Capítulo 17: Empire State of Mind.

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            Desde que el sobre llegara a su casa, Noemí sentía un nudo en la garganta que le era imposible ignorar. Se sorprendía, incluso, de que el aire pudiera atravesarlo, posarse en sus pulmones y permitirle respirar, seguir viviendo.

Se descubría a sí misma contemplando el reloj con estupefacción, preguntándose cuándo su cuerpo diría "basta" y se negaría a seguir luchando contra sí misma, y abandonar su alma a su suerte.

Diana llevaba ya horas encerrada en su habitación, en una huelga vital que no parecía decaer. Harry acababa de marcharse al instituto de la chiquilla, donde saquearía la taquilla de ésta junto a Zoe, la mejor amiga de su hija, cual par de piratas sin navío.

Y ella había entrado en su estudio, se había sentado en su escritorio y se había dedicado a pasar hojas de las carpetas que contenían sus diseños, inspeccionando cosas que sus ojos no podían ver, y a sumirse en una meditación sin los garabatos que en países lejanos invocaban a la paz y a los dioses más benévolos, pidiéndoles clemencia ante lo que ellos sabían que se avecinaba, y los mortales desconocían.

Aparó la vista de un boceo del vestido que pretendía tener listo para el decimoséptimo cumpleaños de su pequeña, en más de medio año, pero que llevaba ideando prácticamente desde que nació.

Todo parecía encajar como el más sencillo de los puzzles: ella, una de las mejores de Nueva York (y, consecuentemente, del mundo); su marido, una de las mayores estrellas de la música de todos los tiempos; y el producto de ese amor incondicional que sentía por Harry: Diana, la modelo más cotizada del momento, a la que todos querían y a la que muy pocos conseguían encandilar.

La niña ya había ocupado portadas en VOGUE, pero lo que le habían preparado para su 17º aniversario no tenía nada que ver.

El número de Septiembre, el más importante.

El número más internacional y sincronizado.

Un vestido de brillantes en cascada con la espalda descubierta, y las correspondientes joyas.

Y su hija alcanzando la edad en que comenzaba a pertenecerse a sí misma.

Ahora, todo se había ido al traste, y había saltado por los aires como explotan los fuegos artificiales el Día de la Independencia, precisamente el único día en que Diana se permitía recuperar su edad y alzar los brazos al cielo, embobada con las luces que, por un momento, cambiaban su hábitat natural sobre el asfalto de la jungla por el de las estrellas sobre el Hudson, aquella serpiente negra que llegaba cada noche y que abrazaba Manhattan con abrazo cruel.

Abajo, la vida y segura, y Nueva York, palpitaban como siempre, ajenas a todos los dramas de los áticos más exclusivos y grandes de la zona de más grande exclusividad de la ciudad.

Podrían haber ido mal tantas cosas, y precisamente la que más le dolía a Noemí era la que había acabado por estallar... Podrían haberse perdido los negocios, en VOGUE podrían cambiar de opinión y decidir apostar por una top que llevase mucho tiempo en el negocio, Diana podría incluso decidir que se había aburrido de las pasarelas y que quería pasarse a otra cosa, como el vestir a las demás en vez de dejar que las demás la vistieran a ella.

Pero nunca, jamás, pensó que podría ocurrir algo que hiciera apetecible la idea de mandarla al otro extremo del mundo, desterrarla hasta que lo peor de su ser se quedase anclado en la capital del Viejo Mundo.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora