Capítulo 20: Los putos blu-rays. La edición especial.

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Alcé las cejas cuando, nada más salir del taxi y apenas llegar a casa, la amiga de mi madre decidió marginarme empezando a balbucear un idioma satánico que, supuse, era en el que se había criado y en el que aún pensaba. Le hizo un gesto en dirección a mis maletas a su hijo, que asintió con la cabeza, pero, dado que el murmullo no terminaba, decidí intervenir.

Se mostró más escandalizada de lo que pensé que nadie podría mostrarse nunca cuando le hice saber que no había comprendido una sola palabra de lo que había dicho. ¿Cómo iba a hacerlo? Ni que fuera un idioma existente el que estuviera usando; aquel festival de os no podía ser una lengua de verdad.

-¿No hablas español?

-No-respondí, como si fuera la cosa más normal del mundo, porque de hecho lo era. El español se hablaba en España y en todos los países de México para abajo, y yo sabía la suficiente geografía como para conocer mi posición con respecto a México: no estaba debajo, sino encima de él.

Los únicos vestigios que había del idioma de Amancio Ortega en mi ciudad eran los gritos de los taxistas del Bronx.

Y algunos californianos que se pasaban de listos y se negaban a olvidar el idioma de sus padres.

Pero no, no hablaba español. No te sirve para nada siendo americano, y el francés se utiliza más en las zonas por las que yo me muevo: la verdadera élite de la sociedad mundial.

Bueno, ya no te mueves por ahí, seguramente te hagan aprenderlo.

Me estremecí ante la sola idea de aprender el idioma de los taxistas y la gente de los barrios más pobres de Nueva York. No me dejaría caer tan bajo, no consentiría en pasar de vivir en los áticos más selectos de la ciudad más codiciada del mundo a escupir los mismos sonidos que la gente que se ganaba la vida llevando a mil personas distintas de un lado para otro en un día.

Me suicidaría antes.

El hijo de mi anfitriona regaló al aire una frase en el idioma de su madre, quien le lanzó una mirada envenenada, mientras yo decidía que lo que tenía de guapo lo tenía de gilipollas. Suerte que no te follases a los cerebros.

-Bueno, eh... Creí que Noemí te enseñaría-explicó, y yo abrí aún más los ojos. Mi madre podía haberme enviado a la otra punta del mundo, pero todo tenía un límite en esta vida, y enseñarme ese idioma era uno de ellos-. De acuerdo... nada de español-suspiró y sus hombros se hundieron; parecía que le había hecho ilusión poder comunicarse conmigo en esa lengua de pordioseros. Pues no.

-¿No sabes ni una palabra? ¿Ni una sola?-inquirió Thomas, después de decidir que finalmente merecía comprender sus pensamientos de lumbrera.

-Fiesta-respondí.

Erika lanzó un suspiro que bien podría haber derribado su casa.

Thomas, sin embargo, gorgoteó de nuevo en aquel idioma cuyas palabras se me escapaban.

-Tommy-respondió su madre en tono amenazante, y él alzó las manos, agarró mis maletas y subió unas escaleras de cuya existencia no me había percatado.

-¿Qué está...?

-Te hemos preparado la habitación del ático. Es lo mejor que se nos ha ocurrido en un fin de semana. Eso sí, está amueblada-explicó rápidamente, como si un ático de por sí no fuese ya lo mejor que le podía pasar a una chica-. Louis no... ha llegado a casa aún, y tengo que ir a recoger a mis hijos.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora