Dark Beauty © Libro 1. (TERMI...

By MiloHipster

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Dicen que los asesinos y criminales para que puedan ejercer su labor de asesinar o torturar, necesitan tener... More

Prólogo
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#Nota VIII
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CAPÍTULO FINAL 92
Epílogo
Extra
Personajes
Aviso.
DEDICATORIA
RECOMENDACIÓN ;)
AGRADECIMIENTOS

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By MiloHipster

—La que da las ordenes aquí soy yo—se atrevió Shelby a desafiarlo sin tener la menor intención de bajar el bate. Deseaba con toda el alma acabarle aquel duro trozo de madera en su cabeza sin piedad. Miró por encima del hombro a Caroline que retrocedía mecánicamente a la sala en busca del teléfono, pero el ladrón fue más rápido y la interceptó justo al tiempo que llegaba al sofá, ella gritó aterrada y después se calló abruptamente. Shelby corrió tras él y vio como el sujeto tenía sometida a su hermanastra en el suelo, forcejando, con las mejillas húmedas del llanto silencioso.

—A ver, cariño—dijo el bastardo, con voz dulce, dejando libre a Caroline, quién arrastrándose llegó hasta Shelby y la abrazó fuertemente. Era demasiado cierto que su inglés tenía un acento espantoso, apenas y lograba pronunciar bien las palabras—las órdenes las doy yo, ahora sé buena chica y tira el maldito bate al suelo.

—Y si no, ¿qué? —ella lo desafió, alzó la barbilla y empuñó fuertemente el bate, lista para golpearlo—estás sin mi consentimiento dentro de mi casa, ahora obedéceme y lárgate de aquí o llamaré a la policía.

Y si no, ¿qué? —repitió sus mismas palabras con una media sonrisa que sobresalía del pasamontaña. Ella se echó a temblar por el pánico, pero se mostró valiente sin flaquear frente a él. Debía ser fuerte porque su vida y la de su hermanastra dependían de ello. Su fuerza. De pronto, la rabia, la ira y el coraje contenido de años en el pasado, surgió dentro de su cuerpo y se extendió por sus venas, haciéndola sonreír llena de locura. Cuando él vio su sonrisa psicópata, parpadeó aturdido y titubeó por un instante.

—Espero hayan servido las únicas cinco clases de béisbol cuando era pequeña—canturreó ella al tiempo que posicionaba correctamente sus manos en el bate y corría hacia él, y sin dejar de sonreír, le propició un golpe en la cabeza con todas sus fuerzas. El ladrón se intentó cubrir con las manos, pero eso fue en balde, ya que ella no dejaba de golpearlo con todas sus fuerzas sin darle tiempo de defenderse. Mientras tanto, Caroline chillaba y daba saltos en su propio sitio sin saber qué hacer, hasta que corrió al teléfono y llamó a Evan en vez de la policía.

—¡Ayuda, Evan! —lloriqueó cuando él contestó— ¡Han entrado a robar y Shelby está peleando con el maldito bastardo!

Por su parte, Shelby no escuchaba a nadie. Sus ojos estaban fijos, sin brillo y puestos solamente en el ladrón que había comenzado a aullar de dolor y de sus manos, labios y cabeza yacían torrenciales de sangre escurriendo hacia la alfombra.

—¡Alto! —gimió él— ¡Nadie, mucho menos una mujer, me ha golpeado de esta manera! —y en un rápido movimiento se las ingenió para girar en el suelo y darle una patada a la chica en el estómago, haciendo que ella perdiera el equilibrio y cayera de espaldas, lanzando el bate lejos de su alcance. Él se apresuró a írsele encima y rodear el frágil cuello de Shelby con sus manos.

—¡A mí hermana no, hijo de perra! —gritó Caroline y le quebró un jarrón de barro en la cabeza. Pero el atacante solamente se sacudió el polvo y siguió apretándole la tráquea a Shelby, quién le arañaba las manos tratando de respirar— ¡No soy asesina, pero vas a morir! —dicho eso, Caroline echó a correr a la cocina y regresó con un cuchillo carnicero en la mano. Se ubicó detrás de él y le colocó el filo de este en la garganta. —¡Suéltala y no te cortaré la yugular! —le advirtió, temblando. Soltó lentamente a Shelby y ella comenzó a respirar bocanadas ardientes de aire mientras que su hermanastra amenazaba al tipo. En un acto reflejo, la chica le regaló una perfecta patada en la entrepierna y se deslizó fuera de su alcance. Y al ver que se doblaba de dolor, le quitó el cuchillo a Caroline —¿estás bien? —quiso saber su hermanastra con los ojos entornados.

—Sí—carraspeó Shelby y se frotó la garganta con irritación. Sentía que sus pulmones colapsarían en cualquier segundo—ahora debo matarlo o él nos matará.

El ladrón se incorporó a los pocos segundos y se volvió hacia ellas, enseñando los dientes y respirando entrecortadamente.

—Esto no se quedará así, perras—rugió—me han dado una paliza muy excitante, pero para la próxima no será igual, así que cuídense. Me he grabado sus rostros a la perfección—les advirtió, lamiéndose la sangre que emanaba de su labio partido—no salgan solas porque las mataré. Están encabezando la lista de este año. Recuerden que la oscuridad es mi mejor aliada.

—Te mataré justo ahora—gruñó Shelby, pero Caroline la detuvo del brazo.

—No lo creo, encanto—y dicho eso, se echó a correr al patio y saltó por la cerca hasta perderse en la oscuridad. Shelby masculló groserías, enfurecida y tiró el cuchillo al suelo. Le envió una mirada fulminante a Caroline y se dejó caer en el sofá.

—Perfecto, ahora seremos su presa y él nuestro depredador. Estupendo—agregó con sarcasmo lleno de veneno—gracias, Caroline.

No obstante, a los pocos minutos un auto se estacionó detrás del escarabajo y Caroline saltó llena de alegría a recibir a su novio. En cuanto abrió la puerta, le echó los brazos encima a Evan y rompió a llorar en su pecho. Él, sin dudarlo, la estrechó entre sus fuertes brazos y la acunó, susurrándole cosas al oído para consolarla. Shelby rodó los ojos y miró a otra parte. Sentía una inmensa molestia en el cuello, pero trató de no pensar en ello. Sin embargo, hubo algo que la hizo sentirse extraña. Ese sujeto tenía un aspecto parecido a Egon, incluso en la manera que se había expresado. Su inglés era terrible, e incluso parecía que tenía horas de haber aprendido el idioma y eso la desconcertó. Además, le había hablado de listas y de matar. Un escalofrío le recorrió la espalda hasta alojarse en su cuello.

—Shelby, ¿estás bien, preciosa? —parpadeó abrumada al escuchar la voz de Evan y se vio obligada a salir de sus pensamientos. Él estaba de cuclillas frente a ella en el suelo, sosteniendo su mano, pero con los ojos (rojos del sueño) puestos en su cuello adolorido. Shelby se percató que él estaba en pijama, su cabello desordenado y los ojos irritados del sueño, pero había llegado a verlas y eso la estremeció. Su hermana tenía el mejor novio del mundo.

—Eso creo—logró decir. Sentía la garganta sea—pero el maldito ladrón nos amenazó de muerte y supongo que estará al acecho de nosotras.

El rostro de Evan palideció y miró a su novia con expresión horrorizada. Se puso en pie y se sentó junto a Shelby. Caroline se sentó sobre sus piernas y se recargó en su pecho dejándose acariciar por él.

—Esto debe saberlo la policía. Gracias al apagón de toda la ciudad, los ladrones aprovechan a entrar a las casas, pero al parecer este también era un asesino—observó Evan, claramente furioso—llamemos a la policía.

—No. Lo mejor será llamar a mi madre y después ella sabrá que hacer—objetó Shelby con los pelos de punta. Estiró el brazo al teléfono y se lo pasó a Evan, y este, la miró con perplejidad— ¿podrías llamarla tú? Nosotras no estamos bien para relatar lo que ocurrió—le echó un vistazo a la sangre fresca en la alfombra y resopló—además necesito limpiar esto.

—No toques nada—le aconsejó Caroline—la policía debe ver todo.

Asintiendo, Shelby fue a la cocina a inspeccionar lo que el sujeto había logrado llevarse y se sorprendió ver que nada de valor hacía falta, sino el juego entero de cuchillos carniceros que su madre guardaba en la alacena y que solo le servía para cortar verduras y el pavo de Navidad. Eran cuchillos especiales para destazar carne y milagrosamente Caroline había logrado conseguir el que quedaba para amenazarlo. La pregunta era, ¿Para qué carajos necesitaba un sinfín de distintos cuchillos ese ladrón? No podía ser para tener nuevos utensilios de cocina. Todo era tan confuso y sospechoso que le invadió un miedo terrible. Abrazándose a sí misma, estuvo de vuelta en la sala donde Evan hablaba seriamente con su madre a través del teléfono y Caroline se encargaba de asegurar todas las puertas. En el reloj de la pared anunciaba furiosamente las cuatro de la mañana. Y no tenía sueño. Ya no dormiría nada, se largaría a la escuela para tratar de olvidarse un rato de lo ocurrido, aunque su familia estuviera en desacuerdo.

—¡Ni si quiera pienses que irás a la escuela después de lo que pasó! —le gritó su madre cuando la vio salir a la calle con su mochila sobre los hombros horas más tarde.

Ya eran las seis con cuarenta y cinco minutos y su madre había llegado una hora atrás con Charlie. Los dos se horrorizaron al mirar la escena sangrienta y por poco se desmayaron. Llamaron a la policía y entre tanto ajetreo, ella aprovechó a alistarse para la escuela, pero antes de que pudiera escabullirse, su madre la interceptó en la puerta.

—No estuviste en ese momento y no sabes nada—le espetó Shelby, mientras se dirigía al escarabajo, con su madre pisándole los talones—ahora iré a la escuela.

—¡Shelby Anne Cash! —vociferó Trixie Cash, haciendo que ella se detuviera al instante—me vas a obedecer porque soy tu madre. Todavía no te has recuperado con el incidente de tus manos y ahora que pasó esto... te vas a quedar a reposar durante una semana.

—¿Qué? —frunció el ceño— ¡Estoy bien!

—Ya he oído eso antes—replicó ella—mírate el cuello, ¡Tienes las huellas de los dedos de ese malnacido plasmadas en tu piel! Tienes que ir al doctor

—¡Basta! Estoy bien, solo preocúpate por atender correctamente a la policía—le dijo adiós con la mano y se subió al escarabajo—nos vemos en la tarde.

Encendió el motor y pisó el acelerador a fondo antes de que a su madre se le ocurriera saltar al techo y detenerla. El trayecto a la universidad fue tedioso y oscilaba cada palabra, cada movimiento de aquel ladrón en su cabeza, desesperándola. El cierto parecido con Egon era excesivo y por un segundo se detuvo a pensar en lo que él le había dicho sobre alguien entrenado y experimentado que quizás era peor que él, podría venir a buscarlo y causar problemas. Se estremeció. Pero no podía ser posible porque nadie sabía de su paradero. Se estacionó por primera vez lejos del flamante Volvo de Trenton y bajó apresuradamente del escarabajo, presa de los ojos expectantes de los demás. Le importaba poco lo que los demás pensaran de ella. Se encaminó a la entrada principal con la respiración agitada. Miró a todos lados antes de entrar y dirigirse a su casillero, donde se encontró a Lola Calvin viéndola fijamente con los labios entreabiertos. Ella se hallaba con Trenton a unos pasos de distancia, pero Shelby sacó dos libros y pasó junto a ellos, ignorándolos.

—La noto más rara que de costumbre—le oyó decir a Trenton. Y sonrió para sus adentros.

«Soy rara por naturaleza y puedo ser el doble si así lo deseo», pensó.

El motivo que la instó a ir a clases fue la cita de Egon a las once de la mañana en el sitio más apartado, por lo que el resto de todas las clases se la pasó pendiente al reloj que estaba arriba de la puerta del salón. Faltaban dos horas para el encuentro y no podía disimular su aburrimiento y desesperación. El vídeo sobre las características físicas de un criminal ya se lo sabía de memoria, y continuó pensando en Egon en vez de prestar atención. Claramente no sabía con exactitud si él iría a buscarla exactamente al día siguiente de su despedida, pero tenía la esperanza de que así fuera. Estar lejos de ese chico por más de diez horas era deprimente.

—¿Qué te pasó en el cuello, Cash? —preguntó Lola Calvin a su costado. Shelby no le hizo caso y continuó mordiendo la tapa de su lapicero—estoy preocupada por ti y es una grosería de tu parte ignorarme—Lola hizo presión y no teniendo más opción, Shelby volteó a verla con los ojos en llamas.

—Lo que me haya pasado en el cuello es problema mío—contestó con frialdad—gracias por preocuparte, pero no necesito tu lástima.

—No es lástima, Cash, en serio estoy preocupada por ti—se inclinó a ella.

—Lamento interrumpir su fantástica e interesante charla, pero dadas las circunstancias... estoy dando clases, así que cierren la boca y pongan atención—argumentó la profesora, fulminándolas con la mirada—sigan mirando el vídeo, regreso en un segundo.

Al segundo que la profesora estuvo fuera del aula, Lola se las ingenió para acorralarla en su pupitre con la intención de que Shelby no huyera.

—Estoy estresada, ¿okey? Y lo que menos quiero es discutir—admitió Shelby, agitando las manos—no me molestes. Quiero estar sola.

—¿Sigues molesta porque Trenton me prefirió a mí? —y aquella fue la gota que derramó el vaso de la paciencia de Shelby.

—Quizás me hubiera molestado, si tan solo me gustara tu bastardo novio, pero no es así. Trenton Rex me da asco, más o igual que tú—siseó con veneno, dejando estupefacta a la rubia—ahora, si eres tan amable... seguiré pensando en cosas importantes.

Recogió su mochila, y enviándole una mirada hostil a su ex amiga, se levantó del asiento para situarse en el último pupitre que estaba vacío. Toda la clase reparó en la riña de las dos féminas en vez del vídeo. Al regreso de la profesora, el vídeo había finalizado y todos se preparaban para la siguiente clase en la biblioteca, donde tenían de tarea buscar un libro relacionado con el tema visto. Shelby salió disparada, golpeando el hombro de quién se interpusiera en su camino hasta que llegó a su destino. Además de haber recibido una serie de insultos, sonrió. Le encantaba saber que su presencia irradiaba furia y hostilidad hacia los demás. Rebuscó entre los libros de criminología sobre el delincuente nato y demás características que necesitaba. Poco a poco el espacio de la biblioteca se fue llenando a medida que fue transcurriendo el tiempo, pero ella se había situado en el mejor lugar con el único libro que contenía lo que buscaba. De pronto, alguien arrastró una silla a su mesa y se volvió para ver quién demonios había invadido su burbuja personal.

—¿Puedo sentarme aquí?

Era Trenton Rex sonriendo, jocosamente. Su rostro estaba algo enrojecido, pero pareció no importarle.

—No.

Shelby resopló y recargó su mejilla en el dorso de su mano con aburrimiento.

—¿Douglas ahora es tu nuevo amigo? —preguntó él, sin inmutarse, pero era obvio que tenía mucho interés en saberlo.

—¿A qué te refieres? —fingió no saber. Aunque estaba claro que Lola se lo había contado.

—¿Es normal que agreda incluso a una chica? —gruñó.

—Él solamente me defendió.

—Pero Lola no te hizo nada—espetó, claramente furioso.

—Estaba espiándome desde el patio de mi casa y eso a Douglas no le pareció prudente—lo defendió.

—Eso no es una excusa para atacarla...

—Yo no decido sobre las decisiones y actos de Douglas—musitó, perdiendo la cordura—y si me disculpas... ahora necesito seguir haciendo la tarea.

Trenton no se fue de la mesa, y decidió hacer la tarea en silencio, pero, lamentablemente no dejó de observarla a través del rabillo del ojo y refunfuñando, Shelby se obligó a ignorarlo totalmente.

«Egon Peitz» [PERSPECTIVA NARRADA POR ÉL]

Después de todo, la tonta e ilusa de Shelby tenía razón al decirme que se avecinaba una tormenta lo suficientemente brutal hasta llegar al grado de provocar un apagón en toda la ciudad. Y yo, de haber estado en otra situación, hubiese entrado a las casas a robar algunas cosas que necesitaba, pero no lo hice y no entendía por qué. Solamente decidí refugiarme debajo de una parada de autobuses que constaba con un fabuloso techo de metal donde ninguna gota de agua logró salpicarme, pero no contaba que el asqueroso viento lograría echarme encima la lluvia entera a pesar de estar oculto. A regañadientes me deslicé fuera de la parada de autobuses en busca de un lugar mejor donde pasar la noche. Y no busqué demasiado, porque frente a mí había una fantástica tienda de veinticuatro horas donde más personas estaban refugiadas en espera de que pasase la tormenta, era difícil distinguir las calles porque no había luz, pero el letrero del local al parecer era de pilas ya que se mantenía encendido. Llegué abrazándome a mí mismo tratando de controlar el frío que comenzaba a calarme los huesos gracias a la lluvia. Pensé en la cálida habitación de Shelby, en las suaves sábanas esperándome y en ella. Pensé en su patética manera de hacerme reír en mis momentos de locura. Estúpida chica.

—No puedes estar aquí. Vete.

Escuché claramente la voz de alguien detrás de mí. Era un hombre y yo me encogí de hombros, apaciguando el frío. No tenía ánimos de pelear o de crear un desastre.

—¿No me has oído? —volvió a decir y esta vez sentí sus mezquinas manos en mis hombros. Tiró de mí hasta darme la vuelta; pero en cuanto miré a sus asquerosos ojos verdes, él se intimidó. No acostumbraba a intimidar con la mirada a mis víctimas, pero en ese segundo lo ameritaba. Le regalé una mirada fría y hostil, y el sujeto me soltó inmediatamente. Retrocedió unos pasos con los ojos bien abiertos.

—No vuelvas a tocarme jamás—me acomodé el cuello de la playera y le di la espalda. Fui presa de la atención de todos los presentes, puse los ojos en blanco y como no hubiera pasado nada, me senté en el frío y húmedo asfalto. Por la mañana tenía planeado ir a un lugar público donde rentaran computadoras y así contactarme con Marlon. Maldito Marlon Blake. No estaba tan orgulloso de trabajar para él, pero ganaba grandes cantidades de dinero estando a sus servicios y yo no podía darme el lujo de rechazarlo. Además, era muy exigente conmigo. Y si yo no le daba señales de vida, era probable que enviara al cerdo albino de Norman a buscarme. Pensar en Norman White me provocó náuseas y obligué a mi estómago a controlarse.

—Muchacho, ¿tienes a dónde ir?

Arrugué el entrecejo al ver a una débil anciana inclinándose a mí con un paraguas en la mano, tratando de cubrirme de algunas gotas que se filtraban por el techo del local. Todo estaba oscuro y apenas lograba divisarle el rostro cansado de la abuela

—¿Qué le hace pensar que estoy perdido? —inquirí, a la defensiva. Todos habían centrado su atención en nosotros y bufé. Maldita sea. Otra vez siendo el blanco de miradas estúpidas.

—Tu rostro delata tristeza—replicó, esbozando una sonrisa tierna. Hice una mueca de incomodidad y sacudí la cabeza al tiempo que la miraba de pies a cabeza, salpicándole el rostro de gotas de agua. Y de pronto una idea iluminó mi cabeza y sonreí lo más amable posible.

—No acostumbro a confesarle mis penas a nadie—dije.

—Está oscuro aquí y no nos conocemos—añadió ella, sentándose con dificultad a mi lado. Intenté ayudarla, pero se negó—puedo sola—murmuró—puedes contármelo. Tengo bastante tiempo y además no hay mucho que hacer hasta que la tormenta pase.

Suspiré frustrado, recargué la cabeza en la pared y cerré los ojos durante un momento, meditando mis palabras. No pensaba decirle: "Hola, soy un asesino serial que está prófugo de la justicia y estoy aquí para buscar víctimas y realizar mi labor de siempre". Aspiré aire profundamente y al abrir los ojos, la anciana aún seguía viéndome con dulzura, gesto que me intimidó. Pero me inspiró confianza, algo que solamente Shelby había logrado.

—Soy un asesino—susurré lo más bajo posible. Y al instante me arrepentí, pero quedé en silencio, oyendo la lluvia limpiar los cristales del local.

—Vamos—me instó la anciana, al cabo de cinco minutos. Volví el rostro a ella y la vi levantarse temblorosamente.

—Espere, ¿Qué está haciendo?

—Vamos, sígueme.

—¿A dónde?

—A mi casa. Mueve el trasero, jovencito—todo rastro de amabilidad se había esfumado e hizo que mis alarmas de alerta se encendieran, por lo que opté colocarme mi máscara de piedra.

—No.

—Escuché lo que has dicho y por eso debes venir conmigo.

—No he dicho nada—reiteré, listo para atacarla si en caso intentaba hacer algún tipo de escándalo.

—Solo sígueme. No te haré daño—aseguró, riéndose—soy una maldita anciana, ¿Qué daño podría hacerte?

—¿Quién le ha dicho que temo de usted? —mascullé, sonriendo—temo por mí. No quiero hacerle daño.

Entonces ella soltó una sonora carcajada demente. Entorné los ojos, iracundo. ¿Qué clase de vieja era?

—Muévete—me ordenó y yo obedecí mecánicamente. A pesar de que aún llovía; salí detrás de ella y la ropa que ya estaba secándose, volvió a empaparse, haciéndome tiritar. Mientras tanto ella se cubrió con el paraguas en lo que llegábamos a lo que parecía ser su auto.

—¿Qué quieres de mí? —mandé al carajo todo tipo de respeto.

—Desde que te vi entrar supe que eras un asesino—respondió naturalmente y abrió la puerta de un Tsuru en buen estado—y quiero decirte que yo fui lo que tú, a tu edad.

—¿Estás tomándome el pelo?

—No—gruñó enfadada—ahora sube. Quiero saber todo de ti porque tiene bastante tiempo que dejé atrás mi empleo y anhelo tener noticias nuevas sobre homicidios.

—Esto es extraño—objeté, presa de los nervios. Por primera vez en mi puñetera vida, sentí miedo.

—Me llamo Martha Beck—me tendió la mano, y en sus labios a través de la oscuridad, percibí su sonrisa psicópata.

—Y yo soy Egon Peitz.

Boquiabierto, le estreché la mano. Mi mente trabajaba sin detenerse. Había escuchado su nombre en alguna parte y de pronto el reconocimiento llegó a mí, dejándome helado.

—Lindo nombre—dijo y se colocó el cinturón de seguridad.

—¿Usted no es la que tenía como pareja a Raymond Fernández? —ella asintió orgullosa ante mi pregunta, hablándole nuevamente con respeto y en sus ojos había locura extrema— ¿pero, no se supone que murieron en la silla eléctrica el 8 de marzo de 1951?

—Raymond sí murió ese día en la silla eléctrica—replicó con amargura. Había encendido el motor, pero no nos movimos. Tenía las manos aferradas al volante y pensé en la manera de salir del auto—pero yo escapé gracias a él. Una prisionera que estaba en fase terminal de cáncer me sustituyó y hui lejos.

—No puedo creerlo—susurré—estoy frente a una verdadera asesina. Esto es asombroso, es sin duda... el mejor maldito día de mi vida. Perdóneme si la traté mal—dije atropelladamente—usted ha sido uno de mis ídolos.


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