Capítulo 10: Diana.

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No había cifras, en ningún concierto matemático, que alcanzaran el nivel de aturdimiento con el que me levanté de la cama. Mis piernas eran demasiado largas, mis muslos demasiado débiles, mis huesos demasiado frágiles, y yo simplemente estaba en equilibrio entre la vida y la muerte. Estaba lo suficientemente mal como para sentir las sábanas enrollándose en mis pies como arenas movedizas, tratando de echarme abajo y de hundirme en ellas hasta lograr entrar en mis pulmones y asfixiarme.

Y, desde luego, el tío con el que me había acostado no ayudaba demasiado. Aparté su brazo de mi pecho y lo dejé caer en su espalda, sin importarme de la forma extraña en que rebotó ni que parecía estar desencajado. No era normal que se fuera tan lejos.

Tenía cosas más importantes de las que ocuparme.

Por ejemplo, la resaca, que había llegado como llegaban los bombardeos de las películas: de repente, ¡PUM!, y todo el mundo se sobrecogía y varios cadáveres saltaban por los aires, de una pieza si se suponía que la película era adecuada para niños, y desmembrados en el caso de que hubiera libertad.

Supuse que yo era una cadáver.

Y la verdad es que estaba saliendo bien del apuro que suponía mi bombardeo, porque ni siquiera recordaba estar borracha. Recordaba todo lo del día anterior, incluso el dormirme, pero nada de estar borracha ni tener los sentidos embotados. No, siempre había sido dueña de mí misma, responsable de mis acciones y sabedora de sus consecuencias... otra cosa era que éstas me importasen algo.

-¿A dónde vas, muñeca?-preguntó otro chico acurrucado contra una esquina de la cama. Ah, había sido el primero de la fiesta. Me lo había pasado bien con él.

-A quitarme esta resaca.

-No queda coca.

Me paré en seco y lo miré. Él contempló mi desnudez... y yo casi me regocijé en ello. Estaba más que acostumbrada a que me inspeccionaran el cuerpo en busca de aprobar lo que veían. Casi vivía de ello. Casi me daría de comer... de no ser porque no necesitaba tener un trabajo. Era un hobby. Un hobby útil.

-No me jodas-incliné la cabeza hacia atrás, miré al techo. Él contuvo el aliento cuando mis pechos se alzaron un poco más. Sonreí para mis adentros, pero fingí no darme cuenta-. Dios, no sabes cómo me duele la cabeza. Tiene que quedar alguna reserva.

-Nada-replicó él, encendiéndose otro cigarro y contribuyendo a llenar aún más la habitación de humo. En el techo flotaba una nube blanquecina, que te hacía pensar que, si saltabas lo suficientemente alto, apoyándote en los muelles de la cama, llegarías a atravesar esa dimensión y encontrarte en el mundo de los muertos, con Dios o con algo parecido, donde cientos de ángeles, a cada cual más guapo que el anterior, saldrían a recibirte y hacer lo que tú les ordenaras.

Una orgía celestial sonaba bien.

Pero primero la puta resaca.

-¿Y Zoe?

-Con Max-respondió. Sólo iba vestido con calzoncillos, y pude descubrir que no le había resultado indiferente mi movimiento migratorio de la cama. Ahora sí que le sonreí. Él me devolvió la sonrisa, con el alma en vilo, esperando por un beso que a mí no me dio la gana regalar.

Sin decir nada más, me incliné, recogí la poca ropa que había conservado cuando crucé el umbral de aquella puerta la noche anterior, y salí al salón, en la que una manada de cuerpos, a medio vestir, completamente desnudos o completamente vestidos, estaban tendidos en el sofá. Alcé las cejas.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora