Capítulo 2: Quiero oírte decir mi nombre.

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Dediqué la mitad del camino a meditar sobre lo que me había dicho mi padre; la verdad era que no había elegido el mejor momento de mi vida para mandarlo todo a la mierda, arrojarlo por la borda y solamente preocuparme de mi diversión, pero, ¿qué podía decir? Tan sólo era joven, quería pasármelo bien, y quería que las cosas fueran como habían sido hasta entonces: indoloras, simples, estúpidas, sin nada que me empujara a pensar de una forma u otra, sin nada que me hiciera cambiar de opinión cada segundo, ni nada que me hiciera detestar lo que hacía y cómo lo hacía, los métodos que utilizaba, la manera de ver el mundo con un cristal de aumento que multiplicaba las desgracias y reducía al mínimo las alegrías, que pasaban a ser microscópicas.

En el fondo tenía la sensación de que estaba asustado por si había perdido a la que se suponía que debía acompañarme toda la vida, tal y como mamá hacía con papá.

Recordaba que de pequeño, cuando jugaba con aquellas piezas de manera a hacer construcciones, castillos y demás cosas, cada una de un color que la hacía más fascinante que la anterior, a veces mis padres me observaban con atención, como si estuvieran presenciando a un mecánico de élite perfeccionar el mejor de los coches, o como si un arquitecto se hubiera colocado frente a ellos a remodelar una reproducción a escala del Big Ben. Mamá siempre sonreía, con los dedos entrelazados, algunos cubiertos de anillos y otros desnudos, y el pelo cayéndole en cascada por el pecho, enmarcándole el rostro. Papá se giraba hacia ella, la miraba un segundo, la besaba despacio, y mamá le devolvía el beso, mientras yo seguía a lo mío, ajeno a todo lo que me rodeaba y, sin embargo, notando el cariño que fluía de mis padres, que lo emanaban cual estrella.

Se tumbaban en el sofá y se seguían besando y acariciando (aunque habían tenido la decencia de no follar delante de mí, lo cual les agradecía ahora que recordaba todo aquello), y papá contemplaba a mamá como si ella fuera la causa de que la Tierra se moviera.

Yo me giraba, los veía y sonreía sin saber muy bien de qué iba la cosa; simplemente notaba lo especial del momento, y reaccionaba a ello.

-Ojalá encuentres a alguien que te quiera como yo quiero a tu madre, Tommy-decía papá, y mamá gemía enternecida.

-Oh, Louis, te quiero mucho.

-Y yo a ti, amor.

Y seguían besándome, instruyéndome en el amor.

Amor que, como el sol en un día de lluvia, desaparecía sin dar explicaciones a nadie, y sin avisar. Simplemente las gotas empezaban a caer, tal y como lo hicieron, y te empapabas.

Como me quedaba poco tiempo para llegar a casa, y el viaje se ralentizaría demasiado si me detenía a buscar un lugar en el que cobijarme para buscar el paraguas (que seguramente ni siquiera estaría en la mochila), decidí seguir caminando bajo la lluvia, sin pausa, pero sin prisa. Mamá siempre decía que el que corría cuando llovía lo único que conseguía era mojarse el doble, y a mí no me apetecía en absoluto empaparme aún más.

Empujé con el hombro el portillo de casa y le di una patada para cerrarlo mientras las gotas que se precipitaban de las nubes no cesaban en su intento de llegarme hasta los huesos. Suspiré cuando llegué a la parte de la acera que la casa ya conseguía poner a techo y, después de tomar aliento y contemplar las nubes de vapor que mi respiración formaba, lago en un día de verano caluroso como pocos, revolví entre mis libros hasta que, por fin, encontré las llaves. Empujé la puerta suavemente, rezando en parte porque mamá no estuviera en casa; me servía cualquier pretexto para llegar allí antes que ella: que se hubiera ido de compras, que aún no hubiera ido a por el pan, o incluso que estuviera en casa de su amante... todo con tal de tener más tiempo para inventarme una excusa creíble que aplacara la ira de mi padre y, a la vez, pudiera ser lo bastante elaborada como para convencer a mamá.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora