Dark Beauty © Libro 1. (TERMI...

By MiloHipster

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Dicen que los asesinos y criminales para que puedan ejercer su labor de asesinar o torturar, necesitan tener... More

Prólogo
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#Nota VIII
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CAPÍTULO FINAL 92
Epílogo
Extra
Personajes
Aviso.
DEDICATORIA
RECOMENDACIÓN ;)
AGRADECIMIENTOS

71

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By MiloHipster

Shelby abrió los ojos y se dio cuenta que ya no estaba en el incómodo asiento de la camioneta de Gabbe, sino en una superficie suave. Escrutó todo a su alrededor; las paredes de aquella habitación eran de color cobre con algunas pinturas dándole un toque elegante y a la vez frívolo. La recámara medía quizás diez metros cuadrados y se sintió intimidada. La intriga de no saber dónde se hallaba con exactitud, le molestó. Sabía que la ciudad en la que estaba era Atlanta, Georgia, pero no en qué parte. Ni si quiera Thomas estaba presente. Se deslizó fuera de la cama y se percató que su ropa había sido sustituida por una más cómoda. Ruborizada y enfadada, salió de ahí en busca de Gabbe o de Thomas. Giró en redondo, admirando la majestuosidad de esa casa. Era enorme y le dio temor perderse en los pasillos. Minuciosamente caminó en línea recta con los ojos bien abiertos y los oídos agudizados por cualquier sonido sospechoso. Dobló a la izquierda con demasiada brusquedad y se estampó en algo suave y firme a la vez; pero fue con tal fuerza que Shelby cayó de espaldas sobre la alfombra del suelo, la cual amortiguó su caída.

—Justamente iba a buscarte—canturreó Gabbe, riéndose. Se inclinó a ayudarla a incorporarse y Shelby gruñó. Él ya no andaba la misma ropa, sino prendas mucho más cómodas que las anteriores. Le quedaban muy bien las bermudas y la playera ligera color púrpura que tenía estampada la imagen de Frida Kahlo. Y las sandalias que portaba dejaba al descubierto unos pies perfectamente lindos y pecosos al igual que su rostro.

—¿Dónde está Thomas?

—Durmiendo.

—¿Dónde?

—En la habitación continúa a la tuya—juntó las cejas y la escaneó de arriba abajo—Connie hizo un gran trabajo al ponerte esa ropa.

—¿Connie?

—La chica de la limpieza. Le ordené que te cambiara de ropa, si no te molesta—suspiró y una sonrisa traviesa se plasmó en sus labios—a no ser que te hubiese gustado que yo lo hiciera.

—Tus chistes son muy malos—objetó ruborizada y comenzó a caminar lejos de él.

—¿A dónde vas? —preguntó él, siguiéndola.

—Tengo hambre y quiero una hamburguesa.

—Haberlo dicho antes, vamos—Shelby se sobresaltó cuando Gabbe la tomó de la mano y la hizo detenerse para que ella lo siguiera en la dirección contraria.

—¿Qué? —frunció el ceño tras correr con perplejidad muy cerca de él. Gabbe dobló varias esquinas de los pasillos hasta que se detuvo frente a una enorme escalinata que parecía ser de mármol. Y el barandal de plata—también quiero hablar con mi mamá, ya quiero ir a casa—añadió, azorada. Pero él no respondió, simplemente se limitó a asentir y a tirar de ella para descender al piso inferior. Caminaron varios pasillos más hasta que llegaron a lo que parecía ser la cocina de un restaurante sumamente costoso. Shelby se preguntó por qué demonios la había llevado ahí. Además, era el colmo que ella estuviese agarrada de la mano con un chico que no era Egon Peitz. Con molestia, se soltó de la mano de Gabbe, dejándolo sorprendido—no vuelvas a agarrarme de la mano, ¿de acuerdo? —le espetó.

—Tranquila—alzó ambas manos con las palmas hacia ella—no pretendía incomodarte.

—Lo has hecho desde que nos conocimos—masculló y se alejó de él unos pasos, rodeando la isla de la cocina para que una distancia entre ellos fuese notoria.

—Solamente estoy cumpliendo unas malditas órdenes, Shelby Cash—musitó él, claramente molesto. Sus ojos azules ardían de desasosiego e hizo una mueca. Miró a otra parte que no fuera ella y respiró hondo antes de volver a verla. Shelby miró perpleja que los ojos del chico habían vuelto a relajarse y a mostrarse cálidos y llenos de dulzura. Sus cambios de humor le intimidaron. Egon también sufría de problemas de temperamento, los cuales los sacaba sin miramientos; en cambio Gabbe, él se lo tragaba por completo y al segundo actuaba como si nada y aquello era incluso peor. Gabbe era más intimidante que Egon.

—Quiero mi hamburguesa—declaró ella, mordiéndose el pulgar. Cuando conoció a Egon, tuvo que aprender a acoplarse a él y mientras que Gabbe siguiera acechándola, tenía que hacerlo también.

—Están en la nevera, solo hay que calentarlas, pero si quieres, podemos pedir pizza para ahorrarnos el descongelado de las hamburguesas.

Y Shelby se dio cuenta de otro detalle: a Gabbe le gustaba la pizza, así como a Egon la hamburguesa.

—¿Crees que la pizza esté aquí lo antes posible?

—Desde luego que sí—asintió y se aproximó al teléfono de la cocina. Shelby aguardó un momento sentada en la isla de la cocina a que Gabbe terminara de ordenar. En lo que esperaba, se dio a la tarea de husmear un poco más en la casa y buscar alguna salida por si había algún tipo de inconveniente. Salió por la puerta trasera y se encontró con un amplio jardín lleno de rosales y distintas canchas donde jugar baloncesto, tenis y fútbol. Realmente había dormido mucho porque el cielo volvía a oscurecer lentamente, obstruyendo la preciosa vista de aquel jardín— ¿sabes jugar baloncesto? —Shelby saltó del susto y se agarró el pecho para no darle un ataque al corazón—supuse que no te asustarías, lo siento—se disculpó Gabbe, pasándose una mano por el cuello.

—Estoy bien—le aseguró y miró que él sostenía un balón de Básquetbol en su brazo—podría patearte el trasero jugando baloncesto.

—Ah, ¿sí? —alzó una ceja en su dirección y sus ojos brillaron de orgullo—no lo creo. Soy muy bueno.

—¿Qué pasa si te gano? —lo desafió.

—Evitas que te bese—respondió él, esbozando una sonrisa torcida que dejó pasmada a Shelby.

—¿Y si pierdo?

—Me das un beso o si no te atreves, yo te beso—dijo.

A Shelby le dieron ganas de patearle la cara. ¿Por qué tenía que ser tan tonto? Ni si quiera podía pensar realmente bien.

«TRANQUILIZATE, TONTA. EGON PEITZ ES EL AMOR DE TU VIDA. CALMA TUS HORMONAS, GABBE SOLO ESTÁ SIENDO COQUETO. CÁLMATE», le gritó su subconsciente. «OH, VAMOS, SABES QUE YA TE GUSTA ESTE CHICO. ADEMÁS, EGON NO ESTÁ AQUÍ. APROVECHA MIENTRAS PUEDAS», replicó su locura y sacudió la cabeza para pensar.

—Tenemos treinta minutos antes de que traigan la pizza—le recordó Gabbe, sonriente—es el tiempo adecuado para ganarte y recibir mi premio.

—¿Por qué quieres besarme? —le preguntó sin pensar y se cubrió la boca con las manos.

—Eres muy bonita—respondió él, sin dejar de sonreír—y quiero probar qué tan bien besas.

—Tengo novio—sentenció ella a la defensiva.

—Lo sé, pero no estoy tratando de enamorarte, solo quiero besarte.

—A Egon no le gustará y te romperá la cara si lo haces.

—Egon no está—dio un paso a ella y Shelby retrocedió mecánicamente sin dejar de verlo a los ojos—no voy a besarte a la fuerza, solo es una apuesta.

—Voy a ganar—siseó Shelby, quitándole el balón y Gabbe sonrió.

—Tengo motivación para ganarte, Shelby Cash—le advirtió y echó a correr en medio de la oscuridad. Aplaudió un par de veces y la cancha de baloncesto se iluminó por los faroles que había a cada esquina. Shelby miró boquiabierta al chico que esperaba ansioso por derrotarla y besarla. También ella corrió a la cancha y se plantó frente a él.

—¿Listo para perder? —preguntó ella, riéndose.

—Estoy listo para besarte—le guiñó el ojo y ella rio aún más. El balón se alzó en el aire y Gabbe se aproximó a cogerlo. Shelby lo siguió e intentó obstruirle el paso hacia la canasta, pero falló. Él encestó limpiamente y se dio la vuelta para lanzarle el balón con su sonrisa maliciosa.

—¡Diez y diez! —le gritó Shelby al otro extremo y él asintió. Entonces ella comenzó a rebotar el balón, viendo como Gabbe corría en su dirección y ágilmente se deslizó entre los brazos de él y corrió más deprisa en busca de la canasta; pero cuando saltó para encestar, la pelota resbaló de sus manos y rodó a Gabbe. Y este, en vez de darle la oportunidad, echó a correr contrariamente. Shelby gruñó y corrió detrás de él. Al cabo de treinta minutos, el marcador imaginario marcaba diez a cuatro. A favor de Gabbe, desde luego.

—Has jugado bien—admitió él, recuperando el aliento. Tenía las manos en sus rodillas y estaba doblado hacia adelante. Shelby estaba tumbada en la cancha respirando agitadamente, con la cara al cielo nocturno.

—Perdí—masculló ella.

—Yo gané.

—No te voy a besar—le informó.

Gabbe sonrió lobunamente y se situó encima de ella, colocando ambas manos a cada lado del rostro de Shelby. Ella entornó los ojos, mirándolo fijamente. El color azul cielo con un toque eléctrico de los ojos del chico, le hizo perder más el aliento. «ALÉJATE DE ÉL», gritaba alarmada su subconsciente. «DEJA QUE TE BESE, BOBA. ÉL ES TAN SEXY COMO EGON», canturreó la locura. Y cuando se vino a dar cuenta de lo que estaba pasando, sintió los labios de Gabbe sobre los suyos. Lo primero que pensó fue empujarlo lejos y patearle en la entrepierna, pero actuó muy diferente a sus pensamientos. Lejos de apartarlo, le correspondió. Incluso deslizó sus manos hacia su cuello para intensificar el beso. Besar a Egon era como tocar el cielo envuelta en llamas del infierno, pero besar a Gabbe... era como tocar el cielo envuelta en bombones de chocolate. «EGON...», el subconsciente se lamentó una vez más y ella reaccionó. Abrió los ojos y mordió con fuerza el labio inferior de Gabbe haciéndolo sangrar. Después lo empujó lejos y trató de deslizarse fuera de su alcance.

—Me mordiste—dijo él, mirándola perplejo y saboreando el sabor de su sangre. Ella lo miró horrorizada y corrió rumbo alguna parte lejos de Gabriel McCall. Él no era para ella. Ni ella era para él. Su corazón le pertenecía a Egon Peitz, a nadie más, pero no lograba concebir qué clase de demencia se había alojado en su cabeza para atreverse a besarlo. ¡Qué estupidez! Se conocían de solo tres días. Solo tres días. Entró a la cocina, donde se encontró con una chica que la miraba ceñuda y en sus manos tenía la pizza, pero no le importó. Ella solamente quería largarse de ahí. Buscó con incertidumbre la escalinata para encontrar a Thomas, pero se perdió y tuvo que regresar a la cocina para iniciar de nuevo su recorrido. Y vio a Gabbe hablando con la chica.

—Connie, búscala y... —él volvió el rostro y la vio—guarda la pizza en el horno—le indicó a la chica y esta asintió, alejándose—me haré cargo yo.

Shelby negó con la cabeza y dio unos pasos atrás, muy enfadada.

—Discúlpame. Soy un idiota por besarte, no pensé que amaras tanto a ese sujeto—se disculpó con las mejillas ruborizadas—sé que lo extrañas y no debí hacerlo, ¿me disculpas?

Dio un paso a ella con cautela. La chica de la limpieza los miraba detrás de la isla de la cocina con expresión molesta.

—Solamente quiero que sepas que yo no soy cualquier chica a la que puedes manipular. No me conoces en lo absoluto y te prohíbo que vuelvas a besarme o a coquetearme.

—No pretendo coquetearte, así es mi manera de ser—frunció el ceño—si no quieres que sea buena persona contigo, entiendo. Seré un idiota pedante que ni si quiera te dará los buenos días y se enfadará contigo por cualquier cosa.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste—masculló molesto y su rostro se ensombreció. Si antes a Shelby le daban miedo los ojos de Egon cuando estaba desquiciado, Gabbe no se quedaba atrás.

—No quiero que me trates mal, pero tampoco quiero que te me insinúes de ninguna forma. Estoy enamorada de alguien más y eres un completo desconocido para mí. Además, esto es parte de tu trabajo de detective o lo que seas—dijo atropelladamente—quiero hablar con mi madre porque necesito ir a casa. También tengo que solucionar otros problemas mucho mayores, así que déjame en paz y no actúes como un imbécil conmigo porque soy totalmente diferente a lo que piensas de mí.

Gabbe asintió sin decir ni una sola palabra. En eso, el teléfono comenzó a sonar y él contestó. En su cara se formó una máscara de piedra idéntica a la de Egon cuando escuchó a la otra persona que llamaba.

—Sí. Aquí está, que sea rápido porque sabes que pueden rastrearte, y ni si quiera preguntaré como sabes el número de esta propiedad porque ya me di a una idea—dijo con vehemencia. Y le pasó el teléfono a Shelby—es para ti. Y date prisa porque en diez minutos desconecto la línea.

Shelby juntó las cejas y lo vio alejarse con la chica de limpieza a alguna parte.

—¿Sí? —contestó en un susurro.

—Puppy, soy Egon.

Oír su voz le iluminó el rostro y se sintió segura.

—¡Egon! —chilló y comenzó a llorar, apretando el teléfono a su oreja, tratando de traerlo a donde ella estaba.

—Te he echado mucho de menos, y no sabes cuánto—le oyó decir.

—¿Dónde estás? ¿Austin está bien?

—Estamos en la casa de Kevin Black, tu amigo del cementerio—contestó y no dejó que ella hablara—no te preocupes, no le haré daño. Austin, el muy idiota, está bien, aunque quise matarlo por haberme seguido y no quedarse contigo, pero está bien—resopló—sin embargo, no estamos solos. Aparte de tener a Kevin Black ayudándonos con sus computadoras para que yo no pueda ser rastreado, Trenton también me está ayudando.

—¿Trenton? ¿Él está bien?

—Muy bien, aunque adolorido.

—Dile que le mando saludos.

—Le diré—hizo una pausa para continuar hablando—hay algo que quiero decirte, Puppy.

—¿Qué pasa? —sintió que su estómago se contraía.

—Tu amiga rubia, Lola, fue secuestrada por Marlon Blake—susurró—parece ser que Norman se salió con la suya y la envió a Rusia.

—¿Qué? —sintió náuseas.

—Y eso no es todo, la pobre rubia sufrió mucho—siseó—cuando fuimos a su casa, había un sujeto ahí y lo torturé para sacarle la verdad y confesó que Norman violó a Lola y a su madre muchas veces.

Cerrando los ojos, Shelby se recargó en la pared con una mano en la frente y la otra sosteniéndose de la isla de la cocina, soltando levemente el teléfono y volvió a recuperarlo.

—Dios, no... —murmuró.

—Sí, Puppy—gruñó—es un maldito. Pero voy a matarlo, también a mi ex jefe y después iré por ti—ella no dijo nada— ¿ese sujeto te está tratando bien?

—¿Quién?

—Creo que se hace llamar Gabbe, patético nombre.

—Eh, sí. Es buena persona, incluso Thomas se ha hecho su amigo.

—Ojalá lo siga siendo porque si intenta hacerte algo que no quieras... yo lo mato, le quitaré cada extremidad lentamente hasta que desee estar muerto—siseó con rabia.

—No. Tranquilo—lo calmó—no te preocupes.

—Te amo infinitamente, mi bella dama.

Escuchar esas palabras salir de sus labios era más de lo que esperaba escuchar.

—Te amo infinitamente más...

Y en eso, la línea se cortó y Shelby vio a Gabbe sosteniendo una tijera y el cable telefónico partido por la mitad.

—Se acabó el tiempo—anunció.

—¡Eres un idiota, Gabriel! —gritó, apunto de tener una rabieta.

Pero él negó con la cabeza y guardó la tijera en su pantalón.

Eres amada por un chico que odia el mundo—murmuró con tristeza—tú necesitas el corazón de alguien que ame el universo entero para que pueda dar todo por ti, no solo sus pedazos.

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