Dark Beauty © Libro 1. (TERMI...

By MiloHipster

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Dicen que los asesinos y criminales para que puedan ejercer su labor de asesinar o torturar, necesitan tener... More

Prólogo
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#Nota VIII
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CAPÍTULO FINAL 92
Epílogo
Extra
Personajes
Aviso.
DEDICATORIA
RECOMENDACIÓN ;)
AGRADECIMIENTOS

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By MiloHipster

«Shelby Cash» [PERSPECTIVA NARRADA POR ELLA]

Quizás escuchar un disparo en la lejanía podría parecerte algo normal o incluso un poco más cerca; pero jamás te quedarías tranquila si el disparo es a unos cuantos metros de distancia, afuera del hospital en el que estás recluida después de abrirte las venas y tomando en cuenta que había dos homicidas dementes al acecho y uno de ellos era el chico que te volvía loca, no podías pasarlo por alto. Cuando sonó el disparó, tanto Evan y yo, nos quedamos estáticos en nuestros sitios y después grité aterrada.

— ¿Qué fue eso? —fue lo primero que preguntó Evan luego del disparo.

—Fue un... disparo—pronunciar aquella palabra me erizó la piel. Y de repente, escuchamos los pasos apresurados de muchas personas pasar por el pasillo y a lo mejor muy probablemente para encargarse de saber qué había pasado. De repente la puerta se abrió y entró mi madre, Charlie y Caroline con el rostro pálido.

—Es tu amigo, Shelby. Es Douglas—me informó Caroline, temblando—está peleándose con otro sujeto.

— ¿Podrías decirme qué es todo esto? —espetó Charlie con furia, mirándome.

—Estoy más confundida que tú, Charlie —respondí con impaciencia—quiero saber qué está pasando allá fuera.

—Voy a echar un vistazo—se ofreció Evan y Caroline se apresuró a abrazarlo con miedo—bueno, iré a preguntar qué pasa con alguien del hospital.

Lo vimos salir de la estancia y yo no podía esperar sentada para saber lo que estaba ocurriendo, por lo que me levanté angustiosamente de la cama. Y Caroline se apresuró a volver a recostarme y gruñí. Me preparé para soltar un sinfín de groserías ácidas cuando el sonido de alrededor de cinco patrullas nos hizo respingar. Había llegado la policía. Y empujando a Caroline, salté de la cama y me asomé a la ventana con la esperanza de ver más allá del estacionamiento. Alcancé a verle la espalda a Egon y la cara furiosa de Norman frente a él. Los gemelos le apuntaban con un arma al rubio y los policías se preparaban para bajar y arrestarlos.

— ¡No pueden arrestarlo! —chillé.

— ¿Qué demonios...? —masculló mi madre cuando pasé empujando a todo el mundo y me abría paso a la puerta con los demás a mis espaldas. Obligué a mis piernas a no flaquear y salí al pasillo en dirección a la salida. Las enfermeras me miraban con cara de póquer y reaccionaban al ver a mi familia ir tras de mí. Bajé la escalera a grandes zancadas hasta que por fin recorrí el pasillo de la sala de espera y llegué a la salida donde el tumulto de gente estaba reunido. Me abrí paso entre la ola humana y me planté justo al frente donde vi a Egon de espaldas a mí y a Norman mirándolo con las manos en alto mientras los gemelos apuntaban a su cráneo. La policía hacía lo mismo, pero con todos.

— ¡Tiren las armas! —gritó un policía con una bocina. Nadie contestó ante su petición y tampoco nadie se movió.

—Muy bien, quedan los cuatro arrestados—espetó otro de los policías.

— ¡No! —grité, enfurecida— ¡No!

Todos los presentes se volvieron a mí e incluso Egon, solo que él me miró con los ojos entornados.

— ¿Quién es usted, jovencita? —exclamó un tercer policía con el ceño fruncido.

— ¡Shelby! — gritó mi madre al tiempo que me agarraba los hombros.

—Shelby, vete de aquí—susurró Egon con los labios apretados.

—Deben llevarse al rubio. Él es quién ha provocado este desastre—lo acusé con firmeza y me solté de mi madre para ponerme en medio de Egon y de Norman. El estúpido rubio me fulminó con la mirada y yo lo señalé.

—Llévenselo a él—repetí. Hubo unos segundos de absoluto silencio.

—Sujeten al rubio—oí la voz del policía y alrededor de diez hombres se aproximaron a él con armas en las manos y de no ser por Egon que me abrazó fuertemente y me alejó de donde estaba, Norman me hubiera golpeado brutalmente. Los gemelos tiraron las armas al suelo y se refugiaron con nosotros. Egon formó una especie de burbuja protectora a mí alrededor para que, al someter a Norman, nada ni nadie me hiciera daño.

—No deberías estar aquí—murmuró Egon, abrazándome intensamente. Mi frente estaba en el hueco de su cuello y podía respirar su perfume.

—No pueden arrestarte.

— ¿Y qué si lo hacían?

No respondí y él tampoco insistió. Se dio a la tarea de abrirme paso entre las personas para llevarme a un lugar seguro mientras esposaban a Norman. Fue curioso notar que él no se resistió, dejó que le pusieran los grilletes sin ningún tipo de forcejeo; pero eso sí, con sus ojos grises y fríos como el hielo, fijos en nosotros. Nos sentamos fuera del hospital y miramos como poco a poco la gente se esparcía y regresaba a sus labores. Algunos eran enfermeros, otros doctores y en su mayoría familiares de pacientes. Cuando nos cercioramos de que Norman se largaba dentro de una patrulla, pudimos respirar con normalidad. Y los gemelos llegaron jadeando con los ojos desorbitados.

—Se lo han llevado para siempre—dijo Aubrey y me miró—has sido muy valiente, Shelby Cash.

—Sí. Ese idiota es de cuidado—musitó Austin, limpiándose la cara. Egon hizo una mueca cuando miró a mi familia acercarse corriendo a donde estábamos. Sujeté involuntariamente su mano y esperé a que mi madre hablara. A pesar de sentir su incomodidad, Egon se forzó a sonreír.

— ¡¿Estás loca o qué te pasa?! —gritó mi madre con los ojos en llamas— ¡Te pusiste en medio de un atentado! —y sus ojos se fijaron enseguida en Egon—y tú, Douglas—Aubrey y Austin fruncieron el ceño y yo les envié una mirada de advertencia que captaron a la perfección— ¿Qué tienes que decir con respecto a lo que acaba de pasar?

—Eh, señora Cash... él era el sujeto que nos atacó con anterioridad y no sé cómo fue que logró encontrarnos—respondió calmadamente, sin mirarla—lamento todo esto.

—Oh, claro que lo lamentaras—siseó mi madre, iracunda y me agarró del brazo—vamos dentro, hija.

Solté la mano de Egon y sentí que él no deseaba dejarme ir, pero lo hizo. Tanto Charlie y Evan le regalaron una despreciable mirada antes de entrar al hospital. Y no sé si realmente me había vuelto loca o los medicamentos me estaban haciendo efecto, pero logré quitarme de encima las manos de mi madre y giré sobre mis talones hacia la salida donde Egon y los gemelos se encontraban con aspecto fúnebre. Él, al mirarme de nuevo en la puerta, se levantó confundido y yo no lo dudé más. Sabía que había probabilidades de que mi cabeza daría vueltas por algún golpe suyo, pero me arriesgué. Al diablo con el temperamento de Egon Peitz. Agarré sus suaves mejillas y lo besé. Lo besé por segunda vez, solo que en este instante fue sin miedo. Solo quería besarlo y decirle que todo estaba bien y lo hice.

—Todo está bien, ¿okey? —susurré aun con mis labios pegados a los suyos. Aparté mi cara para verlo a los ojos y encontré su mirada oscura mirándome con sorpresa y a la vez desconcertado por mi reacción. Asintiendo, se inclinó a besarme por su cuenta por segunda vez y me estremecí. Segundos después me abrazó y dejó que volviera con mi familia, que me esperaba en la puerta con la boca abierta. De regreso a mi habitación, nadie se atrevió a cuestionarme nada y eso estaba bien, porque, a decir verdad, no estaba preparada para abordar el tema. Estaba cansada, débil y adormilada. No podía creer que Norman White ahora se encontraba tras las rejas, aunque sólo fuera de momento porque, ¿a quién engañaba? Él saldría de prisión cuando encontrara la forma de hacerlo y la mera idea me perturbaba. Miré al techo fijamente pensando en los diferentes métodos que Norman usaría para escapar esa misma noche y no me di cuenta que mi madre había estado hablándome desde hacía unos minutos.

—... vendrás a la casa, Shelby. De verdad estuve loca cuando acepté la propuesta de ese chico a que fueras a vivir a su departamento.

— ¿Qué? —la miré—él me ha mantenido sana y salva. Y si Douglas no hubiese estado conmigo, en este momento estarían preparando mi funeral.

—Douglas es extraño, Shelby—terció Caroline—es guapo y protector, pero nadie sabe sus intenciones. Ni si quiera es norteamericano.

—Es un buen amigo—repliqué.

—Y sabemos que te gusta—dijo Evan con una risita—pero tu familia tiene razón, corazón. Ese chico solo atrae problemas.

—Me rehúso a volver a casa.

—Hablaremos cuando te sientas mejor, ¿okey? —bramó mi madre, frotándose las sienes—nos vamos a turnar para cuidarte.

— ¿No puedo ir a casa?

—No.

—Al menos díganle a una enfermera que hay tres personas allá abajo que necesitan atención médica—bufé.

—Ya los atendieron. Tranquila—interpuso Charlie, en un gruñido—ese trío de chiquillos raros ya fue atendidos. Ahora descansa.

—Gracias, Charlie—agradecí con tranquilidad. Cerré los ojos con el fin de dormir. Me daba igual quién se quedaba a cuidarme; así que me abandoné al sueño. Odiaba con toda el alma quedarme dormida y perderme de muchas cosas. Sin embargo, en ese momento le di las gracias a mi cerebro de obedecerme por primera vez. Supongo que dormí muchas horas porque cuando desperté, el maldito reloj que estaba cerca de la tv marcaba furiosamente la una de la madrugada y el sueño se había esfumado y no podía encender la tv. Miré que Caroline era la que había elegido cuidarme y sonreí al ver también a Evan. Él la tenía acunada en su regazo en la silla reclinable que estaba algo apartada de mí. Toqué el vendaje de mi muñeca y sentí un leve dolor, pero soportable. Moría de hambre y no quería molestar a mi hermanastra y a mi cuñado. Así que tenía que apañármelas yo sola. Me deslicé fuera de la cama y le robé las sandalias a Caroline porque planeaba ir en busca de alimento. También le quité algunos dólares de su bolsa y salí al pasillo. Me pregunté dónde estaría Egon y los gemelos. Antes de buscarlos, me dediqué a buscar comida. Recordé con vaguedad haber visto una máquina de golosinas en la sala de espera; fui a la escalera y bajé hasta que por fin llegué a la máquina. Solo había dulces y gaseosas. Mi estómago gruñó en protesta y complacientemente marqué los dígitos de unas donas de chocolate y una Coca-Cola. Fui víctima de las miradas cotillas de las personas, pero las mandé al carajo. Minutos más tarde yo ya devoraba mis donas chocolatosas y bebiendo mi refresco en un área apartada de la entrada. Busqué a Egon mientras comía, pero no lo encontré y luego me senté en una silla que le pertenecía a un guardia de seguridad y que no estaba por ninguna parte. Estaba masticando felizmente cuando alguien me sujetó del cuello desde atrás, dejándome paralizada. Al principio pensé que ese gesto era para atacarme, pero tardé un segundo en darme cuenta que se trataba de Austin. Uno de los gemelos.

—Shelby Cash—dijo sonriente. Su nariz se miraba igual de morada, pero fuera de ello se encontraba en buen estado, e incluso sonrió al verme. Y sin saber qué hacer, le ofrecí una dona que no pudo decir que no. Se sentó en el suelo muy cerca de mí y comenzó a comerla.

— ¿Dónde está Aubrey y Egon? —pregunté cómo quién no quiere la cosa.

—Fueron al departamento a traer algunas cosas para ti—se encogió de hombros sin mirarme. Sus ojos verdes barrían la estancia como un perro guardián, lo que me causó mucha gracia y ternura.

— ¿Has estado aquí desde entonces?

—Descansé un rato en el Cadillac, pero no es lo mismo que una cama.

—Lamento que tengas que estar aquí por mi culpa—dije.

— ¿Bromeas? —me miró. La dona había desaparecido, pero un poco de chocolate le quedó en las comisuras de sus labios—definitivamente has sido un trampolín para nuestra experiencia de criminales. Me encanta golpear y disparar.

—Me refiero a que estás desvelándote sin razón—expliqué.

—Esto no es nada. Tú tranquila y yo nervioso, ¿okey?

—Es gracioso que solo hasta ahora estemos hablando—elevé los ojos al techo.

—Egon no quiere que hables con otro chico que no sea él—se rascó la cabeza con incomodidad y desvió su verde mirada a sus pies—le perteneces.

— ¿Qué? —fruncí el ceño y él asintió—obvio que no. No le pertenezco a nadie, solo a mi madre y hasta eso, tampoco es posible. Cada individuo es libre.

—Bueno, pero para él sí. Y no voy a contradecirlo, ya conoces como se pone cada que le llevamos la contraria—hizo una mueca—y fuera de su mal genio, es un buen jefe.

Asentí estando de acuerdo. No hablamos durante un tiempo. No obstante, comencé a sentirme cansada otra vez y me detesté por ello. Tuve que pedirle ayuda para llegar a mi habitación y se despidió de mí cuando me vio entrar.

—Intenta no dormirte. Tal vez Egon venga a verte más tarde—me informó antes de retirarse por el pasillo. Me arreglé la estúpida bata de hospital y me deslicé a la cama. Caroline y Evan parecían haber caído en un coma de sueño porque a pesar de encender la tv, no despertaron. Sólo escuchaba sus ronquidos abrumadores. Estaban pasando la caricatura de la Pantera Rosa y me reí como loca durante una hora. Se me cerraban los párpados, pero las locuras de la Pantera me mantenían despierta en la espera de Egon. Apagué la tv, dándome por vencida y cerré los ojos. Pasó un lapso breve de silencio cuando escuché la perilla de la puerta darse vuelta. Abrí los ojos perturbada por la luz y vi a Egon paralizado en el umbral de la puerta. Se había dado una ducha y se había puesto una ropa más cómoda. Su rostro estaba tan lastimado que quise acariciarlo. Nuestras miradas se cruzaron y suspiró aliviado de verme despierta, y con pasos sigilosos llegó hasta mí. Dejó en el suelo una mochila que parecía pesada y se apresuró a inclinarse a mí y a besarme la frente con mucho... ¿Cariño?

—No pensé que estarías despierta—susurró, mirando a Caroline y a Evan de hito en hito.

—Desperté ese rato—bostecé—pensé que te habías marchado.

—Fui a cambiarme.

Lo observé detenidamente cada uno de sus movimientos: Sacó de su mochila un libro más o menos grande. Era nuevo y precioso.

—Es para ti—dijo y lo extendió hacia a mí.

Lo agarré en mis manos y leí el título. «"HOMICIDIO" de David Simon.»

—Quería dártelo cuando tuviéramos nuestra clase de literatura, pero como se ha cancelado, aquí lo tienes—esbozó una sonrisa y se sentó a mi lado.

—Egon, yo... no sé si deba aceptarlo—me mordí los labios. El libro era uno de los que alguna vez había planeado leer y era maravilloso.

— ¿Por qué no? Sé que amas los libros y este no es cualquier libro. Este libro habla de personas como yo y de sus crímenes.

—Lamento haber cancelado las clases de literatura—admití—eres un excelente maestro y yo una terrible maestra que ni si quiera tuvo su primera clase.

—Podemos retomarla cuando te sientas mejor.

—Mis padres me prohibieron verte, Egon—confesé, temerosa de su reacción.

—Ellos no pueden hacerlo. Aunque te alejen de mí, no podrán detenerme para que encuentre la manera de tenerte conmigo.

—Norman White está en prisión ahora, pero, ¿quién nos garantiza que no saldrá hoy mismo?

— ¿Eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando? —masculló, irritado.

—Tiene mucho que ver—argumenté, abrazando el libro en mis brazos—si sigo viéndote, él vendrá por mí solo para molestarte, ¿o me equivoco?

—Sí. Lo intentará, pero, ¿En serio dudas de mi capacidad para matarlo? Ni si quiera va a poder tocarte sin que yo antes le parta la cara—apretó la mandíbula.

—Actúas como si fueras mi novio o algo así—parpadeé, ruborizada.

—No. No. No malinterpretes—negó con la cabeza—me gustas, solo eso. No te quiero y tampoco te querré nunca; pero eso no quiere decir que no quiera protegerte. Eres la primera chica que protejo y que me importa, por eso me siento muy mal pensando en lo indefensa que estarías sin mí.

—Yo tampoco te quiero porque es muy poco tiempo de conocernos—reconocí—pero también me gustas. Eres guapo, divertido y demasiado territorial.

— ¿Territorial? —me miró divertido. Todo rastro de confusión o de enfado abandonó su rostro.

—Sí. Es como si yo fuera de tu territorio y nadie salvo tú, puede hablarme o tocarme. Es interesante—solté una risita idiota de la que me arrepentí después.

—En eso tienes razón. No creo en el zodíaco, pero haciendo mis cálculos... soy Leo o al menos, eso creo. O quizá soy de otro, sin embargo, yo decido que signo ser, dependiendo la descripción que más me guste y se adapte a mí—gruñó y se cubrió la cara con las manos, sintiéndose avergonzado, algo raro en él—y he leído que somos temperamentales, vigorosos, calientes y muy buenos en la cama.

Aquello me dejó estupefacta.

— ¿Buenos en la cama? —reí.

—Muy buenos—y decidió mirarme con picardía.

—Yo tenía la esperanza que siguieras virgen—hice pucheros solo para ver su reacción, ya que, era obvio que había estado con chicas de manera sexual.

—Ni si quiera recuerdo cuando perdí la virginidad—rodó los ojos—pero recuerdo que fue del asco y con el tiempo aprendí a disfrutarlo.

— ¿Sabías que no es de buena educación hablar de sexo delante de una virgen con mente suicida?

—Entonces olvida lo que dije—sonrió mirándome. Y suspiró dificultosamente.

—Pensándolo bien... me quedaré con el libro.

—Buena elección —alargó una de sus manos y me acarició la mejilla. Cerré los ojos bajo su tacto y cuando los abrí, tenía su rostro peligrosamente cerca del mío. Mi primer pensamiento fue empujarlo y decir alguna estupidez o besarlo. Y siendo muy cautelosa, no hice ninguna de esas cosas. Solo me quedé mirándolo fijamente.

«Egon Peitz» [PERSPECTIVA NARRADA POR ÉL]

La inocencia que albergaba dentro de sus ojos mieles me tenían hipnotizado en ese preciso momento. Ni si quiera era consciente de lo que estaba haciendo. Pasé de estar mirándola a una distancia moderada a después acercarme a ella y a quedarme como idiota. Shelby me miraba con ojos interrogantes, pero lo que yo pensaba era en sus labios rosados entre abiertos y en su corazón que latía muy rápido debajo de aquella bata y de aquel libro que tenía pegado al pecho. Se miraba vulnerable y desprotegida. Ella tenía la mirada parecida a los cientos de chicas que les arrebaté la vida sin dudarlo. No entendía que demonios tenía Shelby Cash para que hiciera que me detuviera y no la matara. ¿Qué tenía ella que no tuvieran las demás? Quizás valentía y agallas para enfrentarme y gritarme mis verdades a la cara con furia. Permanecí quieto como una roca a pocos centímetros de su rostro sin saber que hacer o decir.

—Douglas.

De un salto, me aparté y miré a la hermanastra de Shelby y a su tonto novio mirándome con odio. Sus ojos estaban rojos e hinchados, y eso le daba un toque psicópata a su mirada. Me provocó risa, pero mordí mis labios. Me enderecé y agaché la mirada como si estuviera avergonzado.

— ¿Qué demonios quieren? —graznó Shelby.

«Esa es mi chica», dije para mis adentros.

— ¿Qué hace él aquí?

—Vino a ver cómo estaba y me dio un obsequio—alzó el libro por encima de su cabeza y Evan se aproximó a quitárselo bruscamente de las manos—dámelo, es mío.

—No. No lo vas a recibir—replicó el maldito y me arrojó el libro a los pies como si fuera alguna clase de perro. Apreté la mandíbula y lo miré fijamente, sintiendo como la ira iba en aumento en todo mi cuerpo.

—No, Douglas—oí la voz de Shelby—por favor, no le hagas daño. Por favor...

Shelby se había percatado que ese imbécil había cometido el peor error de su vida. Si antes no desaté toda mi furia en Norman, lo haría con Evan.


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