Capítulo 21: Príncipes de Persia.

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Sabía que esas piernas no me podían deparar nada bueno, pero, claro, no podía resistirme a una chica guapa. Y mucho menos a una chica que me atraía hacia él como la luz a las polillas; sabía que iba a quemarme, pero su luz era tan bonita que yo, simplemente, no podía evitar acercarme. Esto era lo mismo.

Por muy guapa que fuera, mi comportamiento no tenía excusa. Se me había pasado por la cabeza abrir la puerta de la habitación de Eleanor sólo para satisfacer su curiosidad, que se dibujaba en sus ojos con unos pinceles irresistibles, y unos colores cuyos tonos te invitaban a soñar. No debía, no podía, y aun así, estuve a punto de cumplir su deseo no expresado y acercarme a la puerta, abrirla y descubrir la leonera en la que vivía mi hermana. Gracias a Dios, conseguí contenerme.

Pero otra cosa muy diferente era verla allí, en el cuarto de juegos, apoyando una mano tan cerca de mi cuello que casi podía sentir sus dedos paseándose por mi piel, y el incendio que ese contacto despertaría en mí... y tuvo que preguntar por los premios.

Y yo tuve que enseñárselos, por supuesto.

El hechizo que la rodeaba era poderoso; su magia emanaba de su piel cual perfume, en un aura tan irresistible que te atrapaba como una red, y tú eras un pobre pececito que podía hacer poco más que luchar por regresar al agua de nuevo, sabiendo que era inútil, que había demasiados peces en tu misma situación a tu alrededor como para conseguir salvarte.

Claro que siempre había un milagro que te sacase de la boca del lobo, y la grúa que me sacaba de mi entorno se rompió, y volví a caer al agua en masa junto con mis demás compañeros peces, y pude respirar de nuevo, y los cables de mi cerebro volvieron a conectarse... todo con el ruido de un coche que se acercaba.

Mamá me va a matar si me pilla aquí, razonó una parte de mí que hasta ese instante había estado callada o, directamente, dormida. Aparté la mano de la caja del Grammy como si mi vida dependiese de ello pues, en cierto modo, lo hacía, y agarré a Diana del brazo para sacarla de allí. Evidentemente, ella no habría llegado hasta esa sala de no ser por mi ayuda, y un buen ladrón se caracterizaba por no dejar pistas.

Y nuestra incursión en aquella sala era uno de los mayores robos que podíamos cometer en mi casa.

Supe que estaba molesta sin ni siquiera mirarla; era increíble todo lo que podías adivinar de una persona simplemente prestando atención a cómo te hacía sentir aquella magia que manaba de sus poros.

-Tengo sueño-alegó y, sin más dilación, se soltó de mi abrazo con una sacudida y se dirigió a su habitación, subiendo las escaleras con la dignidad de una reina y la velocidad de una tigresa.

Necesitaba que fuese mía, lo necesitaba en ese instante.

Oí las llaves meterse en la cerradura y, sin pensármelo dos veces, eché la carrera de mi vida hacia el sofá, lo salté con la gracia de un antílope y me dejé caer en él, encendiendo la tele a la velocidad del rayo, y rezando por que mi madre tardase lo suficiente en abrir la puerta y aparecer con mis hermanos como para que se quitase la información del canal.

La puerta se abrió, y la información no se quitaba... por dios bendito, por dios bendito, ¡por dios bendito, nunca te he pedido nada, ayúdame ahora!

Astrid apareció en el hall, quitándose su abrigo...

POR DIOS BENDITO POR DIOS POR DIOOOS.

Ahí estaba mamá, llamándole la atención a Dan, diciéndole que hiciera el favor de desabrocharse el abrigo en lugar de intentar quitárselo como si fuese una simple sudadera...

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora