Dark Beauty © Libro 1. (TERMI...

By MiloHipster

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Dicen que los asesinos y criminales para que puedan ejercer su labor de asesinar o torturar, necesitan tener... More

Prólogo
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#Nota VIII
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CAPÍTULO FINAL 92
Epílogo
Extra
Personajes
Aviso.
DEDICATORIA
RECOMENDACIÓN ;)
AGRADECIMIENTOS

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By MiloHipster

El sol estaba en su mejor punto, y tanto Shelby y Egon, ya se encontraban tranquilamente admirando la ciudad a la distancia. A pesar de que aquel sitio era silencioso, siniestro y peligroso, a ella ya no le parecía que lo fuera. Extrañamente el chico que tenía a su lado logró que el ambiente se relajara y él tomase su lugar. Egon no pronunció ni una sola palabra mientras escrutaba todo a su alrededor y tampoco Shelby. Le resultaba tranquilizador el silencio. De pronto, él se quitó la chaqueta, dejando al descubierto unos perfectos brazos ejercitados. Enseguida ella percibió un tatuaje de alguna frase en otro idioma en su brazo izquierdo que abarcaba casi al inicio de su axila hasta un poco arriba del codo.

—¿Qué dice tu tatuaje? —preguntó, mirándolo sin parpadear. Él, por su parte, dejó su chaqueta en el cofre del escarabajo y estiró los brazos, tensando sus venas.

No quería herirlos. Quería matarlos.

—¿Puedo tocarlo?

—Está bien. Pero no por mucho tiempo—frunció el entrecejo cuando ella deslizó sus dedos sobre su piel. La textura en aquella parte era muy suave y tibia. Deseó poder quedarse todo el día acariciándolo, pero se conformó con unos segundos. Apartó la mano y se quedó pensativa un momento.

—¿Por qué esa frase y no otra? —quiso saber, muy interesada.

—Se supone que el tatuaje lo tendría yo, ¿no? Y no otra persona—dijo bruscamente y se volteó para seguir mirando la ciudad, pero al cabo de un momento, suspiró y respondió: —Es una frase de uno de mis ídolos a seguir. David Berkowitz.

—Creí que no tenías a alguien a quién admirar. Eres Egon Peitz, el asesino serial más peligroso de Austria.

—Lo soy—reiteró—pero tuve que familiarizarme en el mundo de los homicidas, ¿no? Shelby, yo no nací siéndolo.

Shelby se mordisqueó el dedo pulgar y asintió sin saber que decir.

—Quiero que me ayudes a esconderme—añadió él, luego de un rato—ya dieron la señal de alarma a este país, avisando que me he escapado y necesito ocultarme por un tiempo en lo que me comunico con mi jefe, con el que trabajé antes de ser atrapado.

A Shelby se le erizó el vello del cuello y desvió la mirada de los ojos oscuros de Egon que esperaba a que dijera algo al respecto.

—Puedo ayudarte—repuso con firmeza—pero, ¿tengo la seguridad que no vas a lastimar a mi familia o a mí, después de que termine de hacerlo?

—Uhm—murmuró pensativo y curvó los labios hacia arriba— ¿Te provoco tanto miedo? —se acercó a ella a la altura de su oreja—pero no voy a matarte en estos momentos, ¿Por qué me temes?

—Egon—se ruborizó y tuvo que sacudir la cabeza para aclarar sus ideas—es que mataste a tu compañero a pesar de ser amigos y supongo que lo harás conmigo también...

—¿Quién te ha dicho que éramos amigos? Yo no tengo amigos y no deseo tenerlos—gruñó y pateó una roca, que se incrustó con fuerza en un árbol— ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? ¡No voy a matarte!

—Prométemelo. Promete que no vas a matarme.

Shelby sintió el cuerpo de Egon tensarse. Él meneó la cabeza de un lado a otro, incapaz de querer prometer algo que no iba a cumplir, pero, ¿Quién demonios era ella para ponerle condiciones? ¿Y quién era él para no mentir?

—Te prometo que no haré nada que pueda hacerte daño—mintió con una sonrisa tranquilizadora, que relajó a Shelby y le devolvió una inocente sonrisa. Egon tragó saliva y fijó sus ojos en los pies. Minutos después, compartiendo el silencio del mirador, Shelby escuchó el sonido de pasos que se dirigían a ellos entre la maleza y los árboles que se situaban junto a ellos. Pero no quiso decir nada por miedo a que esas pobres personas salieran heridas por culpa de Egon, porque sabía que él no iba a tener piedad por ninguno. De pronto, se percató que él también lo había escuchado y palideció.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Egon en un siseo. Su rostro estaba rígido y endurecido.

—Creo que fue algún animal...

—No. Hay alguien más aquí—murmuró, agudizando el oído. Shelby vio que una de sus manos viajó a través de sus bolsillos y extrajo el mismo revólver con el que había asesinado a los guardias de Austria.

—¿Qué haces, Egon? No vayas a hacer una tontería...

—Detesto con todas mis fuerzas que haya personas a mi alrededor sin que yo les dé permiso de acercarse—espetó, furioso y comenzó a caminar, adentrándose por donde los pasos se habían escuchado. Shelby lo siguió con cautela, y le dio el impulso de aferrarse a la mano que Egon tenía libre, pero sabiendo que él detestaba ser tocado sin permiso, desistió. Pero tentativamente quedó sorprendida cuando él afianzó su mano con la suya y la impulsó a caminar más rápido; de haber estado en otra situación, ella hubiera disfrutado aquella sensación de rozar su piel cálida con la suya—no hagas ruido—murmuró llevándose un dedo a la boca y le soltó la mano para escabullirse detrás de un árbol—quédate atrás de mí y no te muevas.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó en un hilo de voz, aterrada de que asesinara a esa persona que se encontraba en alguna parte, acechándolos. Y cuando él iba a responder con aire distraído, Shelby sintió unas manos cernirse alrededor de su cuello y boca. Sintió pánico cuando fue arrastrada hacia atrás, comenzó a patalear para llamar la atención de Egon, quién se hallaba mirando a otra parte, pero en cuanto ella dejó escapar un chillido a través de la mano de su opresor, él volvió el rostro a ella y miró la escena. Si el rostro de Egon Peitz intimidaba estando sin expresión, pues en ese momento incluso Shelby deseó ocultarse bajo una roca al verle el rostro desfigurado de rabia e ira. El chico austriaco no perdió el tiempo y se aproximó al sujeto que la tenía apresada. En un movimiento fugaz, Egon le propició un golpe duro en la mandíbula al tipo, liberando así a Shelby. El pobre hombre cayó de espaldas al suelo y miró a Egon con horror.

—¡Vuelve al auto! —le gritó Egon a ella con la voz iracunda. Shelby juró haberle visto echar fuego de los ojos cuando postró su gélida y oscura mirada en el cretino que la había atacado. Pero él, al verla de pie todavía ahí, gruñó— ¡Maldita sea, vete! ¿O quieres verme trabajar?

Shelby negó con la cabeza y emprendió la huida hacia su escarabajo. Pero a la mitad del camino, alcanzó a oír un alarido proveniente de la garganta del sujeto y echó a correr más deprisa para no seguir escuchando la barbarie que Egon era capaz de hacer. Abrió la puerta del auto y deslizándose dentro, comenzó a llorar del susto. Y segundos después, el sonido de un disparo resonó por todos lados, haciendo que las aves salieran volando de todas partes. ¿En qué embrollo se había metido? Sí, le gustaba Egon Peitz y le atraía demasiado la idea de que era un asesino; pero no le agradaba tener que presenciar su labor de siempre, o al menos, de forma sorpresiva. Una cosa era amar a los criminales, y otra cosa estar presente en sus asesinatos. Obligándose a guardar la calma, cerró los ojos y recargó su cabeza en el respaldo. No supo cuánto tiempo transcurrió aproximadamente, porque cuando abrió los ojos, se percató que se había quedado dormida y el sol estaba abandonando el día, dándole paso a la noche. Y no había señal de Egon por ninguna parte. Descendió del escarabajo con cautela y desconfianza. Había demasiado silencio y la oscuridad la envolvía poco a poco. Sacó su teléfono para alumbrar a su alrededor y ahogó un grito cuando percibió los ojos de Egon en la oscuridad. Retrocedió unos pasos cuando él avanzó hacia ella.

—Tenemos que largarnos ahora—dijo y escupió. Pero Shelby notó que algo en él que la desconcertó, de antemano sabía que se había desecho del sujeto, sin embargo, no contaba con verlo todo lleno de sangre y polvo.

—Dios, ¿Qué hiciste?

—No menciones a esa deidad ficticia—se aproximó a meterse en el asiento del copiloto y ella lo imitó. Estando dentro, Egon se quitó la playera y comenzó a desabrocharle el cinturón del pantalón con la intención de quitárselo también.

—¿Qué haces? —le preguntó, sonrojada por la situación, pero no le quitó la mirada encima. Egon encendió la luz que el escarabajo tenía en el interior y Shelby logró verlo con mejor nitidez.

Dios mío.

Era bellísimo de pies a cabeza. Su bóxer negro realmente ajustado dejaba mucho a la imaginación y el vello oscuro que se perdía debajo, le hizo tragar saliva. Intrigada, a regañadientes se dio a la tarea de no observarlo más y concentrarse en su rostro, que era lo más fascinante. Él se limpió la sangre del rostro y de sus nudillos con su ropa, pero, no obstante, sus ojos estuvieron fijos en ella todo el tiempo. Shelby sabía que tendría problemas si no se marchaban de ahí de inmediato.

—¿Qué le hiciste al sujeto? —preguntó lo más serena posible cuando ponía a andar el auto. Él suspiró y estrujó la ropa con fuerza entre sus manos.

—Me costó matarlo, debo confesar—contestó con amargura—pero le quebré la tráquea con mis propias manos—apretó los puños e hizo la imitación de estar asfixiando a alguien—después le desfiguré el rostro para que, si se da la cuestión de que logren hallarlo, no sea reconocido. Pensé quemarlo, pero sería demasiado obvio, por lo que le quité las huellas dactilares de sus dedos con una roca filosa estando él agonizando. Oh, Shelby, hubieses estado ahí—su voz se suavizó y respiró profundo con los ojos cerrados—me hacía falta hacer mi labor. Es de lo que vivo y esta noche podré conciliar el sueño plácidamente. Eché su asqueroso cadáver a un agujero de basura que encontré a unos tres kilómetros de aquí. Perturbada y emocionada al mismo tiempo, ella lo quedó mirando con la boca abierta.

—Egon, eso es... muy sádico.

—No, cariño. Eso es saber vivir—le guiñó él ojo.

—¿Y cómo querías que yo estuviera presente si cuando golpeaste al sujeto me ordenaste que me fuera?

—¿Querías quedarte? —preguntó consternado.

—Sí. Y quizás... te hubiera ayudado.

Egon esbozó una sonrisa de oreja a oreja y alargó una de sus manos para acariciarle amistosamente la mejilla.

—Eres la clase de persona que necesito a mi lado.


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