Resignaciones

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Las bandejas de comidas exóticas desfilan por el salón la mañana del sábado. Cientos de desconocidos deambulan colgando telas de las columnas y adornando cada rincón con un florero.

Papá está en el centro de la improvisada pista de baile agitando las manos y dando órdenes a diestra y siniestra asemejándose más a un director de orquesta que a un profesor.

Lo saludo con un beso en la mejilla y un buenos días, sin obtener mucha respuesta de su parte, se nota tan concentrado en su tarea que dudo que pueda siquiera hacerlo desayunar. Me dirijo a la cocina a paso cansado y perezoso, esquivando a un hombre con un chelo en el trayecto.

Mi padre puede ser muy exagerado cuando se lo propone.

La cocina está llena y entre tanto ajetreo que encuentro allí también solo me dispongo a tomar una manzana y salir al jardín.

El sol está brillando en lo alto del cielo y el pasto bajo mis pies descalzos me recibe húmedo por el roció pero, ni la luz cálida sobre mi cara, ni la frescura en la planta de mis pies se siente tranquilizante al igual que todos los días.

Hoy es distinto. Hoy no está Will.

Si lo pienso bien a estas alturas debe estar empacando con su padre rumbo a parís.

La responsabilidad con la que lo he cargado me pesa en los hombros y tan solo imaginarme que lo envió a una búsqueda peligrosa y sin sentido me cierra el pecho y el corazón.

Los recuerdos de mi niñez en parís son tan borrosos que no puedo distinguir que escenas son realidad y cuales fantasía.

Me veo en mi cuarto con Credence, mi hermano mayor, el me permite trenzar su cabello. Mis manos se mueven torpemente por sus mechones rubios y todo lo que escucho es su voz contándome cuentos y leyendas rurales.

Siempre hacíamos eso. Siempre que Elio estaba en casa Credence me tomaba en brazos, sin importar que esté haciendo, y me llevaba a mi habitación donde nos pasábamos la noche jugando aunque él tenía que trabajar en la mañana y, cuando por fin me permitía irme a la cama, me besaba en la frente y me arropaba con tanta facilidad que dudaba que algo podría ir mal fuera de esas paredes.

Claramente algo iba mal.

Aquí es cuando mis recuerdos se vuelven difíciles de creer. Estoy en la alfombra, frente a la chimenea encendida, mamá teje a mi lado en su silla y papá escribe en un libro de tapa gruesa y roja, Credence aún no ha llegado. De repente la puerta se abre y un muy sucio Elio entra tambaleándose al caminar. Soy la primera que lo veo y corro hacia el a mostrarle mi muñeca, pero no llego mamá toma mi brazo cuando nota mi intención y me sienta en su regazo, protesto. Quiero que Elio vea mi juguete.

Papá aparta su diario y pregunta a mi hermano donde ha estado, Elio parece no escucharlo e intenta subir las escaleras, lo escucho caer estrepitosamente de estas. Mama no me permite ir a ayudarlo, en cambio me pide que me quede en su silla mientras ella se para a un lado de papa que mira a un Elio riendo en el piso.

Quiero saber de qué se ríe, pero obediente me mantengo donde se me ordeno, recuerdo lo pequeña que me sentía en la gran silla de mamá y lo fea que me parecía por su gran respaldar acolchonado.

No puedo verlos, solo escucharlos. Elio se caya de un segundo a otro y parece levantarse, escucho sus pasos acercarse diciendo que quiere conocer a mi muñeca, me rio de su arrastrar al hablar y quiero bajarme de donde estoy para mostrarle también el par de guantes que mama tejió para mí, pero la altura que me distancia del suelo es muy grande y tengo miedo a lastimarme si bajo por mi cuenta.

Bad Kind of Butterflies / Gilbert Blythe/Where stories live. Discover now