Capítulo 24: El manto de estrellas de Dublín.

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La casa se parecía a Times Square la víspera de Año Nuevo, eso tenía que admitirlo. Donde solía haber calles plagadas de jóvenes cargadas de bolsas, eligiendo la ropa del día siguiente, y de funcionarios que preparaban la bola para que se deslizara con majestuosidad a los ojos del mundo, había ahora un coro de voces (las que más se oían, infantiles) que se reían y protestaban a partes iguales. Los pasos de las voces incorpóreas pero fuertes flotaban hasta mi habitación, colándose por la trampilla y anunciándome que se cumplía el primer día oficial de mi encarcelamiento en tierras extrañas.

Al menos me gustaba el jefe de mis captores.

Desperezándome con el coro de voces todavía resonando por la casa, me arrastré como pude hacia la trampilla, y de allí me deslicé sigilosamente para acabar saliendo al pasillo como desembocaban los ríos en las calles de mi ciudad cada vez que nevaba demasiado y un día de calor sofocante lo seguía. Claro que, por mucho que me esforzara, no iba a tener un escenario tan idóneo ni la fuerza destructiva que me gustaría.

Llegué a la parte superior del salón en el momento justo en el que Louis se giraba para darle un beso en los labios a Erika, le susurraba un tranquilo "hasta luego, amor", y se volvía en dirección a la puerta.

Algo le llamó la atención en la parte superior de su casa, porque alzó la mirada y se encontró con la mía, de frío y azul acero, coronada por todo el oro de mi continente, el que me había permitido ser la Emperatriz.

-Buenos días, América-sonrió, y yo tuve que devolverle la sonrisa, porque era la típica cosa que me hubiera esperado de no estar cautivada y de saber que Louis era así (cosa que sí sabía), la típica cosa que habría hecho que soltara una carcajada divertida.

El timbre de la puerta bramó en mis oídos.

-¡Ya voy, joder! ¡Puto Zayn!

Y la única ventaja auténtica de mi cárcel se desvaneció tal y como había aparecido.

Volví a quedarme sola, al pie de las escaleras, contemplándolo todo. Bajé como hubiera bajado en las ceremonias de presentación de alguna película que prometía ser taquillazo y me dejé caer en el sofá, dándome cuenta de repente de la hora que era en Nueva York, del sueño que tenía, y del error que había sido salir de la cama. Puede que hasta intentaran hacerme ir al colegio; sin éxito, claro.

Una segunda alma hizo su aparición estelar, todo rizos de chocolate que bailaban tras de sí. No me dedicó ni una mirada, ni yo a ella.

-Eleanor...-empezó mi anfitriona suprema, y la chica se dio la vuelta con gesto contrariado, como si ir al colegio fuera la gran cosa de su vida y la estuvieran privando de ese placer.

-Me he comido la tostada, mamá, de verdad que me tengo que ir, Katie...

-Acuérdate de que tu hermano y tú no podéis dejar la casa sola hoy, ¿vale?

-¿Para que no me escape?-inquirí yo. Entonces, Eleanor, la prima a la que no había dedicado ni un segundo de atención en toda mi vida, clavó sus ojos en mí, y yo le devolví la mirada de la reina de las animadoras que es coronada en el baile mientras la pringada mayúscula babeaba por su novio (que, por cierto, y como era de esperar, la acompañaba en el trono).

-Me fío de ti, Diana-contestó su madre desde la cocina. Eleanor sonrió.

-Sí, se fía de ti más que de mí.

-A ti te he parido. A Diana no. Los críos se ganan la confianza; que la pierdan con el tiempo es culpa suya.

-Vale, adióoooooooos, mamá-contestó la chiquilla, girando sobre sus talones, haciendo bailar su falda azul y desapareciendo en dirección a la calle.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora