Capítulo 15: María Antonieta.

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Cuando Louis entró en la cocina, no se esperaba encontrar a sus hijos más pequeños rompiendo los huevos y echándolos en un plato, pero efectivamente eso hacían. Suspiró, contemplando cómo estaban dejando la cocina, y los apartó a un lado. Podrían hacer otra cosa, como...

No se le ocurría nada, pero no necesitaba excusas para que Daniel y Astrid se alejaran de él, ¿no?

Bajó a su hijo pequeño de la mesa en la que estaba sentado y lo condujo a la puerta de la cocina, como diciéndole con cariño y en silencio "vete". El niño lo captó en seguida, porque no ofreció resistencia, sino que cedió y se alejó por donde había venido, cruzándose con su hermana, que había ido a solucionar un problema de su madre.

-¿A dónde vas tú?-preguntó Louis cuando Astrid esquivó con habilidad sus piernas y comenzó a escalar hacia su mesa.

-¡A batir los huevos!-exclamó ella. Louis negó con la cabeza mientras se remangaba la camisa.

-Ve mejor a ver qué juguetes quieres que demos a los niños pobres, ¿vale? Yo me ocupo de esto.

Astrid abrió las palmas de las manos mientras Eleanor terminaba de picar las patatas. En aquella casa no se hacía la tortilla como se hacía en las demás. No era la típica francesa, sino la española, como tenía que ser, con sus patatas, su cebolla y su todo.

-¡De verdad que no puedo hacerlo todo yo sola!-estalló la cría, y salió en tromba de la habitación. Louis luchó con todas sus fuerzas por no echarse a reír.

-Tu hermana es la reina del drama.

-Podría haber entrado en cualquier fandom y haberse coronado rápidamente con esa actitud-contestó Eleanor, asintiendo con la cabeza.

-Tendrá tiempo.

-Y a quién parecerse-la muchacha alzó una ceja y apartó la mirada de las patatas un segundo, lo suficiente como para que el hombre lo pillara al vuelo pero se hiciera el ofendido.

-¿Va por mí?

-Mamá-echó las patatas en una sartén y dejó que la conversación muriera allí, sin más estertor que el susurro de las patatas ardiendo en el aceite.

Cocinaron en silencio, compenetrándose en cada acción y agradeciendo los instantes de reflexión y la mano amiga que el otro le tendía cada vez que era necesario. Acabaron antes de lo previsto, y se encaminaron al salón cargados con platos y vasos.

Eri ya estaba mucho mejor que antes, con las piernas cruzadas, la espalda erguida, la mano apoyada en la mandíbula y tamborileando con los dedos mientras contemplaba la televisión, que vomitaba imágenes y sonidos que a Louis le costaron comprender.

-¿Qué coño están hablando?-espetó, señalando a dos muchachas con vestidos muy coloridos y peinados casi imposibles.

-Son andaluzas.

Louis alzó las cejas.

-¿Van así siempre?

-Debe de haber alguna fiesta.

-Vosotros siempre tenéis fiestas-espetó él, mirándola como si el hecho de que en España no hubiera un día que no fuera festivo aunque fuera solamente en un barrio fuera culpa de su mujer. Eri se encogió de hombros.

-No es culpa nuestra que nosotros sí sepamos disfrutar de la vida, inglés-pronunció la última palabra como si fuera más un insulto que un gentilicio, lo que hizo sonreír a quien estaba dirigida. Aceptó su plato de buena gana y llamó a los niños mientras los Eleanor y Louis terminaban de acercar las comidas.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora