Capítulo 31: Scott.

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Papá y mamá eran de darme muchos consejos. Especialmente, papá. Creían que la sabiduría popular era la mayor, y mejor, fuente de conocimiento y huida de problemas que podías encontrarte.

Pero nunca pensé que el mejor consejo que me había dado mi padre sería: "no te fíes de las pelirrojas".

Joder, papá, cómo sabes, pensé nada más ver la expresión de Tommy que tanto conocía, y que de tan mala hostia me ponía. La cara de desamparo, la mirada de cachorrito indefenso, sus manos tensándose porque su cuerpo se había puesto en modo lucha-o-pelea. No tuve ni que girarme para saber que ella estaba allí.

Así que decidí levantar el chiringuito, e iniciar nuestro éxodo particular de bar en bar y de calle en calle, huyendo siempre de ese demonio egipcio que no era otro que la gilipollas de la que se había quedado pillado mi mejor amigo.

Pensaba que nuestro Mar Rojo particular había sido la fiesta de Jordan, pero qué equivocado estaba. Ni siquiera la había visto venir, ni siquiera había reconocido la canción.

Me acerqué a la morena un poco más. Estaba a tres minutos de sugerirme que fuéramos a un lugar más tranquilo. Sólo tres minutos para que me arreglara la noche, que había querido joderme la rubia con la que se había enrollado Tommy (menudo gusto tienes con las mujeres, colega, te las buscas guapas, pero bien subnormales). Ella me sonreía, al ritmo de la música, queriendo llevarme a su terreno.

Lo que no sabía era que llevaba casi 3 años en su terreno.

Me acercó su copa, y yo di un sorbo sin dejar de mirarla. Dos minutos. Y bam. Los dientes le brillaban en la oscuridad como si se hubiera tragado un cartel de neón entero. Y sus ojos, enmarcados en un negro más oscuro incluso que el de mi pelo, no dejaban de mirarme la boca. Sabía de sobra lo que significaba aquello.

Me gustaban más lanzadas, debía admitir. Llegaba a ser aburrido dar siempre el primer paso. Me incliné a besarla, y ella respondió con pasión, como si llevara toda la noche esperando ese beso. Normal. No es por fardar, pero yo era un dios en ese local. Y en la calle. Y en la ciudad. Y en el país. En el mundo, aún no, pero porque me gustaba mantener la incógnita cuando salía de la isla. Poco a poco.

Le sabían los labios a alcohol, frambuesa, y sexo. Dios, qué bien sabía el sexo cuando lo probabas de la boca de una tía a la que no conocías.

-Deberías venir más a menudo-le susurré al oído, acariciándole el lóbulo de la oreja de una forma que la haría correrse.

-Tengo... asuntos que me impiden venir tanto como quisiera.

Alerta roja. Adúltera al acecho.

De repente, me repugnaba el sabor a frambuesa de su pintalabios. Y el sabor a sexo de su boca. No se dio cuenta; sólo chasqueó la lengua y se echó a reír al escuchar los primeros acordes de la canción.

-Se me declararon con esto, ¿te lo puedes creer?

Yo empecé a descojonarme.

Hasta que me di cuenta de qué canción era.

Me giré un momento, para comprobar que todo iba bien. Evidentemente, no, porque la muy zorra no podía darnos ni una noche de descanso. Acabaría cargándomela, lo juro.

-¿Me disculpas un momento? En seguida vuelvo-la típica mentira que Megan hacía que Tommy me obligase a contar cada vez que entraba en escena, con ganas de más movida del a habitual. Me había girado en el momento preciso para ver cómo Tommy se alejaba de la mesa, los vasos vacíos, y se colaba entre la gente como un bulldozer en la selva.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora