Capítulo 25: Un piano para Barbara.

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Lorde, o Ella, o como quisiera llamarse la mujer de los rizos negros, echó un vistazo sin disimulo a la cocina por la que la condujo mi anfitriona, carcelera... y falsa tía.

Se giró sin comprender qué hacía allí; parece ser que en Nueva Zelanda, las bebidas se guardaban en el salón. Eri le indicó una puerta en la que yo no me había fijado hasta ahora, la recién llegada susurró un "oh", asintió con la cabeza y se dirigió a grandes zancadas hacia ella.

-Ve con ella, Diana, yo en seguida voy. ¿Quieres algo?

Negué con la cabeza, pero luego me lo pensé mejor. Sí, no había desayunado, así que, ¿por qué no torturarla, obligándola a que me preparara mi comida? ¿Qué más le iba a dar, si tenía que servirle un puto Cola Cao a una mujer que me doblaba la edad?

-El desayuno-susurré. Ella alzó las cejas.

-No has comido nada, ¿eh?

Negué con la cabeza, ella asintió, y, justo cuando pensé que iba a llenar la cocina con el típico aroma de las mañanas (tortitas, huevos fritos, beicon), se dio la vuelta, abrió una alacena... y sacó una caja de cereales.

De chocolate.

Agh.

Cogió un bol, un brick de leche, y me lo colocó contra el pecho, asegurándose de que lo había agarrado bien antes de lanzarme una mirada cargada de intención, en la que se leía claramente lo que estaba pensando: "Estoy criando a Tomlinsons, hijos de Louis, y claramente no tengo tiempo para tus mierdas se Styles caprichosa". Edulcoró ese mensaje silencioso con una sonrisa y volvió a sus preparativos.

Desparramé todo lo que me había dado en una mesa blanca de madera, de patas retorcidas, que sostenía un jarrón que custodiaba unas orquídeas blancas como la habitación, en cuyas paredes se reflejaba el sol del noviembre inglés que se colaba por la enorme cristalera.

Volví la mirada un momento, mientras me sentaba, para echar un vistazo a las afueras. Una piscina de aguas tranquilas arrancaba destellos del astro rey, y a lo lejos, muy a lo lejos, entre una cortina de niebla y humo, se intuían edificios que dibujaban un skyline que yo conocía muy bien.

Lorde también los admiraba, pero de manera diferente. Por su manera de sentarse (con las piernas estiradas y el costado derecho contra el respaldo de la silla y una mano clavada en él para no caerse), deduje por qué a mi madre no le caía bien: se veía que despreciaba la moda. Sus movimientos, la manera de tratar su ropa, dejaban entrever que no eran prendas elegidas por ella misma, sino por alguien con más estilo y sabiduría, que no iba a dejar que una ganadora de Grammys se paseara por ahí como una vagabunda. Tenía un status que mantener, no sólo por ella, sino por todos lo que se habían llevado un gramófono dorado a casa, y los que descendíamos de ellos.

Ese tipo de cosas eran lo que nos distinguía de la gente normal.

Sus labios, rojos sangre, se curvaron cuando me echó un vistazo por el rabillo del ojo.

-No sabía que os permitieran ir por las pasarelas si comíais. Creía que tendríais que elegir.

Volqué la caja de cereales sobre mi cuenco, y luego los regué con leche.

-Te sorprendería la cantidad de cosas que se pueden hacer y que te permiten ser una diosa para el resto de mortales.

Se echó a reír.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora