Dark Beauty © Libro 1. (TERMI...

By MiloHipster

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Dicen que los asesinos y criminales para que puedan ejercer su labor de asesinar o torturar, necesitan tener... More

Prólogo
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#Nota VIII
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CAPÍTULO FINAL 92
Epílogo
Extra
Personajes
Aviso.
DEDICATORIA
RECOMENDACIÓN ;)
AGRADECIMIENTOS

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By MiloHipster

—Mientes. Mi padre es una persona de bien, él nunca sería un criminal—se rehusó a creer lo que Gabbe había dicho y notó que en la mirada del chico había tristeza. Shelby se negó a llorar y apretó los labios, apartándose de Thomas. Si su padre realmente fuese un narcotraficante, ella lo sabría, pero tanto Egon como Gabbe lo habían afirmado— ¡No! —repitió, abrumada y se abrió paso fuera de la habitación. Empujó a Gabbe con el hombro y echó a correr lejos de todos. Thomas miró furtivamente al chico y corrió detrás de ella. Shelby subió hasta el tercer piso de aquella mezquina casa y se encerró en la primera habitación que encontró. No del todo una habitación en el sentido de la palabra, era más parecida a una bodega de cosas viejas sin utilidad alguna. Golpeó los objetos con furia y se deslizó al suelo con el rostro curtido de sudor y lágrimas deseosas de descender por sus mejillas. Estaba furiosa. Dejó escapar numerosos sollozos y temblores corporales, incapaz de retomar el control en sí misma. No lloraba porque su padre fuese un maldito criminal, ya que, en sí, le importaba una mierda. Tampoco lloraba porque Gabriel McCall también lo fuese... o quizás solo un poco. Estaba furiosa por las mentiras. Lloraba porque anhelaba estar con Egon. Abrazarlo y escuchar su voz. Solo él podía tranquilizarla en ese momento. Ella vivía por él. Solo por él. Y ahora que él no se encontraba a su lado, sentía que su vida no era más que una ilusión, así como un oasis en el desierto. Algo imposible en un lugar desértico. Se limpió el rostro con violencia y se incorporó del suelo con decisión. Apretó ambos puños y los incrustó en la puerta de madera una y otra vez, desatando su coraje— ¡no, no, no! —gritó al tiempo que sus nudillos se iban poniendo rojos y morados. Otra herida física, menos dolor en el corazón— ¡no! —gritó una vez más, sintiendo como la sangre brotaba de sus nudillos— ¡no es suficiente!

Se apartó tambaleando de la puerta y rebuscó entre los objetos que se alojaban ahí para ver si tenía suerte de encontrar una tijera o algún objeto punzo cortante que pudiera servirle. Dio en blanco: Alfileres gruesos. Tiró la caja de estos y se esparcieron por el suelo de azulejo. Apresurada y con las manos llenas de sangre, se sentó con las piernas abiertas en torno a los alfileres y tomó uno. Se acarició la piel del antebrazo con la punta filosa y cerró los ojos cuando la deslizó más abajo, al inicio del corte cicatrizado de su muñeca. Volvió a recorrer el alfiler hacia arriba, hasta situarlo justo en vertical a lo largo de su antebrazo y comenzó a presionarlo con fuerza. Las lágrimas se habían ido. El dolor amenazaba con irse al primer corte. De pronto, un golpeteo de la puerta la hizo estremecer y se dio cuenta que debía darse prisa. Profundizó la punta del alfiler a su piel y cerró los ojos cuando se hundió a su piel, abriéndola lentamente. Abrió los ojos cuando sintió el líquido caliente, que tanto conocía, resbalar por su brazo hasta el suelo. Una sonrisa tranquilizadora atravesó sus labios y cogió un puñado de más alfileres, se los llevó a los labios y después, al tiempo que la puerta se abría bruscamente, los acomodó en fila y sin vacilar, viendo a los ojos horrorizados de Thomas, se los enterró en el otro brazo con fuerza y después tiró hacia atrás. Cortó su piel como si fuera papel, en línea recta hasta la muñeca.

—¡No! —gritó Thomas y se abalanzó a ella, pero ya era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho. Shelby sintió una calma profunda y suspiró antes de cerrar los ojos y caer en los brazos de su amigo— ¡Gabriel! —comenzó a vociferar Thomas con rudeza. Incluso su voz era más varonil que cualquier hombre heterosexual— ¡Maldito imbécil, Gabriel!

—¡Qué pasa! —respondió este y se quedó estupefacto y sin aliento en el umbral.

—¡Llama a Emergencias! —espetó, Thomas, encontrando la manera de cargar a su amiga sin lastimarla aún más. Ella se encontraba en un charco de sangre que iba creciendo poco a poco. Gabbe echó a correr a alguna parte y Thomas apretó el rostro de Shelby a su pecho—eres muy frágil, Shelby. No sé si podré soportar verte así—susurró en su oído—y tampoco sé cómo le diré esto a Egon, él confió en mí para cuidarte y le fallé.

—¡No la toques! ¡Moverla puede ser mortal! —le espetó Gabbe, detrás.

—¿Ya llamaste a Emergencias, cerdo idiota?

—Ya lo hice—hizo una mueca y rodeó a Thomas y a Shelby—ella necesita ayuda.

Alargó una mano y le tocó el cuello para cerciorarse de que aún tuviera pulso. Y afortunadamente había, pero muy débil.

—¡Deja de tocarla!

—La estoy revisando—susurró Gabbe y alejó su mano. Al cabo de diez minutos de total agonía, la ambulancia llegó y los paramédicos subieron corriendo hasta el tercer piso, donde Thomas les cedió el paso para atenderla.

—¡Se está muriendo! —gritó un paramédico— ¡tanque de oxígeno, ahora! ¡tenemos que parar la hemorragia...!

Gabbe se quedó estático en su sitio, mirando como a la hija de su jefe se la llevaban a un hospital moribunda con muchas cortadas en el cuerpo y supo que no podía dejar que eso continuara así. Por lo que le dio un teléfono a Thomas, para que se comunicara con él por cualquier cosa, ya que el chico estaba más que decidido a ir con Shelby.

—Llámame si hay noticias después—le dijo. Thomas lo miró de soslayo—tengo que avisarle a su padre de esto.

—Dile a su padre de mi parte que es un maldito imbécil. Y tú también.

—Lo sé. Soy un maldito imbécil—reconoció. Gabbe sonrió débilmente y Thomas le dio una palmada el hombro como despedida y entró a la ambulancia. El chico de ojos azules como el cielo con un toque eléctrico en ellos, miró a la ambulancia alejarse y después fijó la vista en sus decenas de hombres que esperaban órdenes que acatar—nos vamos a Nueva York—sentenció—lleven todas las armas que puedan. Correrá sangre y quizás no salgamos vivos de esto.

—¿A qué se refiere? ¿El Sr. Tyler ha dado órdenes para...?

—El señor Tyler no tiene nada que ver en esto. Es orden mía.

—Pero nosotros...

—Es bajo mi responsabilidad y si algo sale mal, yo sufriré las consecuencias.

Aquella respuesta dejó aliviados a la mayoría de hombres y estuvieron de acuerdo.

[HORAS DESPUÉS]

Thomas se arreglaba el cabello a diferentes lados y con nerviosismo, siendo víctima del escrutinio de las demás personas en la sala de espera. Había llegado con un pijama y sumándose la sangre seca de Shelby en ella, era obvio que no iba a pasar de desapercibido. Estuvo en ese ambiente fúnebre por casi seis horas. Su estómago estaba tan hambriento que incluso el hambre se le había esfumado dos veces y había vuelto otra vez. Se sentía mareado, pero solamente Shelby lo mantenía con los ojos abiertos.

—¿Te sientes bien? —le preguntó una enfermera cuando lo vio inclinarse hacia adelante con los ojos cerrados, incapaz de sostenerse en el asiento.

—¡Hamburguesas! —gritó Thomas al sentir la mano de la enfermera y volvió en sí—esto... perdón. Es decir, me siento bien, solo que muero de cansancio, tengo hambre y necesito tener noticias de mi amiga.

—¿Nombre de tu amiga? —chasqueó la lengua y sacó una libreta.

—Shelby Cash.

—Shelby Cash—repitió al tiempo que revisaba la lista y alzó una ceja—ajá. Ella ha pasado a terapia intensiva.

A Thomas se le revolvió el estómago vacío.

—¿Qué? ¿pero está bien? ¿puedo pasar a verla?

—Por el momento no. Está delicada y necesitamos que sus padres estén presentes.

—Ellos están lejos—intentó levantarse de la silla y sus piernas flanquearon.

—Aguarda aquí. Te traeré algo que comer porque no puedes ser otro paciente aparte de tu amiga—anunció y Thomas asintió, agarrándose el estómago.

La enfermera se alejó a pasos apurados y él a regañadientes sacó el teléfono de Gabbe y marcó a la policía. No tenía opción. No tenía el número de los padres de Shelby y como la policía la buscaba, le pareció razonable.

—Emergencias del 911, ¿en qué puedo ayudarle? —contestó un hombre.

—Tengo noticias sobre la chica desaparecida, Shelby Cash—comenzó a decir.

[UN DÍA Y MEDIO DESPUÉS]

—¿Cómo es posible que te prestaras a semejante barbaridad, Thomas? —le espetó Trixie Cash al muchacho, que se abrazaba a sí mismo. Ellos habían llegado de inmediato a Atlanta.

—Egon es un buen chico, incluso Gabbe—abogó por ellos. Él se encargó de relatarles hasta el último detalle, incluso sobre la verdadera identidad del padre de Shelby, Dorian Tyler. Solo que no impactó a la madre, pero al padrastro y hermanastra de su amiga sí—Shelby no pudo con la verdad de saber a lo que se dedicaba su padre y con la noticia, supongo que se vio obligada a hacer lo que hizo y pido perdón por no haberla cuidado.

—¡Egon Peitz no puede ser un buen chico! Hizo una masacre en Nueva York en la que casi toda la ciudad muere.

—Lo hizo con un propósito...

—¡No digas nada más! —siseó Trixie cerrando los ojos y enjuagando una lágrima en los brazos de Charlie—oímos su mensaje en la tv.

—¡No me importa que el novio y el padre de mi hermana sean criminales, yo quiero verla! —chilló Caroline, frotándose las manos en sus mejillas. Su cara estaba hinchada de tanto llorar—si pierdo a Shelby, creo que en verdad me mato. Me sobrepuse con la muerte de Evan, pero no creo poder lidiar con la de ella.

—¡No va a morir! —sentenció Charlie, sorbiendo por la nariz. A pesar de que no era el padre biológico de Shelby, la quería como su hija.

—Dorian tiene que saber lo que ha provocado—masculló la madre, molesta.

—¡No! —se apresuró a decir Thomas—mejor hable con Gabbe. Él se encargó de tener a salvo a Shelby estas dos semanas.

—Él también es un criminal, ¿no?

—Sí. Pero le aseguro que es más amigable que Egon, incluso tierno—se ruborizó y le entregó el teléfono donde estaba agendado el número de Gabbe.

«Nueva York»

Gabbe había llegado a la ciudad, conduciendo a una velocidad excesiva y omitiendo los límites de velocidad que iniciaba la carretera. Detrás de él, las demás camionetas lo escoltaban. Había preferido no marcarle a su jefe, pero de todas maneras lo hizo. Él necesitaba saber que Shelby ya sabía sobre su trabajo y que, a raíz de ello, se autolesionó y que quizás se encontraba gravemente en el hospital. Le hervía la sangre de solo pensar en el dolor de esa chica. ¿Cuánto dolor albergaba en su alma y corazón para provocarse dolor en la piel y así sentirse mejor? No lo sabía.

—Hola, Gabbe.

Al escuchar la voz de Tyler, apretó la mandíbula e intentó serenarse.

—Le comunico que su hija ya sabe a lo que se dedica y, por lo tanto, ocurrió una desgracia.

—¡¿Qué?! Habla. Escupe completamente todo lo que ha ocurrido.

—¿Ya vio las noticias sobre lo de Nueva York?

—Sí. He enviado a mis mejores francotiradores por él—masculló.

—La noticia de ese sujeto llegó a los ojos de Shelby y bueno, como usted sabe, su hija se autolesionó y está de gravedad en un hospital de Atlanta y un amigo suyo la está cuidando.

—¿Qué has dicho? No puede ser, ella... ¡¿Dónde estás tú?!

—Voy a Nueva York.

—No. Vuelve con mi hija. Egon Peitz no es tu asunto. Ve y cuida a Shelby.

—No—interpuso—usted no sabe lo que tengo en mente y quiero que me deje hacer lo correcto.

—¿De qué hablas, McCall? Obedéceme.

—No—colgó y dejó el teléfono en silencio. Le dolía la cabeza. Y se sorprendía darse cuenta que le había llevado la contraria a su jefe solo por una chica. Una chica que conocía de solo dos semanas y unos días. No la amaba, pero le interesaba. Vaya. De tantas chicas en el mundo, se fijó en una suicida que moría de amor por un homicida. Se enamoró de la chica equivocada y perfecta. "BIP, BIP" Frunció el ceño y redujo la velocidad. Se encontraba a diez minutos de acceder a la ciudad de Nueva York. Miró distraídamente la pantalla y se alivió de ver que no se trataba de su jefe. Era Thomas. Presionó el botón de atender la llamada y contestó— ¿hola?

—No sé quién demonios seas y tampoco me interesa—masculló una voz con odio del otro lado de la línea. Era una mujer—soy la madre de Shelby Cash y Thomas me ha dicho que te llamara a ti antes que a Dorian.

Gabbe chasqueó la lengua y suspiró.

—Ha hecho lo correcto—respondió— ¿cómo está su hija?

—Mal. Grave. A punto de morir. Por tu culpa. Por la de todos—carraspeó.

—Tranquilícese. No soy el novio de su hija para que me hable de esa manera. Yo no tengo la culpa de lo ocurrido.

—Eres un criminal—afirmó la madre de Shelby.

—A veces no hay otro camino, señora Cash—replicó con suavidad.

—Egon es un criminal y se enorgullece.

—Yo también me enorgullezco, más no cuando mato personas—repuso—pero no quiero hablar de mí. ¿Se le ofrece algo?

—¡Quiero saber si estás de nuestro lado o del bastardo de Peitz! —lloriqueó la señora Cash y Gabbe sintió una punzada de tristeza por ella.

—Estoy a sus órdenes, señora Cash—dijo seriamente—dígame que puedo hacer por usted.

—¿Le dirás a Tyler que te he llamado?

—No.

—Entonces quiero que te encargues de matar a Egon Peitz. Hazlo. Mátalo, pero que nadie se dé cuenta; no quiero que haya una masacre. Lo quiero muerto solo a él.

Gabbe se mordió los labios y asintió. Pensó que Shelby moriría si se enteraba de ese trato, pero de todas maneras... ella terminaría lesionándose si Egon no estaba a su lado.

—¿Promete que no le dirá nada a Shelby de lo que me ha pedido? No soportaría que ella me odiara si se entera que le he dado muerte a su novio.

—No le diré nada, pero cumple con tu palabra—sollozó—serás bien recompensado.

—Está bien—aceptó, sintiéndose una mierda—mataré a ese chico.

No estaba en mente matarlo. Solo tenía pensando hablar con él y decirle lo de Shelby y quizás... unirse a su lado para ayudarlo a matar a los demás hombres que iban tras él. Pero ahora, francamente le había prometido a la señora Cash que mataría a Egon. Era incluso cómico. Le estaba sirviendo a ambos padres de la chica que le gustaba y se le antojó desagradable. Ahora en vez de llamarse Gabriel McCall, se llamaría a sí mismo "Gabriel, alias Gabbe doble cara imbécil y bobo". Sacó la mano, y les hizo señas a los demás que se adelantaran. Una camioneta se colocó paralelamente con él y Gabbe sacó la cabeza y se quitó los lentes de sol. Sus ojos azules centellaron por la luz del sol.

—Entren a la ciudad por diferentes calles. Y nos reuniremos en Central Park—ordenó.

—¿No quiere que uno de nosotros lo escolte?

—No. Hagan lo que ordené—gruñó. Se detuvo completamente y esperó a que todos lo rebasaran. Gabbe se puso en marcha cuando notó que ya estaban muy lejos y se deslizó por una calle silenciosa para alejarse de ellos. Llegó sorpresivamente rápido en donde había reinado el caos. Los edificios seguían echando humo y estaba totalmente cerrado el paso para autos o personas. Había muchos policías y bomberos. A pesar de que ya tenía más de un día de haber ocurrido. Aparcó detrás de una patrulla y bajó de la camioneta con los lentes de sol puestos. Examinó todo a su alrededor y se metió una menta a la boca. Saboreó la frescura y comenzó a andar en dirección a la valla que le impedía el paso. Los sucesos seguían siendo filmados. Se situó detrás de unas personas, justo enfrente de una de las cámaras de tv. Se palpó los bolsillos y sacó una hoja de papel arrugada, le pidió prestado a una chica un bolígrafo y ella sin pensarlo se lo dio con una gran sonrisa. Gabbe garabateó el nombre de "Egon Peitz" en la hoja y le devolvió el bolígrafo a la fémina. Y deslizándose hacia adelante, alzó el cartel en alto justo en la cámara. No sabía la ubicación de Egon y esperaba que ese anuncio mediocre hiciera que el novio de Shelby lo buscara. Él tenía derecho también de saber lo que a ella le había sucedido.

«Egon Peitz»

Miraba con desdén la pantalla de la computadora detrás de Kevin Black. La ubicación de Norman estaba en Austria, al igual que la de Lola.

—Al menos no la han enviado a Rusia—dijo en voz baja, para que Trenton no escuchara. Y seguía sin encontrar la ubicación precisa de Shelby. Ella a veces parecía estar en un lugar, pero al segundo, en otro, incluso llegó a aparecer en Japón. ¡Era como si la tierra se la hubiera tragado! Y eso le estresaba. Decidió quitarse el estrés con un magnífico plan: Provocar un desastre para captar la atención de Marlon Blake y la de Dorian Tyler. Aun no podía creer que ese hombre era el padre de la chica que amaba. Era el enemigo de su ex jefe. Se odiaban a morir.

—Todavía sigo sin creer que hayamos matado gente inocente—murmuró Trenton, después del caos.

—Te vas a acostumbrar—lo animó Austin, riéndose—la muerte corre por tus venas ahora.

Kevin les había otorgado las llaves del ático de su casa para que estuvieran seguros, pero a escondidas de sus padres y al parecer, había sido buena idea.

—Espero que algún día me dejen formar parte de su club—añadió Kevin con enfado mientras manipulaba la computadora.

—Eres un niño y no quiero que tengas problemas con la policía a temprana edad como yo—le respondió Egon, mordiéndose el pulgar distraídamente. Tenía un leve moretón en la nariz, gracias a un idiota que lo golpeó al tratar de salvar a los policías. Mató a todo ser viviente que estaba a la vista y huyó con Austin y Trenton a toda marcha con el Tsuru de Martha, el cual recuperaron cuando Shelby se fue con esos sujetos.

—Boberías. Yo podría ayudarles con rastrear a sus víctimas.

—Quizás lo hagas. Ahora sigue buscándola.

—Uhm—dijo el chico—acabo de darme cuenta que la familia de Shelby se encuentra en Atlanta, al igual que ella, es raro porque esto me lanza el nombre de un hospital...

—¿Todos? —preguntó con seriedad. El chico asintió.

—Y... espera... —dijo y Egon, Austin y Trenton se reunieron detrás del rubio—creo que ya sé la ubicación del sujeto que también querías rastrear.

—¿Gabriel McCall? —las pupilas de Egon se dilataron.

—Sí—repuso, pensativo y tecleó a toda velocidad.

—¿Qué hay con él? ¿Ya sabes dónde está? —preguntó Austin con recelo. Egon apretó la mandíbula.

—Está aquí en Nueva York. Acaba de llegar—contestó Kevin, estrechando los ojos—está justamente en donde fue el tiroteo.

En eso, Trenton encendió la tv en blanco y negro y vieja que había en el ático.

—¡Egon! —gritó y él volvió el rostro a verlo—mira, hay un sujeto en la tv y tiene una hoja con tu nombre.

Egon se apresuró a echar un vistazo y le dio un puñetazo a una mesita de madera, partiéndola en dos.

—Ahora sí, imbécil. Te mataré de una vez por todas—siseó y otra especie de demencia atravesó sus ojos negros como el abismo del océano, frío, helado y letal.


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