Dark Beauty © Libro 1. (TERMI...

By MiloHipster

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Dicen que los asesinos y criminales para que puedan ejercer su labor de asesinar o torturar, necesitan tener... More

Prólogo
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#Nota VIII
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CAPÍTULO FINAL 92
Epílogo
Extra
Personajes
Aviso.
DEDICATORIA
RECOMENDACIÓN ;)
AGRADECIMIENTOS

83

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By MiloHipster

La ira se apoderó del cuerpo de Egon tras escuchar la voz de Norman a través del teléfono.

—Sé que estás ahí, Allen.

—¿Quién te dio mi número y cómo es que no estás muerto?

—¿Recuerdas que somos criminales, primo?

—No me digas primo ni ningún tipo de ridiculez.

—Lo somos—río secamente y eso provocó que Egon apretara los puños.

—¿Cómo demonios sigues vivo?

—Tenemos muchas vidas, Egon, no lo olvides—bromeó.

—¿Y cómo conseguiste mi número? Y dime la verdad, idiota.

—Mira, yo solo cumplo órdenes y aquí hay alguien que anhela tanto hablar contigo.

Egon frunció el entrecejo y miró a Shelby con extrañeza en lo que esperaba a esa persona.

"¿Qué pasa?", susurró Shelby y él le acarició la cara con delicadeza.

"No lo sé", respondió sin pronunciar palabra alguna.

—Hola, Peitz. Tanto tiempo sin saber de ti, reverendo imbécil y traicionero idiota.

A Egon se le subieron los colores. Respiró hondo y siseó lentamente: —Ya no tengo nada que ver contigo, Blake.

Shelby entornó los ojos y retrocedió. Se apresuró a ponerse la ropa y a pasarle la de Egon para que también se vistiera. Ambos se cambiaron como pudieron por si en caso tenían que huir de ahí.

—Escucha, bastardo—sentenció Marlon con voz venenosa—la chica con la que andas cogiendo es la hija de mi peor enemigo, así que te prohíbo que sigas tratándola.

—Cuida tu boca—Egon tuvo demasiado autocontrol para no perder la cabeza. La mano de Shelby que estaba afianzada a la suya hizo que se calmara un poco.

—Entonces es cierto que andas cogiendo todavía con esa infeliz muchacha.

—¡Cállate! —gruñó Egon, tensando las venas de su cuello y frente.

—La verdad es que no me importa si te gusta, simplemente por el hecho que sea hija de mi enemigo, la detesto y te ordeno que la asesines o si no, lo haré yo.

—Atrévete a venir, Blake. Solo inténtalo.

—No fue difícil encontrar tu ubicación; así que haz lo que te ordené o no querrás ver morir a tu noviecita lentamente frente a tus ojos. Tienes veinticuatro horas y obedeces, te perdonaré la vida—la línea quedó muda y Egon se quedó mirando la pared con el teléfono aún pegado a su oreja. Shelby lo tomó de la cara para obligarlo a verla y se dio cuenta que los ojos de Egon estaban encendidos en llamas de locura y rabia. Tenía la misma mirada asesina de cuando lo vio por primera vez en aquella prisión de Austria.

—¿Egon? —murmuró ella, con cautela.

—Debemos irnos ya—dijo él y se apartó rápidamente de ella.

—¿Fue tu antiguo jefe quién llamó?

—Lamentablemente sí. Ahora ve a avisarle a los demás que nos largamos.

Shelby, aturdida, se alisó bien los pantalones y se recogió el cabello antes de salir y llamar a las habitaciones continúas. Mientras tanto, Egon se sentó en la cama con la vista perdida. ¿Cómo carajos Blake había descubierto su ubicación y número de teléfono? ¿Y por qué Norman estaba vivo? Egon pensaba que su primo estaba en coma, a punto de morir. De repente, el asqueroso teléfono volvió a sonar y él se levantó de un salto para atenderlo. Era otro número desconocido, pero diferente al anterior. Se aclaró la garganta y respondió.

—¿Qué se le ofrece? —intentó cambiar el tono de su voz.

"Demonios, ¿lo viste, Thomas? Este número no es de Egon." En cuanto reconoció la voz de Gabbe, Egon sintió alivio. Y era algo descabellado porque nunca pensó sentir esa clase de sensación por ese idiota.

—Gabriel—gruñó Egon, seriamente y hubo un silencio repentino. Sin embargo, alcanzó a escuchar cuchicheos a través de la línea.

—Hey, Peitz—saludó el chico de ojos azules con emoción— ¿dónde están?

—¿Tú dónde estás?

—Aquí en Nueva York con Thomas y la hermanastra de Shelby.

—¿Qué? Ya te imaginaba tres metros bajo tierra—Egon ahogó una risa nasal y Gabbe rio.

—No te vas a deshacer tan fácilmente de mí, Peitz.

En eso, Shelby entró con Trenton, Austin y Martha. Los tres con el cabello desaliñado y los ojos inflamados por el sueño. A simple vista se notaba la rigidez con la que se hallaban ahí. Estaban irritados y Shelby aún más. El cuarteto miró a Egon y él les hizo una seña con el dedo para que esperaran. Martha gruñó y sin miramientos se tumbó a la cama para continuar durmiendo, por lo que Trenton y Austin la imitaron y los tres yacían en la cama, esperando a Egon; mientras que Shelby miraba ceñuda a las tres personas recostadas.

—Sí, Shelby aquí está y más pronto que tarde estaremos allá—dijo Egon, arqueando una ceja—bueno, sí. Nos vemos, McCall.

Y colgó. Todos dejaron de fingir dormir cuando él pronunció ese apellido, todos menos Martha. A ella le importó un rábano y continuó con los ojos cerrados.

—¿Estabas hablando con... Gabbe? —quiso saber Shelby en voz entrecortada. Egon asintió y dejó el teléfono cargar— ¿él está bien? ¿y mi familia...?

El joven austríaco se frotó el puente de la nariz con las yemas de sus dedos y asintió.

—Él y Caroline están bien; ellos se encuentran con Thomas, en Nueva York.

—¿Y mi mamá... y Charlie? —el corazón le latió más rápido.

—No me comentó nada de ellos—sacudió la cabeza con incertidumbre—pero lo averiguaremos.

—¿Entonces de verdad tenemos que marcharnos? —interrogó Trenton, incorporándose de la cama con Austin. Martha solo tenía abierto un ojo y miraba con desdén a todos.

—Sí. Mi antiguo jefe me ha localizado; así que, a menos que quieran morir a causa de un ataque aéreo como ese chico, Black, les sugiero que nos vayamos ahora mismo—musitó Egon, poniéndose en pie. La anciana se levantó con desgana y con ayuda de los chicos.

—De igual manera ya quería irme—añadió la anciana con desasosiego.

«Gabbe McCall» [ANTES DE LA LLAMADA CON EGON]

Thomas apenas y salía del asombro. No pensó que, al abrir la puerta de su casa, se encontraría con el rostro de Caroline y Gabbe. Sí. ¡Gabbe!

—¿Cómo supieron mi ubicación? —preguntó Thomas.

—Con solo tener tu número de teléfono es fácil hallar a alguien—respondió Gabbe con cansancio.

—Fuimos a mi casa por tu número y Gabbe se encargó de buscarte—Caroline entró directamente a la casa de Thomas, escrutando a su alrededor con nerviosismo y Gabbe se unió a ella y miró al chico de ojos verdes que sostenía la puerta aún abierta.

—Mis padres no están en casa. Fueron a dejar a mi hermana a sus clases de gimnasia—explicó Thomas—están a salvo, de momento. Ahora díganme, ¿qué ocurre? —cerró la puerta y los animó a caminar a la sala.

—¿Tienes el número de Egon? —preguntó Gabbe, pasándose una mano por el cabello. Tanto él y Caroline estaban muy sucios y sudorosos.

—Creo que sí—Thomas rebuscó en el cajón de un mueble y sacó un papel—tuve que memorizarlo y luego anotarlo, toma—le entregó el papel y le señaló el teléfono.

—Gracias—susurró Gabbe y se sentó dispuesto a hablar con Egon. Caroline cogió a Thomas del brazo y los dos se situaron en la cocina, muy lejos de Gabbe para charlar en susurros.

—¿Qué pasó? ¿Cómo es que ustedes se conocen? —quiso saber Thomas.

—Larga historia, luego te contaré con detalles y así, ahora necesito que vengas con nosotros.

—¿A dónde? —las pupilas de Thomas se dilataron.

—Sé qué sabes más de todo esto que yo, pero quiero tener a alguien de confianza conmigo.

—Gabbe es de mucha confianza.

—No lo sé. Es tan raro como el novio de Shelby.

—Tienen lo suyo.

—La cuestión es—replicó ella, ignorando su comentario por completo—que quiero salvar a mi hermana de las manos de su propio padre biológico. Y haré lo posible para que no haya una tragedia.

—¿Dónde está ella? ¿Qué pasa? —se sobresaltó. Caroline le contó con detalles todo lo sucedido. Desde el hospital, la explosión y lo del viaje por los aires en paracaídas. Thomas absorbió como una esponja la información y se estremeció—maldición. Pasó tantas cosas y yo aquí, de brazos cruzados sin ayudar a nadie.

—Bueno, prepárate. Estás tan metido ahora como yo.

—Hablas como Shelby.

—Claro que no—rodó los ojos y le palmeó la espalda. Thomas suspiró y se deslizó hasta la nevera, donde sacó un bote de helado de fresa y tres recipientes de cristal con cucharas del mismo material. Caroline ayudó a servirlo en lo que Gabbe finalizaba la llamada.

—Entonces alguien se robó a Shelby del hospital—comenzó a decir Thomas, lamiéndose un dedo.

—Fue Austin realmente—declaró Gabbe riendo en el umbral de la puerta de la cocina—él se hizo pasar por un enfermero mientras el padre de Shelby hablaba con ella y cuando se fue, comenzó el plan.

—Me hubiera gustado tanto ver eso—canturreó Thomas y le dio su porción de helado a cada uno. Se recargó en la isla de la cocina a saborear la delicia.

—Yo no me di cuenta de nada—titubeó Caroline, mirando su helado—cuando me vine a dar cuenta, mi madre gritaba como loca. Después miré a este chico—señaló a Gabbe con la cuchara—y al salir del hospital, él lo hizo estallar en mil pedazos. Fue tan horroroso.

—Soy muy audaz—puntualizó Gabbe, embarrando la cuchara en el helado sin intención de comerlo.

—¿Y cómo fue que se hicieron amigos Egon y tú? —preguntó Thomas, muy interesado.

—Pensé que Austin te lo había contado.

—Sí, pero no es lo mismo oírlo de ti o de Egon.

Gabbe esbozó una sonrisa cansada y probó por vez primera el helado e hizo una mueca de gusto.

—¿Qué quieres saber? Tuvimos una riña fuerte, la razón fue Shelby, ya lo sabes—le guiñó el ojo—y nos dimos cuenta que somos prácticamente iguales, pero con personalidades diferentes.

—Dios, no sé cómo mi hermana pudo soportar a tantos chicos a su alrededor—interpuso Caroline, haciéndose aire con la mano. Estaba acalorada y el helado la ayudaba un poco. Entonces Gabbe arqueó una ceja en su dirección y le regaló un guiñó, demasiado seductor para el gusto de Caroline y se ruborizó. Thomas miró con complicidad a Gabbe y este asintió, respondiéndole a la mirada.

—¿Y qué fue lo que te dijo Egon? —se apresuró a preguntar Caroline, lamiendo la cuchara con nerviosismo. El rubor de su rostro se extendió hacia sus orejas y parte del cuello. Gabbe rio.

—Vendrán para acá en unas horas. No están lejos de Nueva York—contestó el chico con tranquilidad. Se quedaron en silencio los tres hasta que Gabbe concluyó con su helado y le dio las gracias a Thomas—préstame tu baño, Tom.

—Claro. Sube las escaleras y giras a la derecha. Es una puerta verde.

Gabbe asintió y desapareció de la cocina. Caroline aún comía su helado con lentitud fingida para no ver los aterciopelados ojos verdes de Thomas sobre ella.

—¿Es mi imaginación o Gabbe McCall y tú acaban de coquetearse frente a mí?

—Tu imaginación—replicó, azorada, refugiándose en las gotas de helado que quedaban en su plato. Y Thomas sacudió la cabeza.

—Como sea—repuso el chico, riéndose y dejando su plato y el de ella en el fregadero—ahora vuelvo, tengo que decirle algo a Gabbe que se me olvidó.

Caroline asintió y juntó las cejas al verlo correr hacia la escalera con tal prisa. Y encogiéndose de hombros, se sirvió más helado y fue a la sala a esperarlos. Thomas subió rápidamente y se plantó fuera del baño con la mirada puesta en sus pies, en espera de Gabbe; quién no tardó en salir con el rostro húmedo y el cabello alborotado.

—Presiento que me estás esperando para saber algo de Austin, ¿no? —los ojos azules de Gabbe lo miraron con malicia y Thomas se ruborizó, pero el chico de ojos verdes no respondió, solamente asintió, incapaz de mirarlo a la cara—Austin está con Egon, y vendrá en unas horas, podrás verlo en poco tiempo—lo tranquilizó con una sonrisa.

—¿Pero, él está bien?

—Supongo que sí. No lo he visto en días, pero es obvio que lo está—le revolvió el cabello con ternura—tranquilo. Él vendrá y podrán hablar tranquilamente.

—¿Ya lo sabes?

—¿Qué cosa? —increpó Gabbe, recargándose en la pared.

—Soy gay.

—Desde luego que sí. Lo sospeché desde un principio y esperaba a que me lo contaras.

—Es que no podía ir a por ahí diciendo mi orientación sexual—bromeó Thomas.

—Lo sé, pero no es algo malo. Digo, a mí me encanta las chicas y lo grito a los cuatro vientos, ¿por qué tú no?

—Porque mi situación es distinta. A mí me gustan los chicos y yo soy un chico.

—¡Mierda, Thomas! Te gusta otra persona, no un animal o un alíen.

—La sociedad repudia a los de mi clase y no los culpo—se acomodó los lentes en la nariz y suspiró.

—Ten por seguro que, si alguien se mete contigo solo porque te gustan los chicos, Egon y yo, le daremos tal paliza que no va a vivir para contarlo—Gabbe sonrió abiertamente y Thomas se sintió bastante bien, incluso feliz.

—Nadie nunca me había dicho esas palabras; gracias, amigo.

—Ve acostumbrándote porque soy tu amigo y te protegeré.

—¿También protegerás a Caroline?

—¿Caroline? —juntó las cejas.

—Sí. Ella.

—¿Qué tiene que ver con lo que estamos hablando?

Ella te gusta—afirmó Thomas. Gabbe soltó una risa cómica.

—¿Qué te hace pensar tan descabellada idea, Tom?

—Caroline es muy linda y veo como ambos se dirigen la mirada.

—Esa chica se la vive de mal humor, amigo—se frotó el ojo que tenía cerrado a causa de los golpes, el cual comenzaba a cambiar de color.

—No toques tu ojo—le riñó y Gabbe apartó la mano enseguida—mira, es lógico que niegues el gusto por ella, sabiendo de antemano que es la hermana de Shelby, pero no está mal si te gusta. Ella está sola y triste, necesita a alguien que la cuide y la ame, y tú necesitas a alguien a quién amar y proteger.

—Vaya, has perdido la cabeza—suspiró Gabriel sin dejar de sonreír—es muy hermosa, siendo sincero, pero todavía me interesa Shelby.

—Shelby tiene a...

—...Egon. Créeme que lo tengo más que presente—se frotó la barbilla con incertidumbre e hizo una mueca.

—Si quieres olvidarla, intenta fijarte en otra persona.

—Y ahí está el problema, querido amigo—dijo con tristeza—no quiero olvidarla nunca.

Transcurrieron los minutos. Y exactamente una hora después, los padres de Thomas llegaron y se quedaron un tanto desconcertados al ver a Gabbe y a Caroline. La madre del chico reconoció a Caroline y apretó los labios.

—Las visitas están prohibidas—objetó la señora de manera violenta.

—Mamá...

—¿En qué quedamos, Thomas? —su padre le envió una fría mirada y él bajó la cabeza con vergüenza. Gabbe se levantó del sofá con el semblante endurecido y agarró a Caroline de la mano. Ella estaba aturdida por la reacción de aquellas personas.

—No se preocupen, nosotros nos vamos—jaló suavemente a Caroline y se encaminaron a la puerta.

—¡No, esperen! —exclamó Thomas y giraron para verlo—voy con ustedes. Cualquier lugar es mejor que aquí.

—Si pones un pie fuera de la casa una vez más, Thomas, juro que te desconocemos como hijo—sentenció su madre. Y el chico se acercó al perchero donde descansaba su chaqueta y se la colocó sobre los hombros, sin apartar sus ojos verdes de la cara de sus padres.

—Con permiso, señores—replicó con una sonrisa de oreja a oreja y agarró la otra mano de Caroline—vendré por mis cosas más tarde.

—¡No te molestes en volver! —espetó su padre, claramente furioso. Gabbe abrió la puerta y les brindó el paso a ambos y al final salió él, pero no sin antes dirigirles una mirada hostil y despreciable a ese par de personas mezquinas. ¿Cómo podían echar a su propio hijo solo por salir con sus amigos?

—No debiste venir, te han echado por nuestra culpa—balbuceó Caroline.

—Creo que ya esperaba algo así, no te preocupes—Thomas pateó una piedra y los abrazó por encima de los hombros— ¿a dónde vamos?

—Supongo que tendremos que esperarlos aquí cerca, porque les dije que estábamos contigo, Tom.

—Fabuloso, Gabbe—siseó Thomas—espero no se les ocurra llamar a la puerta o por teléfono.

Anduvieron caminando dos calles más y se sentaron al borde de la acera. El sol estaba en su mejor punto, pero gracias a un árbol torcido y lleno de hojas, el calor fue más soportable. Gabbe miró por el rabillo del ojo a Caroline, ella estaba sonrosada a causa del sol y se miraba adorable. Sus mejillas rojas realzaron su belleza escondida y sus largas y rizadas pestañas barriendo sus pómulos al parpadear eran deslumbrantes. Él se obligó a dejar de verla y esperar la llegada de Shelby. La espera tardó alrededor de dos horas. El sol les pegaba justamente en la cara y no había ningún refugio donde ocultarse de los rayos solares. Los tres chicos estaban poniéndose bronceados de una manera excesiva. Entonces Gabbe caminó unos pasos lejos de ellos sin decirles nada. En su leve caminata encontró el pedazo de una caja lo suficientemente ancha para cubrirse los tres. Estando de vuelta, colocó el cartón por encima de unas ramas del árbol, provocando así... una grandiosa sombra que refrescó el ambiente.

—Muchas gracias. Me estaba quemando vivo—agradeció Thomas.

De pronto, vieron pasar un Peugeot 301 negro, último modelo, a toda velocidad. Al principio se quedaron viéndolo estacionarse frente a la casa de Thomas, pero reaccionaron mucho después. Del asiento del conductor descendió Egon. Su piel bronceada y su escultural cuerpo estaba enfundado con unos Jeans de mezclilla, converse negros y una playera gris. Su cabello bien peinado estaba húmedo y sus lentes de sol lo hacían lucir más sexy que de costumbre. Incluso; para darle un toque más rudo, en su mano llevaba un cigarrillo a la mitad, lo cual tiró al suelo y pisó la colilla con el pie. Y del copiloto, bajó Shelby. Su melena castaña se alborotó con el aire y sus ojos mieles se postraron en Egon durante un momento. Caroline no podía salir de su asombro al ver a su hermana tan cambiada. Traía puesto un vestido corto de flores y unas sandalias. Y del asiento trasero salió Trenton vestido igual de increíble con lentes de sol y ropa casual. Después bajó una anciana con mucho estilo y otro de los amigos de Shelby, que era muy guapo, solo que él en vez de estar fumando, llevaba una lata de cerveza Sol en la mano. Todos parecían estar sacados de una película de acción en la que eran guapos, pero que sabían pelear de forma atractiva. Thomas tragó saliva al ver a Austin y Gabbe sonrió.

—¡Hey, por aquí! —gritó Gabbe y todos volvieron el rostro a ellos. Egon Peitz miró fijamente a Caroline y esta apretó los labios un tanto alarmada. Ya había olvidado su aspecto y se estremeció.

—¡Vengan aquí! —gritó Thomas. Egon frunció el ceño y obligó a todos a volver a meterse al auto. Y en cuanto estuvieron estacionados junto a ellos, bajaron. Caroline ahogó un grito al estrechar sus brazos sobre Shelby. Egon, por su parte, saludó amistosamente a Thomas y a Gabbe, mientras que Martha bufaba del aburrimiento dentro del auto— ¡Martha! —ahogó un chillido Thomas, corriendo a ella— ¡Estás viva!

—Claro que estoy viva, chico, yo los voy a enterrar a todos—rio la anciana y lo abrazó.

—¡Ya era hora, Peitz! —vaciló Gabbe y Egon se quitó los lentes solo para rodar los ojos de fastidio y volvió a colocárselos en el puente de la nariz.

—¿Qué te pasó en la cara? —le preguntó a su vez.

—Dorian, ya sabes—hizo una mueca y en eso, Shelby lo abrazó por detrás —¡Hola!

—¿Estás bien? Pensé que algo te había pasado—ella se aferró a la firme espalda del chico y Egon simplemente estrechó los ojos, pero no hizo ningún comentario. Se pusieron a parlotear de la locura y nadie reparó en Austin y Thomas. Ambos chicos se encontraban frente a frente, incapaces si quiera de mirarse a los ojos. Austin había tomado la iniciativa de cogerle una mano y entrelazar los dedos con los suyos. Y Thomas tragó saliva.

—M-Me alegra m-mucho verte, A-Austin—tartamudeó.

—¿Tienes miedo de mí?

—N-No.

—¿Entonces por qué no me miras?

Extendió su otra mano libre y le tocó la barbilla a Thomas con suavidad. Poco a poco fue levantándole la cara hasta que la mirada de Thomas se cruzó con la de Austin. Los dos tenían el mismo color de ojos, pero en ese instante, se fusionaron. A Thomas se le dilataron las pupilas cuando Austin dio un paso cauteloso a él y le acarició el cuello con ternura. Y sin dejar de mirarlo fijamente, el gemelo acercó su rostro al suyo y pegó sus labios con los de Thomas. Instantáneamente cerraron los ojos, sintiendo la calidez del uno y el otro. Besar a Thomas era como besar una nube de algodón. Dulce, suave y deliciosa. Y besar a Austin era como morder una fruta cítrica, capaz de empaparte los sentidos y te dejarte con ganas de mucho más. Eso sintieron solamente al roce de labios, pero todo cambió cuando Austin aventuró a abrirle los labios a Thomas para besarlo como solo él sabía besar.

—No creo hacerlo bien... —murmuró Thomas sobre sus labios.

—Deja que yo me encargue—contestó Austin, dándole un beso tierno en los labios antes de llevarlo al cielo


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