Ángel

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La soledad y lo blanco del espacio parecen burlarse sin cesar de mí.

El escenario de afuera no se presta a abandonar el invierno y con la blanca e inerte nieve se cuela en mi habitación tan inmaculada y apática como el exterior.

Las paredes permanecen sin ningún color desde el verano pasado pues, no había encontrado el tiempo suficiente ni los ánimos necesarios para cambiarlo, y ahora con la pintura fresca en un rincón y un hermoso pincel entre mis dedos mi cabeza no parece querer cooperar.

El paisaje que me enseña la ventana no me inspira en lo absoluto, o lo hace de una forma muy desalentadora. En mis pensamientos solo vagan colores azules y escenas estáticas, sin movimientos ni emoción.

No quiero eso plasmado en mis paredes.

Abandono el intento de cambiar el solemne aspecto de mi cuarto y en la enorme casa me encuentro una vez más acompañada de mi propia existencia. Uno pensaría que luego del demandante trabajo de papá en New York y con una institutriz que velaba por la tranquilidad en exceso, el silencio y la calma me apetecerían más que otra cosa, pues crecí con ellos, pero lejos de encontrarlos acogedores, el orden y la serenidad crean en mí una impaciencia inquietante y así ha sido a lo largo de toda la semana.

Papa tiene aún compromisos con la universidad, el señor Briket parece querer visitar a cada habitante del pueblo alegando que de algún sitio debe conocerlos y Will se esmera por desaparecer todo el día. Muy pocas veces desayuna con el resto de nosotros y casi nunca está en la cena, llega muy tarde en la noche con los zapatos mojados y nieve en su oscuro abrigo. Siempre trata de no hacer ruido cuando sube las escaleras, pero en una casa tan alejada y grande como la nuestra, podía escuchar hasta su respiración apenas entraba.

La chimenea se mantiene encendida en la biblioteca desde la mañana, y con candentes colores parece ser lo única oleada de vida capaz de animarme, me acerco a ella en un intento de que el frio abandone mis articulaciones y con maravilla paso el día entero estudiando los viejos volúmenes de medicina que guarda mi papa.

(...)

- Habían pasado unos días desde que se encontraba allí- Will me informa en un intento de comprobar si mi capacidad del habla aun funciona.

Pero de mi boca no sale ni una palabra, ni siquiera asiento. Mis dedos tiemblan intranquilos y el frio no es el causante, sino el delgado y casi etéreo sobre entre ellos. Sellado a la espera de ser leído contiene la repuesta que hemos estado anhelando por meses, pero no de la persona que esperábamos que contestara. Credence Rawson se leen en tinta increíblemente oscura con trazos delgados y finos.

Es su letra, pienso al recordar a mi hermano con su larga pluma blanca sosteniéndola en mi mano guiándome con cada letra en un intento de que mis garabatos se vuelvan entendibles.

- ¿Puedo leerla si quieres?- Will intenta nuevamente, pero mi cuerpo permanece inactivo mientras que en mi mente los recuerdos llenan cada espacio.

Es de un ángel-lo escucho y rio de el- no ves lo blanca y elegante que se ve, me la he encontrado en el bosque de camino a la iglesia.

Aun con tan poca edad sabía que esa pluma no pertenecía a un ángel, en mi imaginación los ángeles eran incapaz de desperdigar sus plumas por donde pasasen, pero mi hermano aseguraba incansablemente que así era.

Ya veras, como me crees un día de estos.

-puedo hacerlo- las palabras no son dichas por mi voz, sino por la de una Elizabeth totalmente ajena a mí. Una a la que en realidad le aterra abrir esa carta, aunque sea la solución a nuestras incógnitas, una que prefiere seguir con la duda antes de tener una horrible certeza.

Bad Kind of Butterflies / Gilbert Blythe/Where stories live. Discover now