XVII. Un mar de penas.

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Descanso de Salomón había amanecido con aspecto apagado y triste. Nadie caminaba por las calles ahora ocupadas única y exclusivamente por los guardias de la Emperatriz Oscura que custodiaban por turnos la ciudad. Todo daba lástima se mirase por donde se mirase. Tanto, que incluso Zinnia se encontraba cabizbaja, observando la penosa escena de la capital por uno de los ventanales de la Sala del Trono.

Desde el momento que fue desterrada por su hermana había deseado conquistar y hacer que su nombre fuera recordado y respetado por todos mientras observaba con satisfacción el resultado de sus conquistas. Sin embargo, aquella visión no hacía otra cosa que ponerla de mal humor, así que se apartó del ventanal para sentarse en el Trono de los Elementos al tiempo que chasqueaba los dedos. De inmediato, uno de los sirvientes que allí había rellenó una copa con vino, para después ofrecérsela a la mujer.

—¿Qué clase de vino es este? —preguntó, acercándose la copa a la nariz para oler el aroma que desprendía el líquido rojizo.

—Es el mejor vino que se cultiva en estas tierras, mi señora. Viene directamente de los viñedos de la Casa Glennemerald de Campoverde —respondió el sirviente.

—No quiero nada que venga de estas amargadas tierras —dijo Zinnia, levantándose para derramar el vino sobre el pobre sirviente, que tuvo que aguantar la humillación sin decir nada—. Odio estas tierras. Son tristes y aburridas... Y odio a los Glennemerald, son unos Rebeldes desalmados. Me costó dos años el hacerme con el Palacio de los Corceles.

—Lo entiendo, su Majestad Imperial... —masculló el sirviente, inclinando la cabeza ante la mujer.

—Bien... Ahora ve a cambiarte y tómate el día libre, no me apetece verte por hoy. Tú —dijo llamándole la atención a otra sirvienta que se encontraba en la sala—, limpia este estropicio.

El sirviente se marchó empapado de vino, y soltando un pesado suspiro, la Emperatriz Oscura tiró la copa al suelo, haciendo que esta se rompiera en mil pedazos antes de volver a sentarse.

—Quizás sea el momento de conquistar nuevas tierras... —murmuró Zinnia, observando cómo la sirvienta se agachaba a sus pies para recoger los cristales rotos de la copa que había tirado—. Cuando termines de limpiar eso quiero que hagas llamar a Travis —ordenó, acercándose a la mesita al lado del Trono de los Elementos, de donde cogió un pequeño frasco que contenía un líquido gris efervescente—. Hay un mensaje que quiero que envíes a Tello...

* * *

Travis surcó el cielo a gran velocidad. Voló lo más rápido que sus alas le permitieron, tomándose pequeños descansos en las fuertes ramas de algún árbol que hubiera por el camino.

La orden que le había dado su emperatriz era clara: debía entregar la carta que llevaba en el pico a Tello. Él y la Flota Negra atacarían al anochecer. Según su emperatriz, Saga había asegurado que si atacaban por sorpresa tendrían más posibilidades de vencer al pillar a los aldeanos de Aqua desprevenidos y sin tiempo de reacción, pero si se les ocurría siquiera dejarse ver por los vigías antes de lo previsto, fallarían en el intento de invadir la Nación del Agua y con lo cual, de capturar a la Alpha. Por lo que su misión consistía, aparte de en entregar el mensaje, en asesinar a los guardias. Aquella no le era una tarea extraña. Ya había matado a unos cuantos guardias bajo las órdenes de Zinnia. A demás, su ventaja era la de ser un cambiante, podría acercarse cuanto quisiera y nadie sospecharía de él.

Tras volar durante largo rato, Travis acabó por llegar al Puerto de Fellsskogar, donde la flota de barcos de Tello aguardaba en el muelle. Ahora solo le quedaba encontrar el barco en el que se encontraba el almirante.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora