si antes comía con normalidad, podía volver a hacerlo. Tomó su propio tenedor y se terminó de tranquilizar cuando no congeló nada. Soltó un suspiro compartido con su padre y ambos se miraron con una pequeña sonrisa. El rey le guiñó un ojo y siguieron la comida entre la calma y los ruidos que Anna hacía antes de meterse el alimento a la boca.

Se oyeron tres fuertes golpes en la puerta principal. Vieron pasar por la entrada del comedor al ama de llaves corriendo a abrir. Se alisó la falda y giró el picaporte. Desde la mesa no alcanzaban a ver quién había tocado, y pareció que la mujer tampoco, porque asomó la cabeza fuera y después salió durante unos momentos antes de volver y cerrar.

—¿Quién era, Gerda? —Preguntó el rey Agdar para saciar la curiosidad de su familia.

—No había nadie esperando, su majestad—respondió cuando se acercó y pudo hablar sin la necesidad de gritar—. Ni nadie cerca. Quizá un ave chocó con la puerta. O alguien recordó que no necesitaba nada y salió corriendo.

—¿Están cerradas las puertas? —Preguntó refiriéndose a las que los separaban del reino.

—Sí, su majestad. No han vuelto a abrirse desde que salió ayer.

Agdar asintió y la criada se retiró con una reverencia. Elsa se volvió a su padre, y encontrándose con su mirada pensó la manera correcta de preguntarle cómo le había ido en su sesión con el pueblo. Anna se le adelantó.

—¿Por qué están cerradas las puertas? Yo ya estoy bien.

—No es por ti, Anna—contestó su hermana en voz baja. Fue escuchada.

—¿Tú aún te sientes mal? ¿También te caíste?

—Las puertas se cerraron por seguridad—dijo el rey antes de que su hija volviera a decir cosas innecesarias—. Nuestro castillo era demasiado público, y ustedes, demasiado escurridizas.

Anna soltó una risilla.

—Es como las casas del pueblo—siguió explicando—. Están cerradas.

—¿Y por qué se fue la mujer gorda?

—¡Anna! —exclamó su madre.

—¡Es que no recuerdo su nombre! Pero no importa, no me agradaba.

Y se llenó la boca de comida para distraer a la reina de sus malas palabras. No se salvó de que la reprendieran por comer de esa forma.

Elsa aprovechó para escabullirse y volver de nuevo a su cuarto, a su guarida. La conversación que acababan de tener la llenó rápidamente de incomodidad y pensó que lo mejor sería retirarse antes de que algo malo pasara.

Corrió por las escaleras y por el pasillo con los puños cerrados, mirando constantemente hacia atrás para asegurarse de que no dejaba rastro. Al llegar hasta su puerta, paró. Estaba abierta. No era la gran cosa, pero tenían mandado cerrar siempre sus puertas y ella seguía las reglas siempre. Estaba segura de haberlo hecho en la mañana antes de bajar. Los trabajadores debían de cumplir aquellas órdenes con el doble de dedicación, así que la opción de que alguno de ellos la hubiera abierto era nula. Se asomó de la misma forma que la criada y se adentró lentamente en su cuarto, sintiendo un poco de temor, después de todo, era tan sólo una niña de ocho años que tenía cuarto propio por primera vez en su vida.

Recorrió toda la habitación en silencio, hasta llegar al lugar de donde provenía la luz. Sin dejar de mirar su alrededor se sentó sobre el sofá sin respaldo junto a su ventana. Apenas apoyó su peso cuando se levantó y miró sorprendida la cosa en la que se había sentado: un montón de pergaminos agrupados, con escritos en tinta negra. En el primero, en letras grandes, se veía claramente un nombre:

Jack Frost —leyó en voz alta. 



N/A

HOLAAAAA!!!!

Disculpen la terrible tardanza, no supe administrar bien mis tiempos en estas dos semanas y de verdad que lo pagué caro. Lamento que ustedes, de alguna forma, también. 

Pero hey, que no se diga que no le estoy echando ganas, me está costando mantener el ritmo, pero esto es mucho más que lo que logré con Contrarreloj. Espero... O mejor digamos voy, a recuperarme y a traer capítulos apenas los tenga. 

Así como lo leen, termino capítulo y actualizo. Cualquier día de la semana. Ya estoy escribiendo todos los días (aunque me de flojera) y con eso lograré el capítulo una vez a la semana, pero ustedes esperarán a veces menos tiempo y a veces más, suponiendo que actualizara un día lunes, y en la siguiente semana un día domingo. 

Pero tranquilos, con el paso del tiempo, incluso habrá más capítulos más constantemente. 

Entonces, finalizando eso, hablemos de lo que acaban de leer. ¿Les gustó?

Estoy queriendo profundizar, no sólo en Jack y su relación con los guardianes y la situación, sino también en Elsa y la relación con Anna y sus padres. 

Además, se que no lo notaron porque le cambié el nombre, apareció un personaje que, a su debido tiempo, tendrá gran importancia. 

Espero que sientan un buen ritmo en la historia, si les aburre o me sienten muy chorera. comentenme con confianza para ir mejorando esta segunda versión.

¡El siguiente capítulo es mi favorito de todos! Así que no creo tardar mucho, al menos que lo perfeccione demasiado. De cualquier forma, estén al pendiente. 

Mil disculpas por hacerlos esperar tanto, muchas gracias por leerme, lo hacemos de nuevo la próxima semana, y yo los leo a ustedes en los comentarios!!<3

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