IV. Así es como se hace historia.

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Decenas de guardias custodiaban Solaris, vigilando con lanzas y escudos lo que pudiera moverse en la noche. La negrura era abrumante, impidiendo ver siquiera los adoquines de las calles que los hombres de la emperatriz pisaban. Y mientras tanto, Zinnia miraba con frialdad el mapa de Solaris, visualizando dónde había puesto los refuerzos sobre el papel. Tenía la capital llena de guardias, y ello sin contar con el ejército que reposaba en palacio y en el Cuartel de las Alas Blancas. Su despliegue militar en puntos estratégicos estaba altamente supervisado, tanto por ella como por sus oficiales. Contaba con un buen número de Segadores Oscuros, minotauros, eclyps y Criaturas de la Noche como los lurpekos, también conocidos como Seres de las Cuevas, monstruos subterráneos sin pelo u ojos, con los brazos el doble de largos que el cuerpo y que doblaban en tamaño a un humano normal, e incluso algún que otro Elfo Oscuro (que a diferencia del resto eran de piel grisácea y cabellos blancos) se había unido a sus filas, aunque en lo general, no eran de intervenir en guerras que no fueran las suyas.

De pronto, empezó a escuchar a fuera del palacio ruidos de espadas y hombres gritando de emoción como auténticos borregos.

Zinnia no tuvo que cavilar mucho para llegar a la conclusión de que sus hombres se habían enzarzado en una estúpida pelea de la que desconocía el motivo, y que otros tantos los animan a proseguir con su disputa.

Masajeándose el cuello por el cansancio, se levantó del trono dejando el mapa sobre este, dirigiéndose hacia fuera de la sala, recorriendo los pasillos hasta llegar a la salida del palacio que daba a las murallas, viendo cómo sus hombres se callaban y ponían firmes con tan solo verla, iluminando su camino con antorchas. Zinnia ni los miró a la cara. De todos modos, lo único que sabía de ellos era que estaban a sus órdenes. Poco le importaban aquellos desconocidos. Si morían, había más dispuestos a sustituirlos para así poder dar su vida por ella.

Cuando Bozgol Strommag, el nuevo Comandante de la Guardia de las Sombras la vio, apartó sus ojos azul metálico de aquellos dos que peleaban para adoptar una postura rígida, haciéndole un saludo militar a su emperatriz.

—¿Se puede saber qué estáis haciendo, zoquetes? —preguntó, inclinándose un poco hacia delante para ver mejor la pelea, haciendo una mueca de asco—. ¿Ya no sabes ni controlar a tus hombres, Strommag?

Bozgol tragó saliva.

—Ha sido algo espontáneo, Majestad Imperial. Mis hombres solo estaban entreteniéndose un poco tras todas estas semanas de riguroso protocolo.

—Dudo mucho en haber obrado bien al haberte puesto a ti como Comandante de la Guardia de las Sombras ahora que Donna ya no está, pero tú eras su segundo al mando y el Capitán, así que me toca aguantarme con la pandilla de incompetentes que tengo —dijo con expresión severa, mirándole a él y luego al resto de guardias, que agacharon la cabeza—. Asegúrate de que esto no vuelva a suceder.

Entrecerrando los ojos, Zinnia volvió a dirigir su mirada grisácea hacia los dos hombres, que aún no se habían percatado de su presencia. Creando una esfera de oscuridad en cada mano, las lanzó contra aquellos dos, atravesándoles el pecho de tal modo que les formó un agujero a cada uno, arrancándoles el corazón.

—¡Esto ha sido una advertencia! —le gritó al resto de guardias—. ¡El próximo que se distraiga no tendrá tanta suerte como esos dos! ¡Al próximo le haré un Águila de Sangre con mis propias manos!

Tras oír aquello, todos los guardias contuvieron la respiración durante unos segundos, asustados, asintiendo sin decir nada en señal de sumisión. A ninguno les apetecía que les abrieran la espalda, separaran las costillas y pusieran los pulmones sobre los hombros.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Where stories live. Discover now