Capítulo 37: La caverna helénica.

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No podía soportar ver lo que ese cabrón le estaba haciendo. La empujaba psicológicamente hasta el punto de conseguir que dependiera de él; hacía que le confundiera con su centro de gravedad, con su sol.

Y ella, pobrecita de ella, no podía hacer otra cosa que dejarse arrastrar hacia el agujero negro.

Era increíble cómo jugaba con ella delante de su hermano, que no tenía ni idea de lo que se le venía encima. Vivir con el lobo durante tanto tiempo te hace confundirlo con las ovejas, supongo.

Contemplé cómo se marchaba después de darle un beso en la frente, un beso que sabía a marca, a un "mía" clarísimo, y cómo lo miraba ella. Como si fuera a la guerra y la dejara sola, esperando un hijo por el que ambos habían luchado.

Deseé que ocurriera lo que Eleanor más temía, porque era lo que más se merecía él.

Pocas veces había sentido un odio tan visceral hacia una persona, pero pocas veces había conocido a alguien tan retorcido como él. Los chicos que me rodeaban te tenían un respeto tan reverencial que podrías confundirlo con adoración, pero, ¿Scott? Scott te daba por sentado. Eras un plato más en la carta de su restaurante favorito. El día que le apeteciera probarte, ahí estarías tú.

Y yo no era un puto manjar a la espera, ni Eleanor era un postre entre varios en los que elegir.

Le apreté la mano a Tommy, que estudió como Eleanor luchaba por mantenerse entera mientras cargaba con su hermana. Me miró con tristeza, y el cielo se echó a llorar ante el mar melancólico que se rizaba en sus ojos.

Son tus amigos, me informó una voz en la cabeza cuando se me retorcieron las entrañas al pensar que no podía seguir allí mucho tiempo. No debía permitirme echar raíces. No podía permitírmelo. Era un hermoso pavo real, no un árbol. Los dos estábamos en el parque, pero nuestras funciones eran bien diferentes.

Erika apenas se inmutó cuando llegamos a casa; sólo se adelantó para recoger a Astrid y, con las manos bien colocadas, asegurándose que no perdiera el equilibrio de su preciada carga (cuatro partos te daban una buena lección sobre cómo coger personas diminutas), subió despacio las escaleras. La niña se despertó, susurró la palabra con la que designaba a su madre en español, y volvió a dormirse.

Eleanor se sentó en el sofá con la mirada perdida. Era difícil asegurar que no era una viuda de guerra, casada con un héroe que había muerto defendiendo con honor su país.

-Vete a dormir, El-le instó su hermano, masajeándole los hombros y besándola en la mejilla.

-Le va a pasar algo. Le va a pasar algo y no me lo voy a perdonar en la vida.

-Es mayorcito para cuidarse solo-contesté yo, y omití el "por desgracia", porque Tommy estaba demasiado ciego y sólo él podía abrirse los ojos. No había nada que hacer allí.

-Dile que te llame cuando acabe. Que te diga que está bien.

-Jordan está con él, pequeña. Relájate.

No pareció terminar de convencerse, pero aceptó subir las escaleras, escapando del peso en la conciencia de que seguían siendo siete a dos. Ojalá tuviese en cuenta la calidad, y no la cantidad.

-Es mentira, ¿verdad?-susurré yo. Tommy me miró y tragó saliva-. Que está con Jordan.

-Jordan no sale de la cama un domingo después de las nueve y media ni por medio millón de libras. Está solo. Estará bien-bajó la mirada. No estaba tan convencido-. ¿Crees que...?

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora