Dark Beauty © Libro 1. (TERMI...

By MiloHipster

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Dicen que los asesinos y criminales para que puedan ejercer su labor de asesinar o torturar, necesitan tener... More

Prólogo
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CAPÍTULO FINAL 92
Epílogo
Extra
Personajes
Aviso.
DEDICATORIA
RECOMENDACIÓN ;)
AGRADECIMIENTOS

08

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By MiloHipster

La mirada penetrante de aquel sujeto que tenía frente a ella le provocó un sinfín de emociones encontradas que la estremeció. No podía imaginarse que ese chico, de no mayor de los veintitantos años, se encontrase en esa situación. Era muy peligroso, por lo que el guardia de seguridad le informó, pero no pensó que tanto para haber llegado al grado de mantenerlo atado de los brazos y con un bozal en la boca como si se tratase de un animal listo para atacar. Parpadeó varias veces antes de volver a fijar su vista en los ojos de él, quién no había dejado de mirarla con interés y atención.

—Pensé que no hablaba usted inglés—se atrevió a mencionar, siendo consciente de la rigidez en la que los labios de Egon Peitz se curvaban hacia arriba, mostrando una sonrisa torcida y burlona que la hizo sonrojar.

—Soy un criminal desde los trece años, mi bella dama, tenía que aprender a hablar el idioma universal que mueve al mundo—contestó—y no me trates de usted, porque no soy muy mayor que tú.

—Tengo diecinueve años.

—Y yo tengo veinticinco—arqueó ambas cejas y miró por encima del hombro a los sujetos que lo escoltaban—y como verás, vivir aquí es todo un reto.

Shelby rio por lo bajo ante su chiste malo y él asintió complacido.

—¿Ibas a hacerme preguntas?

—Eh, sí. Dame un segundo—se mordió los labios y leyó su lista de preguntas. Decidió que en vez de hacerle todas, le haría solo unas breves preguntas, pero muy importantes. Cuando se sintió segura de hablar, plasmó de nuevo su atención en él y se aventuró a comenzar su entrevista—¿Sientes placer al asesinar a tus víctimas? —al principio pensó que quizás aquella pregunta no había sido la adecuada para empezar, pero se tranquilizó al ver que él movía los ojos de un lado a otro con aire pensativo. Y al cabo de unos segundos, respondió con naturalidad.

—En efecto, sí. Ver a mis víctimas sufrir es como deleitarse con un grandioso banquete y escuchar sus gritos de piedad es como estar escuchando música clásica. Prácticamente es música para mis oídos—cerró los ojos y esbozó una sonrisa maliciosa. A Shelby se le erizó la piel y anotó rápidamente su respuesta.

—¿Por qué ejecutas ese trabajo? ¿Qué ganas con ser un asesino?

—Quizás sea un trabajo, pero para mí, es un pasatiempo que adoro realizar. No hay palabras para describirlo, y gano muchos millones de euros y dólares, que yo utilizo para viajar y buscar nuevos trabajos por todo el mundo.

—Entonces te refieres a que no tienes un jefe que te dice que hacer—afirmó ella. Egon juntó sus cejas consternado. Le sorprendía ver el gran interés de esa fémina en él.

—Por el momento no tengo jefe. En este preciso instante yo soy mi propio jefe y decido a quién matar o a quién dejar con vida—el brillo malicioso de sus ojos oscuros se intensificó y ella sintió deseos de decirle que lo admiraba, pero se contuvo—por ejemplo, ahora no estás en mis planes de matarte. Si te vas justo en este segundo de aquí, puedes estar segura que me olvidaré de tu rostro y no iré tras de ti para matarte.

—¿Debo sentirme halagada por ello? —lo desafió.

—Sí. Es más, cometiste un grave error al decirme tu nombre.

—¿Por qué? —quiso saber. Una parte de su subconsciente le decía que se largara de ahí de inmediato, pero su otra parte, la demencial, le decía que debía quedarse un poco más. Y cuando Egon se disponía a responder, uno de los guardias lo sujetó del hombro y le envió una mirada severa.

—Acabó el tiempo, muchacha—le dijo a Shelby mientras le colocaba de nuevo el bozal a Egon.

—Gracias por tu tiempo, Egon Peitz—se despidió de él sin esperar ninguna respuesta.

—Ha sido un placer, Shelby Cash—le oyó decir a través del bozal—por cierto, tu collar es hermoso.

Shelby salió del cubículo con la respiración agitada, la frente y manos sudorosas. Aspiró profundamente y sonrió ampliamente ante la fabulosa sensación de haber estado por fin frente a un verdadero criminal. Cogió su dije de revólver entre sus dedos y se lo llevó a los labios. Sintió la fría textura y se estremeció. Se recogió el cabello con un pasador y se encaminó a la salida donde se encontraban los demás estudiantes esperándola para continuar el recorrido por las instalaciones. Shelby fue testigo de la enorme comodidad en la que habitaban los reos en ese lugar, sus celdas parecían dormitorios de un internado escolar que cárcel. Además, miró atónita las canchas de tenis y baloncesto. Sin decir que había un excelente gimnasio donde pasar horas ejercitándose. Era más que fabuloso ese sitio. Y eso la hizo llegar a la conclusión: Egon Peitz era un criminal sofisticado que tal vez se ejercitaba mientras planeaba su manera de escape y los métodos para matar a cada uno del personal de seguridad. Incluso a ella le advirtió que se fuera porque de no ser así, también la mataría. Y por muy estúpido que pareciera, la mera idea le resultó excitante.

—Jóvenes—dijo el guía de repente, con los brazos extendidos a cada lado de su cuerpo. Shelby prestó atención y sacó rápidamente su libreta para anotar cualquier dato importante—toda la decoración que se encuentran aquí, han sido creados por los reos en sus tiempos libres.

—¿Y les pagan por hacer estas manualidades? —preguntó un chico de raza negra, que observaba con fascinación unas esculturas hechas de carrizos

—No—sonrió el guía—pero les quitan un día de condena.

—¿Qué pasa si hacen miles de manualidades, eso quiere decir que pueden llegar a ser libres con solo adornar la institución? —preguntó Shelby, pensando positivamente en la posibilidad de ver algún día en libertad a ese chico, Egon, quién había despertado su interés.

—No. Ya ha pasado que reos que tienen un año de condena, se disponen a hacer muchas manualidades, pero hacen una excepción con ellos. Los que tengan más de cinco años de condena sí se les resta días de salida. Y los que tienen un año o meses... no—le respondió el guía, asombrado por su pregunta.

—¿Hay alguna manualidad hecha por Egon Peitz? —ella continuó su interrogatorio con más ansiedad.

—¿Egon Peitz? —repitió el nombre—No. ¿Acaso no te dijeron los de seguridad cuando entraste hablar con él?

—¿Deberían haberme dicho algo?

—Egon Peitz es el homicida más peligroso que habita en esta cárcel—objetó excitado. Todos los estudiantes miraban a Shelby con perplejidad—él no tiene permitido hacerlos porque de todas formas no saldrá de aquí. Está condenado a cadena perpetua.

Dicho eso, el guía dio por terminada la charla y Shelby se quedó estupefacta. ¿Cadena perpetua? Que desgraciado chico. Quizás podría volver algún día a visitarlo y a seguir entrevistándolo como minutos atrás. Aunque algo le decía que ese chico iba a escapar de la manera más extraordinaria, en la que dejaría helados a todos, incluso a ella. Mentalmente se ideó un plan para regresar y hablar con él una última vez. Iba a ser difícil encontrar su celda entre tantos pasillos y cubículos, pero lo intentaría cuando concluyera su recorrido.

—Ahora todos, síganme. Estaremos en una conferencia con los mejores detectives de Austria, quiénes nos relatará anécdotas diversas acerca de los individuos que yacen aquí.

Y a paso decidido, Shelby apresuró el paso para entrar a la sala de conferencias.

«Egon Peitz»

Luego de su entrevista con aquella extrovertida estudiante, fue escoltado y obligado a quedar recluido en la misma celda de torturas donde se mantenía estampado a la pared con los brazos alrededor de su pecho y sus pies inmovilizados. El bozal le provocó comezón e irritación alrededor de la boca y parte de la nariz, sin decir que todavía le dolía los golpes de la paliza de días atrás. A los pocos minutos Gale apareció y abrió la celda para acceder a su espacio. Egon apenas y se inmutó. Se sentía débil e incapaz de mover los ojos. Pensó que el plan de escapar sería otro día porque era imposible que pudiese dar un paso sin desvanecerse.

—No has comido bien en todo el día—observó Gale, mirándolo con desaprobación—quieres huir, pero no te alimentas como se debe.

—Lo haría si no estuviera en esta puñetera cárcel donde solo me torturan. Pero mataré a todos y si digo todos, eso te incluye a ti.

—Ya. Lo que sea, ahora voy a quitarte el bozal y vas a tragarte lo que te he traído—comenzó a desabrocharle las correas y echó el sucio bozal al suelo. Egon logró respirar con normalidad y con relajación.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó con los ojos puestos en la bolsa de plástico que Gale sostenía en las manos.

—Una hamburguesa.

—Dámela—le exigió, sintiendo como comenzaba a salivar a causa del antojo. Gale lo alimentó como persona civilizada, pero Egon, teniendo las manos inmovilizadas, se devoró de un mordisco gran parte de la hamburguesa, la engulló casi sin masticar y sintió que estaba en la gloria.

—Por un momento pensé que me comerías un trozo de dedo—bromeó Gale.

—El sabor de tu carne y sangre hubiera arruinado mi maravillosa hamburguesa—rio y tragó el último bocado—dame algo de beber.

—Se dice por favor—bufó y le acerco la boquilla del vaso a los labios.

—Yo no tengo modales y si los tuviera, no los utilizaría contigo.

Gale puso los ojos en blanco y se sacudió las manos en sus pantalones.

—¿Ya se fueron esos estudiantes? —preguntó Egon, con incertidumbre.

—No. Ahora se encuentran en una conferencia en la sala de pláticas.

—Perfecto—dijo y miró con excitación a su compañero—ya me siento con fuerzas. Quítame esta porquería y ayúdame a salir. Todos están ocupados en esos adolecentes y es el mejor momento para efectuar nuestro cometido.

—Tu mente es tan perfecta que incluso me perturbas.

«Shelby Cash»

Tomó asiento en una de las primeras filas del pequeño auditorio, ubicándose lo más cerca de la salida de emergencia. No sabía por qué, pero se sentía segura sentada ahí. Eran aproximadamente veintidós estudiantes sin contarla a ella que se encontraban allí, sentados y cuchicheándose entre sí y como ella no los conocía, permaneció sentada y en silencio, leyendo absorta los garabatos de las respuestas de Egon Peitz que había logrado anotar. Alzó la vista hacia adelante y notó que la conferencia aún no daba inicio, por lo que sacó su teléfono del bolso y le marcó a Lola. Su amiga ni si quiera sabía de su viaje y tampoco se tomó la molestia de llamarla. Pero a diferencia de Lola, Shelby sí quería hablar con ella y lo hizo. Sabía que gastaría mucho dinero en hacer esa llamada que tal vez no valía la pena.

—¿Cash? —la voz cantarina de Lola la hizo enfurecer. Porque ni si quiera se molestó en llamarla en un día y medio.

—¡Vaya! Me sorprende que aún recuerdes mi nombre, Lourdes.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—Olvídalo. Sólo te llamo para decirte que desde la media noche me encuentro en Austria. Estoy en la cárcel del país dando el recorrido, ya que mi mejor amiga me dio la espalda.

—¿Austria? ¿En serio? Shelby, ¿Qué te pasa? No entiendo a qué te refieres.

—No discutiré contigo. Ya me tengo que ir...

Y de pronto, cuando pensó que seguiría riñendo con su amiga, un estruendo hizo saltar a todos los presentes. La puerta de emergencia se partió en dos y de ahí surgió el rostro de Egon Peitz sin el bozal, sin los grilletes de seguridad adheridos a su cuerpo y con una sonrisa psicópata en los labios, pero lo que más aterró a Shelby fue ver que en sus manos sostenía un rifle y en sus pantalones dos granadas y dos revólveres. Detrás de él había otro sujeto con cara de pocos amigos que apuntó en todas direcciones. Absolutamente todos los estudiantes, excepto ella, comenzaron a gritar y enseguida por la puerta en la que habían entrado al principio, entraron un sinfín de guardias armados y las alarmas comenzaron a sonar, dejándola aturdida.

—¡Zeit zum Sterben! —exclamó Egon en su lengua natal y comenzó a disparar al techo. Los fragmentos de concreto que sostenían las vigas, comenzaron a desbordarse y a caer con precipitación al suelo. Shelby corrió a refugiarse con los demás estudiantes en un rincón, donde los policías los aseguraron con sus cuerpos.

—Egon, baja el arma—dijo un policía con el rostro sudoroso. Le temblaba la mano con la que sostenía su propia arma y tragaba saliva a cada segundo—no estás pensando bien las cosas. Hay personas inocentes aquí, por favor, deja el arma en el piso y tú, Gale, déjate de idioteces y alza las manos en donde podamos verlas.

Shelby no entendía un carajo lo que aquel policía decía porque estaban hablando en alemán, pero a juzgar por su rostro lívido, adivinó que quizás se trataba de una manera de tranquilizarlo.

—¿Recuerdas que les dije varias veces que morirían todos? —repuso Egon, igual en alemán—pues ha llegado el día.

Y con una sonrisa más psicópata, apuntó a los policías y disparó sin escrúpulos. Los cuerpos de los policías se retorcían a causa de las balas y caían al suelo muertos y llenos de sangre. Shelby, por su parte, se cubrió el rostro con las manos, viendo con dificultad como uno de los estudiantes se desvanecía al suelo por una bala en la cabeza. Quiso gritar, pero de su garganta no salió nada. Pero de la misma puerta salieron más policías a protegerlos. Y entre ellos había una mujer de edad muy avanzada que le apuntó directamente a él en la cabeza.

—Milla—dijo Egon, sonriendo—¿Recuerdas nuestra charla en las duchas?

—La recuerdo perfectamente—repuso ella, quitándole el seguro a su arma.

—Mencioné que te mataría con tu propia arma, ¿no es así? —se acomodó la correa del rifle en la espalda y se aproximó a ella con pasos firmes. Milla retrocedió alarmada, sin dejar de apuntarlo. Y cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, Egon la sujetó violentamente de la muñeca en la que empuñaba el arma y se la quitó. Él, viendo como los demás policías corrían a ayudarla, les disparó sin mirarlos en medio de los ojos y solo se escuchó el deslizar de sus cuerpos al suelo. El suelo estaba tiñéndose de rojo a causa de la sangre derramada. Dirigió el arma de Milla a su sien izquierda y luego fue bajando la boquilla a través de su mandíbula hasta situarla justo debajo de su barbilla—y yo cumplo mis promesas—apretó el gatillo mirándola con fiereza. Milla puso los ojos en blanco y dio un último suspiro antes de descender al suelo con la cabeza perforada. Shelby no podía salir del shock de lo que acababa de presenciar. Comenzó a escabullirse con ayuda de un policía junto con los demás estudiantes que estaban horrorizados, cuando de repente, la voz de Egon pronunciando su nombre la hizo detenerse con pánico.

Shelby Cash. ¡Detente ahí! —vociferó él—saldré solamente de aquí si vienes conmigo.

A Shelby le dio un espasmo al ver cómo ese chico extendía su mano hacia ella, en la espera de su respuesta.


Zeit zum Sterben, en alemán, significa "Hora de morir". 



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