Capítulo 8: Elegancia de Audrey.

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Marge entró en el aula con gesto desenfadado, recuperándose aún de la carrera, y se acercó a su compañero, que la había observado con curiosidad. En los ojos del hombre se notaba una admiración y un cariño que pocas veces se dejaba ver, lo que complació sumamente a la anciana.

-Puedes irte, Louis, ya me encargo yo de ellos.

Louis se levantó de la silla e hizo un gesto para que su compañera de departamento tomase asiento. Ella sonrió, se pasó las manos por las mejillas, y se sentó con el porte digno de la más alta nobleza del país que en más estima tenía a los que eran de sangre azul. Inglesa tenía que ser pensó Erika para sí misma, admirando la elegancia que había pasado a desprender aquella que hacía escasos segundos había perdido lo poco que tenía.

Comparó mentalmente con los registros que tenía, y llegó a la conclusión de que estaba muy alta en su lista de personas elegantes. De hecho, se merecía la medalla de plata.

La primera, siempre, iba a tenerla Audrey Hepburn.

-¿Estarás bien?-replicó él, metiéndose las manos en los bolsillos, en una actitud juvenil que no casaba demasiado bien con la ropa bien cuidada que llevaba a trabajar. Marge alzó un dedo en dirección a la puerta, enguantado en negro, y asintió con la cabeza. Luego, la inclinó.

-Hasta luego, Erika, querida. Ya nos veremos más tarde.

-Adiós, Marge. Suerte, chicos-dijo ella, volviéndose a los estudiantes, que habían dejado de escribir. Se levantaron murmullos de agradecimiento, unos por la frase, otros por regalarles buenas vistas al estar allí presente.

Ya en el pasillo, Louis la agarró por la cintura y le plantó un sonoro beso, asegurándose de que nadie pudiera escucharlos.

-Ese es mi vestido favorito-comentó, observando la indumentaria que traía su mujer. Ella asintió, sonriente, y alzó un poco la falda para examinar la tela de aquella pequeña obra de arte que, de seguro, jamás se valoraría como merecía.

-He pensado que tal vez necesitaríamos convencer.

-Tú convences mejor desnuda.

Eri le dio un golpe en el hombro, y Louis se echó a reír.

Bajaron juntos las escaleras, cruzaron pasillos, se encontraron con compañeros de Louis y ex compañeros de Eri, que aún la recordaban de cuando había sido profesora de Español. En un principio había sido sustituta, pero cuando el que la impartía empeoró en la enfermedad que lo dejó en cama durante casi dos años, la hicieron fija. Eso sí, ella había compartido sueldo con el sustituido, padre de familia que apenas podía permitirse el enfermar. ¿Para qué lo necesitaba, si ella misma era rica? Era una tontería quedarse con ese dinero cuando otros lo necesitaban más.

De ahí que accediera a las cosas que accedió a lo largo de su vida.

De vuelta en la secretaría, una de las ayudantes del director apenas alzó la vista de sus gafas para contemplar a los recién llegados.

-¿Les espera el director?-preguntó, firmando unos diplomas que llevaban allí más tiempo que ella. Eri asintió inconscientemente; sin embargo, fue Louis el que habló.

-Sí, le he pedido diez minutos al señor Fitz.

-¿Tiene cita?

-¿Es verdadera mente necesario, Rosalie? Es decir... trabajo aquí, ¿recuerdas?

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora