Capítulo 38: Tan sólo estamos poniéndonos al día.

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¿Te imaginas que hubiera podido aguantar diez minutos más sin besarla?

Yo tampoco.

Empezaba a sospechar que era yo quien necesitaba que lo protegieran de ella, y no ella de mí.

Dios, me estaba volviendo loco.

Debería ir a las Vegas y dilapidar la fortuna familiar en la ciudad del pecado. Si mi suerte continuaba de esa manera, podría comprar todo Estados Unidos, incluso las partes aburridas, y todavía me sobraría dinero para hacerme con algún par de estados caribeños para cuando me aburriera del continente.

Tendría que haberme imaginado que aprovecharía hasta la más mínima baza que tuviera para estar cerca de mí; lo que más me fastidió era que no se me hubiera ocurrido. Hacía los ejercicios mal a propósito (bueno, la mayoría; algunos sí que le costaban, especialmente los de raíces) sólo para que yo pudiera seguir a su lado.

Para que pudiera inclinarme hacia su hoja y explicarle dónde había metido la pata.

Y ella me pudiera acariciar por debajo de la mesa.

Y luego el adicto al sexo soy yo. Tócate los huevos.

No sé si morder la parte trasera del lápiz mientras fruncía el ceño y fingía escuchar lo que le decía (porque sabía de sobra dónde había metido la pata) era un acto reflejo o estaba destinado a calentarme más aún. Fuera como fuese, lo conseguía.

Y tenía ese pequeño arco en el labio, justo debajo de la nariz...

Cuando terminó el primer ejercicio, bien porque se hartó de jugar conmigo, y decidió recompensarme por mi paciencia y saber estar con un beso, creí que se había vuelto loca.

Éramos tal para cual.

Dejó que me tranquilizara y me dedicara a lo mío unos minutos, pero supe en cuanto anunció que iba al baño que quería que la siguiera.

Mil millones de estrellas fugaces surcaron el cielo sin que yo las viera cuando me di cuenta de que necesitaba materiales para poder continuar con mis ejercicios. Siguieron brillando y precipitándose hacia la atmósfera para mí cuando subí las escaleras y me la encontré en mi habitación. Evidentemente.

Cerré la puerta, abrí un cajón y me abalancé sobre ella, que me esperaba incluso con más hambre de la que yo tenía. Acababa de echarse el pintalabios de cereza, y yo no podía parar de besarla, y ella suspiraba en mi oído.

-No vuelvas a hacer lo de esta tarde.

-¿El qué? ¿Echarte una mano con tus deberes de matemáticas? ¿Ya no quieres que te eche una mano en nada?

-Eres gilipollas, Scott-todavía que me calentó más que me insultara. Alá, por favor, si así lo deseas, cúrame esta enfermedad mental con la que me has hecho nacer. Soy tu humilde servidor, pero soy demasiado débil. La empotré contra el armario y le sujeté las manos en alto con una mano mientras con la otra recorría todo su cuerpo.

Todo su cuerpo.

-¿Qué te hago que te sienta tan mal?-la pinché, disfrutando de cómo se deshacía ante mis caricias. Abrió sus ojos de gacela y los clavó en mí. Mi corazón se saltó un latido, porque seguir un ritmo regular durante toda una vida es algo demasiado aburrido, propio de perdedores.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora