Capítulo 7: Caballería.

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Hacía un rato que Louis se había ido, y ella estaba sola, frente al espejo, aún con el pijama y las marcas de haber hecho el amor en el cuerpo. Cuando su esposo cruzó la puerta y le dio un apresurado beso en los labios, ese beso dejó un rastro en su boca que todavía ahora no se había llegado a borrar.

Se pasó el pulgar por la boca, notando cómo su labio seguía el trayecto del dedo, sorprendida de que no le hubiera dejado marcas.

Había notado toda la rabia con que Louis se la había tirado en esa ocasión, y no había hecho otra cosa que sorprenderla y complacerla. El hecho de despertar cosas tan fuertes en él, que ya era pasional de por sí (se cabreaba casi con tanta facilidad como lo hacía ella y le superaba con creces en la mala hostia cuando se trataba de un enfado de los gordos, de esos que conseguían encenderte y no te apagaban hasta muy tarde), la congratulaba como mujer. Le recordaba a las ocasiones en las que había dicho, antes de conocerle, antes incluso de saber que él existía, que si un hombre se mostraba celoso era porque no te quería. Se acordaba de eso y le entraban ganas de reír, porque pensaba en cada una de las ocasiones en las que Louis se volvía posesivo; siempre marcaba el territorio, por así decirlo, cuando ella miraba a los demás durante bastante rato. En ocasiones incluso era para picarlo, para provocar que él le rodeara la cintura y le besara la cabeza; cualquier respuesta cariñosa y posesiva era buena para su ego femenino, que le decía que si él hacía aquello era porque la quería, la deseaba, y no soportaba estar sin ella.

Pero las ocasiones en las que Louis volcaba toda su rabia en ella, todo su descontrol, que parecía bramar "eres mía, acuérdate, ni se te ocurra olvidarlo" despertaban en ella la bestia que llevaba dentro. Una bestia poderosa. Oscura. Tan oscura que incluso llegaba a arder en las tinieblas, arrasándolo todo y haciendo que perdiera el control.

Sí, aquellos polvos eran lo mejor, y se hacían añorar, pero había que seguir con todo.

Y una buena de seguir con la rutina de siempre y apartar, por lo menos de momento, lo que había pasado en aquel sofá (y esperaba de corazón y no tan de corazón que volviera a suceder más pronto que tarde), era arreglarse el pelo. Siempre hecho un desastre y siempre recogido en una coleta, trenzas o moños, para que no le molestara, a pesar de que prefería mil veces llevar el pelo suelto. Se veía más guapa, le daba confianza en sí misma... e iba a necesitar esa confianza para conseguir lo que ella y Louis se habían propuesto.

Después de darle muchas vueltas al asunto, de mostrarse indecisa hasta en las cuestiones más nimias, finalmente se decantó por un vestido que dejaba más bien poco a la imaginación, tanto por arriba como por abajo, se maquilló a conciencia y salió de casa sin comprobar cómo había dejado las cosas.

Aún tenía que pensar en quién iría a buscar a los niños al colegio, pues Tommy y Eleanor salían más tarde que los pequeños, cosa que le fastidiaba los planes demasiado. Podría llamar a Eleanor y que recogiera a su hermana, pero eso sería darle una coartada para que se fuera las últimas clases e hiciera quién sabía qué... y la misma situación, o peor, se daba con su hermano mayor.

Eri no verbalizaba la preocupación que sentía por su hijo, pues sabía lo mucho que esto le preocupaba a Louis, y no quería echar más leña al fuego. Le fastidiaba en secreto cómo Tommy podía llegar a fastidiarse el futuro a aquella velocidad, sin pensar en las consecuencias. ¿Por qué, de todos esos años de aplicación y de ser los mejores en todo, había terminado eligiendo precisamente el último año para hacerse el duro y fingir que no sabía nada cuando en realidad era el más inteligente, con diferencia, de su clase? ¿Realmente el crío había terminado dejando que el gen Tomlinson le hiciera mella y se había dejado arrastrar por la genética sin oponer más resistencia que la que había hecho que no suspendiera una asignatura de la evaluación pasada?

Chasing the stars [#1]Where stories live. Discover now