Cuidaré de ti

By NuriaOrtiz

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Hace algún tiempo, mientras escribia otra de mis novelas, Te amo, Bradley, me llego la Inspiración De Una nue... More

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Olvidar es lo mejor
¡Ya llegan!
Familia
Epílogo
¡NUEVA NOVELA!

Salida

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By NuriaOrtiz

Noah era todo lo que ella ya sabía que seria. Imponente e intimidante con su más de metro ochenta de altura y todos esos músculos armoniosos y abultados que rellenaban la ropa a la perfección, haciendo de él un magnate atractivo y poderoso. Sus rasgos perfectos, el pelo rubio oscuro y esas envolventes gafas negras con las que tapaba sus ojos ciegos, creaban una imagen que ella admiraba y temía al mismo tiempo.

Su encontronazo en el pasillo no había hecho nada por mitigar el miedo que había sentido en un principio y la desconfianza era más fuerte en ella ahora que tuvo la oportunidad de ver al hombre con el que compartía casa. Gracias a Dios, tenía su propia habitación y un cuarto de baño propio, y si sentía demasiado miedo por el gigante que la acogía, siempre podría echar el pestillo que tenía su puerta.

De hecho, Emma estaba segura que iba a echarlo cada noche cuando regresara a la habitación a descansar sus huesos.

No confiaba en el, aunque no le había hecho nada y la sonrisa que le había dedicado era pura amabilidad condensada en un estiramiento de perfectos y gruesos labios, y unos dientes blancos y perfectos, como el resto del hombre. Sin embargo sus defensas estaban en alza, y las alarmas sonaban con estruendo en su cabeza. Eran como las alarmas antiaéreas. E igual de ruidosas.

Su propósito de ese viaje a Boston era superar el miedo que Bobby había creado en ella, hacia el sexo masculino, sin embargo eso no parecía estar muy cerca de poder cumplirse. No teniendo un ayudante como Noah McCarter a su lado. De ninguna de las maneras podría encontrar el valor para dar el paso hacia delante que le hacía falta. Por ahora se quedaría en la retaguardia y observaría. Si encontraba un hueco hacia el que dirigir sus tan esperados pasos, lo usaría sin chistar, pero ahora esperaría. Podía concentrarse en otras cosas, como buscar trabajo.

Si, pensó Emma, ese era un buen plan.

Deslizando sus pies en un par de suaves pantuflas, Emma salió al pasillo donde conoció a Noah dos días antes, en medio de la madrugada y del ensordecedor silencio de una casa dormida. Piso suavemente a través de la alfombra oriental que cubría el largo y ancho pasillo, adornado con esos vivaces cuadros y los jarrones llenos de flores sobre las mesitas. Paseo por el precioso salón, con sus sofás blancos y la mesita de cristal sobre aquella preciosa alfombra en tonos tierra. Cruzo las puertas francesas de madera de cedro hacia la sala de música con su elegante piano negro. Y salió a la terraza abrazándose para guardar calor, en esa fría noche de finales de enero, donde su respiración se condensaba y flotaba en nubes sobre su cabeza.

Todo estaba en silencio, sin embargo sus ojos podían ver a  través del esplendido jardín, con sus setos recortados y sus árboles. Todo aquel lugar debía ser un festín para los ojos cuando la primavera hiciera su aparición para calentar los brotes de flores que dormitaban en sus ramas, con timidez. Y pensando en ello, Emma sintió pena por Noah. El nunca podría disfrutar de la vista de toda aquella belleza que lo rodeaba. Ni los cuadros que adornaban sus paredes, ni las flores que llenaban los delicados jarrones. Tampoco los arboles que le darían sombra durante el verano. Ni las alfombras que protegían sus pies del frio suelo. Nada de aquello podía ser disfrutado por el hombre. Su ceguera lo impedía y era una verdadera pena.

Volviendo dentro de la cálida seguridad de la habitación de música, Emma salió de allí y camino hacia la sala de estar, o de ocio, según se mirase. Con la pantalla plana que adornaba una de las paredes, las estanterías llenas de películas y el reproductor de música con sus altavoces. Los sofás negros y mullidos. La mesita frente a los asientos y el bar con todas sus botellas de licor. Licor bueno, por supuesto. Todo era de gran calidad. Incluidos los vasos de cristal.

Ella puso una de las películas que pensó que más podría gustarle, y acomodo su cuerpo en el sofá. Sin síntoma alguno de tener sueño, Emma solo esperaba poder entretenerse lo suficiente. O quizás, esperaba aburrir a su cerebro y conseguir así que este se desconectara, como quien desconecta una batería de un teléfono móvil. Debería poder descansar, pero la verdad era que durante esos dos días que había estado en esa enorme casa, no había podido hacer nada que la entretuviera, o que la hiciera sentir útil, ya que Carmen, la doncella que cuidaba del señor y la casa, tenía la absurda regla de que los invitados no podían ayudar. Ella no quería ser tratada como una invitada. Quería ayudar en los quehaceres del hogar y tener su mente alejada de los pensamientos deprimentes que la embargaban cuando estaba ociosa, sin embargo la española era de armas tomar y se había negado en redondo a que ella la ayudara. Salvo aquel primer día, y Emma suponía que lo hizo para calmarla al verla tan nerviosa. Y sin otra cosa que hacer, estuvo deambulando por la casa durante esos dos días metida en aquella jaula de oro.

Sus ojos no se concentraban en la película que se reproducía en la televisión. Ni sus oídos escuchaban el sonido envolvente que salía de los altavoces. Pero su cuerpo encontró una posición cómoda en el sofá de cuero negro. Acurrucándose, con los brazos encogidos contra el pecho y las manos bajo la barbilla, Emma dejo que las imágenes navegaran delante de sus ojos hasta que sus parpados se cerraron y su pecho se inflo en una profunda respiración antes de que sus pulmones adquirieran un ritmo acompasado y lento cuando consiguió el tan preciado sueño.

Todo su cuerpo se relajo y su mente se desconecto. Dándole la bienvenida al descanso. Un descanso que esperaba llegara a ella sin malos recuerdos y sin pesadillas que la atormentaran en un lugar donde todo debía ser seguro para su subconsciente.

Los suaves y sutiles golpecitos en su hombro, transportaron a Emma del país de Morfeo a la realidad. Haciendo un paseo por el dominio de la confusión antes de que el presente reinara en su recién y pastoso cerebro. Sus ojos se abrieron con pesadez y lo primero que enfoco fue la cara de Carmen. El pelo negro recogido en un moño en lo alto de su cabeza, los ojos castaños bajo las finas cejas y la cara redondeada con sus mejillas sonrosadas. La viva imagen de la salud.

--Muchacha… ¿Qué haces durmiendo aquí?

Pregunto ella con suavidad. La genuina preocupación que brillaba en sus inteligentes ojos hizo que Emma se sintiera un poco incomoda.

--¿No estas cómoda en tu habitación? Si necesitas algo solo tienes que decírmelo. El señor, quiere que estés cómoda y a gusto en la casa y mi misión es conseguir que eso ocurra.

Anuncio la doncella con orgullo. Emma se incorporo, sacando las piernas por el borde del asiento, se percato de que tenía una fina manta cubriéndola desde los pies hasta la cintura. ¿Quién la tapo? Ella no se había percatado de nada mientras dormía, de hecho, había tenido una de esas noches en la que las pesadillas se mantenían en la bahía y no la atormentaban como acostumbraban a hacer. Lo cual era agradable.

--La habitación es perfecta, y cómoda. Simplemente no podía dormir y llegue hasta aquí, puse una película y me quede dormida. Lo siento.

--No tienes que disculparte. Puedes ir donde quieras.

Si, probablemente así era. Tenía carta blanca en la casa. Podía ir y venir por donde quisiera, incluida la cocina, vetada al señor de la casa. Nadie le diría nada si iba un lado o al otro, pero aunque ella se hacia sus tours por las noches, al menos durante las dos últimas noches, que eran las únicas que había estado en esa casa, no le gustaba fisgar de mas. Ella solo caminaba por las habitaciones. Sin ruido. Sin alterar el lugar.

Pasando los dedos por debajo de los somnolientos ojos, Emma intento sacudirse el sueño tanto como pudo.

--¿Qué hora es?

Pregunto al percatarse de que fuera ya era de día. Lo que quería decir que el amo y señor de todo lo que la rodeaba ya debía de estar en la oficina de la empresa en la que trabajaba y hacia de jefazo, junto con su padre.

--Las 10:22 de la mañana. Te he despertado para preguntarte si querías venir conmigo a la ciudad. Tengo que llenar la despensa y me preguntaba si te gustaría salir de la casa. Llevas tres días aquí encerrada.

Cierto. Ese día era el tercer día desde su llegada a la casa, y desde entonces no había vuelto a traspasar la puerta de salida. Y reconoció que le iría bien un poco de aire, aunque fuese helado y le dejara la nariz y las orejas rojas e insensibles, merecería la pena. Al menos tendría algo con lo que entretenerse durante unas horas.

El dueño del hogar ya no estaba y ella podía ir por toda la casa con la seguridad de que no iban a encontrarse por ninguna de las esquinas. La casa estaba vacía, salvo por Carmen, John y ella. Nadie más residía en la enorme casona, lo cual era impresionante dados los metros cuadrados que el lugar tenia. Todos esos amplios suelos de baldosas y madera, y las alfombras, y los muebles. Todo eso necesitaba un mantenimiento de limpieza, y ella dudaba seriamente que una sola persona pudiera ocuparse de tanto terreno ella sola. Sin embargo, por ahora, no había visto a nadie más que a los dos empleados.

--¿Te gustaría venir?

Emma se puso en pie, estiro ligeramente su cuerpo y noto con gratitud, que ningún musculo ni hueso de su cuerpo protesto por haber estado durmiendo en un sofá. Sin embargo el sofá en si era comodísimo, amplio y mullido, había acogido su cuerpo con maestría y cuidado, como si agradeciera que alguien lo usara al fin para algo más que adornar una habitación.

--Me gustaría ir ¿Puede esperarme unos minutos?

La mujer sonrió ampliamente, asintiendo con la cabeza, haciendo que su pelo negro reflejara la luz del día en sus oscuras hebras.

--Tomate todo el tiempo que quieres. Te iré preparando algo de desayunar mientras tanto.

Emma se puso en guardia ante aquellas palabras. No le gustaba que le sirvieran. Ella quería valerse por sí misma, como había estado haciendo durante todo su tiempo en el rancho.

Estaba a punto de rechazar el gesto de la doncella con todo el tacto que pudiera, cuando el teléfono fijo de la casa, empezó a sonar. La mujer se alejo de ella, caminando fuera de la sala, contesto la inesperada llamada. Ella podía oír el murmullo de la voz de Carmen, pero no pudo captar ninguna palabra clave que le diera una mínima pista de quien era. Tampoco era que importase, ella solo era una invitada y allí no tenía ni voz ni voto. No porque se lo hubiesen negado, si no porque ella no quería hacer uso de ello.

Doblo la manta que había aparecido sobre su cuerpo por arte de magia, y salió de la habitación, en dirección a su propio cuarto. Iba a ducharse y vestirse con ropa de abrigo para afrontar el paseo por la ciudad. Sabía que hacia frio fuera, por que los cristales de las ventanas estaban empañados por el contraste de frio calor que había de un lado a otro del cristal. Sin embargo el frio sería bienvenido. Despejaría su mente y seria agradable sentir algo más que el siempre acogedor interior del lugar.

***

Maldita fuese su memoria, pensó Noah cuando colgó el teléfono en el soporte y se levanto de la, normalmente, cómoda silla. Esa misma mañana, cuando se había despertado, creyó que tenía todos los documentos que estuvo revisando, guardados a salvo en su maletín, sin embargo no había sido así. Debía de haberlos dejado sobre el escritorio, o en la mesita de noche de su habitación, no estaba muy seguro de donde los dejo olvidados. Si estaba seguro de que estaban en su casa, y gracias a Dios, Carmen aun no había salido a hacer la compra del mes, así que podía pedirle el pequeño favor de que los llevara hasta la empresa. Una vez allí los empleados se ocuparían de hacérselo llegar, en el caso de que la doncella no quisiera subir hasta la última planta del edificio. Lo que sería raro. Carmen gustaba de hacer su trabajo de principio a fin, sin intermediarios. Así que seguramente aparecería por las puertas de su oficina, de un momento a otro, en las próximas dos horas.

Tenía tantas cosas en la cabeza, que tenía el presentimiento que le iba a explotar. Hacía días que no descansaba como debería, y el trabajo estaba absorbiendo muchas más horas que las acostumbradas. Como consecuencia, sentía el cuerpo pesado, agotado. Llevaba sin ir a la piscina al menos una semana, y eso no estaba haciendo nada bueno por mejorar su humor. Sin embargo había algo que si conseguía que se relajara, y era el hecho de poder cuidar desde la distancia a Emma.

La muchacha llevaba dos… tres días en su casa y desde entonces solo pudo hablar con ella en una sola ocasión, cuando se toparon en el pasillo que daba a las habitaciones privadas. Desde entonces, y pese a que esperaba poder entablar con ella una amena conversación, la mujer había mostrado ser bastante escurridiza. Sabía, por Carmen, que solía moverse por la casa, después de que él se hubiese marchado, y que por lo general se pasaba horas en la biblioteca.

El quería que Emma se sintiera cómoda en la casa, a gusto hasta el punto de considerar la enorme casona, como suya. Pero ella no lo hacía, más bien se encerraba y solo disfrutaba de las comodidades del hogar, cuando estaba sola, sin nadie que la viera ir y venir entre las habitaciones. Emma parecía recelosa, y dado su historial con los hombres, le parecía normal que mostrara esa manera cauta de comportarse. Manteniéndose alejada de la amenaza, que debía de ser el.

Aunque lo que menos deseaba era hacerle daño.

Cesando en su histérico paseo alrededor de su oficina, evadiendo los pocos muebles que adornaban el lugar para hacerlo más confortable, Noah paro frente a la gran cristalera que era el último piso de un edificio de 36 plantas. La última planta, la que compartía con su padre, tenía unas vistas espectaculares, o eso le habían dicho, desde las inmensas cristaleras que adornaban toda la parte exterior de la fachada, dejando que tanto el sol de la mañana, como la oscuridad plateada de la noche, entrara a través del cristal, inundando las dos únicas oficinas que había en el piso 36 del edificio. Situado en una de las zonas  más influyentes y transitadas de Boston, la empresa familiar McCarter, era un edificio magnifico. Una vista espectacular que sus ojos no podían disfrutar.

Noah camino hacia la pared de cristal, se quito las gafas negras que siempre llevaba y clavo sus inservibles ojos en un punto indeterminado, sin saber que era lo que tenia ante él, más que el frio cristal que lo protegía de las inclemencias del frio invierno de exterior, y pensó que por una vez en su vida, le gustaría tener la oportunidad de tener, aunque fuese, un mínimo de visión. Se conformaba con una visión borrosa, no esperaba nada de HD. El solo quería distinguir cosas, como los colores y los contornos de las cosas. Poder situar una imagen de cierta mujer, le daría un poco del consuelo. Y pensándolo bien, en sus 26 años, era la primera vez que le molestaba su ceguera.

Curioso como una persona podía cambiar de idea, en un momento determinado de su vida.

--¿Señor? La señorita Carmen García, acaba de llegar.

Parpadeando, Noah coloco su única defensa contra el mundo, una vez más, en su sitio y se volvió para poder contestar a Bianca. Apretando el botón de comunicador, Noah se inclino sobre el escritorio.

--Gracias, Bianca. Hazla pasar, por favor.

Escucho como Bianca cerraba la comunicación, y poco después la puerta se abrió con un suave chasquido. Escucho dos clase de pisadas, y supo que Carmen iba acompañada. No era su secretaria, por que la mujer llevaba unos tacones bajos, y aquellos pasos eran suaves. Muy suaves.

--¿Quién viene contigo, Carmen?

Las suaves pisadas se detuvieron de repente, y el sonrió un poco en dirección al dueño de esos pasos.

--Es Emma, Señor. La muchacha me acompaña a hacer la compra.

Aquella noticia alegro a Noah. Finalmente habían conseguido que saliera de la casa y respirara un poco de aire fresco. Al menos Carmen era una buena compañía para la mujer, no se sentiría amenazada y estaría tan cómoda como pudiera. Era bueno que empezara a ver mundo.

--Oh, eso está bien. Espero que te diviertas, Emma.

Como costumbre, ella no dijo nada, y eso lo deprimió. Ese pequeño deseo de tener a alguien con quien conversas, no parecía que fuese a hacerse realidad en un futuro próximo. Más bien seguía viendo un futuro de cenas a solas, acompañadas por las pocas palabras que pudiera hablar con su personal. Nada de una relación cercana, donde el no fuese señor, si no Noah. Pero después de todo, comprendía a Emma. Teniendo un pasado como el suyo, era lógico que desconfiara de los hombres visiblemente poderosos e intimidantes, y aunque él no podía ver su reflejo en un espejo, sabía que era alto y con un cuerpo cubierto por unos músculos grandes y duros que abrazaban sus largos y fuertes huesos. Su desarrollo en el interior de su madre, podía haber fallado en el sentido de que nació sin uno de los sentidos, pero su genética era perfecta y había adquirido una estructura ósea increíble.

--¿Has traído lo que te pedí?

Pregunto, consciente de que no obtendría una sola palabra de los labios de Emma. Era mejor dejarla tranquila y hacer como si no estuviera allí, de esa manera se sentía más segura.

--Si señor, el portafolios y el sobre acolchado con el sello del señor O’Neill.

Noah solo respiro tranquilo cuando Carmen puso todo en sus manos y el pudo sentarse en su silla y verificar el contenido de cada objeto, asegurándose de que no faltaba ningún documento. Pasando sus dedos rápidamente por las hojas de papel, Noah comprobó que estaba todo.

--Muchas gracias, Carmen. Me has salvado la vida.

La mujer soltó un pequeño suspiro.

--Señor, con todo el respecto, pero usted no pierde la cabeza por que la lleva pegada al cuerpo.

Sin poder rebatir esa gran verdad, Noah soltó una risotada. Era completamente verdad que en algunos momentos de su vida, se volvía muy despistado y olvidaba todo en todas partes. Lo que no era bueno daba su condición. Por suerte tenia a Carmen y Turco, y ellos dos le hacían la vida mucho más fácil, al ayudarle a encontrar lo que siempre perdía. No era que el fuese un inútil o un desordenado, simplemente su cabeza saltaba de una cosa a otra cuando tenía mucho estrés por el trabajo, y en esas épocas agobiantes, que solían ser a menudo, su mente no estaba en todo lo que tenía que estar.

 --Bueno, pero no es siempre así ¿No?

--Gracias  a Dios, no.

Sonriendo hacia la mujer que lo aguantaba en todas sus peores fases, Noah dio gracias por haber encontrado a Carmen. La española de carácter fuerte, pero corazón blando, era otro de su salvavidas.

--Procurare estar más pendiente de mis cosas.

Aseguro él. La verdad era que tenía que poner más atención a lo que hacía, si no quería ir dejando importantes documentos por todos lados, consiguiendo así que se perdieran. Lo que no era recomendable. Así que debía poner orden a sus cosas, y asegurarse de guardar todo lo que necesitaba ser guardado. De ese modo, Carmen, no tendría que ir detrás de él salvándole el pescuezo.

--Eso estaría muy bien, señor.

Esa mujer no le importaba echarle una bronca o dos cuando debía. Aunque el nombrecito de señor, iba y venía durante toda la conversación. Nunca, en los tres años que  llevaba trabajando para él, había conseguido que lo llamara por su nombre. Y nunca lo conseguiría, era consciente de ello. Por eso sus esperanzas de tener a alguien que dijese su nombre y conversara con él como si fuese una persona normal y corriente, estaban puestas en Emma, pero si seguían por el mismo camino, que esos tres días, la cosa no iba a prosperar mucho.

Esperaba que el hecho de dejarle espacio para que se calmara y averiguara por si misma que él no era ningún peligro, consiguiera que se acercara a él lo suficiente como para poder conocerse un poco. La gente tendía a querer conocer a las personas con las que convivía, y el tenia curiosidad por Emma, aunque esto no fuese reciproco, el quería saciar su curiosidad cuanto antes. Pero aun así dejaría que ella se tomara su tiempo, y le daría el espacio necesario para que pudiera afianzarse y dar el paso esperado. Después de todo, Emma tenía muchos pasos que dar.

--¿Eso es todo, señor?

Pregunto la española.

El asintió hacia la doncella, con una pequeña sonrisilla en los labios.

--Si, gracias.

--Entonces nos vamos.

Carmen tenía que hacer unas cuantas compras para el mes, y eso sin hablar de los quehaceres que le esperaban en la enorme casona, así que querría empezar cuanto antes las labores.

--Divertíos.

Las dos mujeres salieron de la oficina, y cerraron la puerta tras de ellas. Dejándolo solo con su trabajo, una vez más. No le sorprendía que Emma no hubiese dicho nada, ni al principio ni al final. Era una mujer silenciosa, que procuraba no molestar a nadie. Y eso era lo que a él le molestaba. No quería que la chica se convirtiera en un fantasma, quería a alguien vivo que pudiera disfrutar de todas las comodidades de la casa, que gritara cuando se emocionaba por algo y que riera a todas horas. Quera que hablara y hablara sin parar y que contara con sus oídos para hacerse escuchar. Pero Emma no era así, o al menos sí lo era, no se dejaba ver. Tampoco bajaba la guardia en ningún momento, salvo quizás, esa mañana temprano cuando ordeno a Turco buscar a la joven. Por lo general el perro lazarillo se paraba frente a la habitación cerrada de la chica, pero esa mañana, el animal lo llevo a través de la casa hasta la sala de estar. El perro marco donde se encontraba la mujer, y dado que ella ni se inmuto por su presencia, supo que estaba dormida. La tapo con una de las mantas que Carmen guardaba en un pequeño armarito. No supo si la tapo bien o no, pero se guio por la respiración de la muchacha para saber dónde estaba su cabeza, así que tendió la suave tela hacia el lado contrario y lo subió más o menos hasta mitad de camino. De ese modo pudo cuidarla, sin que ella lo supiera y se asustara.

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