Capítulo 19: Una sonrisa muy blanca, unas piernas muy largas.

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Me apetecía morirme. Lenta y dolorosamente; así, tal vez, y sólo tal vez, Megan sintiera algo por lo que me estaba haciendo.

Habían pasado ya dos meses desde que me dejara, pero seguía siendo duro verla por los pasillos y no poder acercarme a ella, besarla, o siquiera tocarla, pasar los dedos por el dorso de su mano y sentir cómo sonreía con el contacto de nuestra piel.

Echaba de menos nuestro contacto visual.

A cambio, ella me obsequiaba con intercambios de saliva con otros tíos a cuyo espectáculo estaba obligado a asistir, con asiento privilegiado, y sin poder hacer otra cosa que retorcer la bolsa de Doritos que tenía en las manos, emitiendo un sonido chirriante nada agradable. Scott levantó la cabeza de su sándwich y se me quedó mirando, preguntándose si debía intervenir.

-No tienes por qué torturarte tanto, tío.

-Díselo a Jesucristo. Él no tenía que morir en la cruz por nosotros.

Mi amigo sonrió y puso los ojos en blanco. La mera mención del profeta de los cristianos era suficiente como para hacerle callar: sabía que no soportaba sus peroratas sobre Mahoma. Scott parecía sentir la necesidad de predicar su religión y las verdades que arrojaba al mundo como un rayo de sol cae sobre el bosque tropical, aprovechando un hueco entre las ramas de los árboles, a cambio de poder comer cerdo.

Lo que daría yo por tener los mismos problemas que algunas de sus hermanas, condenadas a darle la vuelta a cada cosa que tomaban del supermercado buscando algún resto de aquel animal en los ingredientes. Prefería mil veces leer la cantidad de glucosa que tenía cada comida que me llevaba a la boca antes que tener que asistir a aquello.

-Es una zorra, Tommy-intervino Alec, otro del grupo. Me lo quedé mirando, y él alzó las manos con expresión derrotada-. Cuanto antes empieces a demonizarla, antes podremos pasar página todos.

Scott apretó la mandíbula, y no dijo nada. Yo sólo alcé las cejas, notando cómo la rabia bullía en mi interior, burbujeando cual lava en un cráter volcánico, preparándose para salir disparada con la furia de las entrañas del planeta desatada al fin.

No quería demonizarla, pero tampoco quería quererla como lo hacía.

-Me piro a casa-fue lo único que pude decir. Los demás asintieron, y con una elevación de mandíbula en señal de reconocimiento, me despidieron. Scott apartó la mirada de su sándwich de nuevo, pero yo hice un gesto con la cabeza. No necesitaba que me siguiera.

Tres son multitud, y estaba claro que mi patetismo y yo íbamos a estar juntos bastante tiempo.

Después de ir a por la mochila y vaciar la taquilla en aquel asqueroso lunes, y después de arrastrarme hasta el baño para comprobar que no tenía cara de estar drogado, pero sí una expresión lo suficientemente mala como para que me dejaran saltarme las clases, me encaminé hacia el hall del colegio, con la mala suerte de que mi padre estaba allí, acompañado de Marge, su colega de departamento, esperando por unas fotocopias.

Alzó una ceja, apoyado en la ventana de la sala de los conserjes, al verme llegar.

-¿Adónde vas? ¿No tienes clase?

-Me encuentro mal.

Sus ojos se estrecharon un poco.

-¿Qué te pasa?

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora