VI. Llegó el día de partir.

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La noche anterior Artemisia no pudo pegar ojo pensando en lo que le esperaba al anochecer. Todavía no se podía creer que los cinco días que le dejó Nilsa para despedirse de su familia y amigos se hubieran terminado tan pronto. El tiempo pasaba demasiado rápido para su gusto. Aquellos cinco días fueron efímeros.

Con ojeras de no haber dormido, se levantó de la cama y casi sin abrir los ojos, se fue al cuarto de baño para darse una ducha.

Cuando fue a abrir el grifo para que saliera el agua no se dio ni cuenta de que estaba puesto en la zona del agua fría, así que un chorro helado cayó encima suya, haciéndola pegar un grito desgarrador. Se retiró con brusquedad de debajo del grifo, abrazándose a sí misma para ver si así conseguía entrar un poco en calor de una manera muy inútil, y esquivando el agua fría que seguía saliendo como si fuera una cascada, reguló la temperatura.

Si empezaba así el día, la cosa no podía ir bien.

Después de salir de la ducha y de envolverse en una toalla para regresar a su habitación y vestirse, bajó al comedor. Pero no había nadie. Le extrañó un poco, ya que siempre era la última en levantarse y ya solía ver a todos despiertos. Incluso Thomas se despertaba antes que ella.

Pero aquel día era distinto. La casa estaba silenciosa y desierta.

Artemisia miró el reloj de la pared en busca de la hora; las siete y cuarto de la mañana... Aquello debía ser una broma. El no dormir se la había jugado, haciéndola creer que ya era por la tarde.

Con sigilo, volvió a subir las escaleras y se asomó al cuarto de sus padres. Estaban durmiendo, y ni se habían dado cuenta de que antes había gritado.

—Genial... —murmuró—. Esto demuestra que a quien madruga Dios no le ayuda.

En aquel momento solo tenía dos opciones: irse a dormir otra vez o quedarse viendo la tele.

Escogió la segunda. Ya estaba completamente despierta y no tenía ganas de volver a meterse en la cama.

Cuando encendió la tele de la salita lo primero que salió fue el programa de las mañanas, uno de cocina en el que el presentador se dedicaba a preparar platos sencillos con ingredientes de otros países. A Artemisia le parecía de lo más aburrido, en especial porque en el tema culinario nunca había sido una gran maestra como lo era su madre. Ella más bien era torpe en la cocina y había el peligro de que se incendiara la casa si encendía los fogones. Su hermano, a diferencia de ella, era mucho más hábil con la cocina, y eso que se llevaban bastantes años de diferencia.

Suspiró con cansancio, tumbándose en el sofá. Entonces, vio cómo en la pequeña mesita frente a ella se encontraba la tableta, así que se volvió a levantar para cogerla con la intención de entretenerse un rato con el juego de los elementos de Thomas.

Tras un par de horas jugando casi sin descanso, la voz de su madre la sorprendió:

—¿Qué haces levantada tan temprano? —preguntó.

Artemisia levantó la cabeza para mirarla.

—Es que no podía dormir.

—¿No te habrás tirado toda la noche jugando a eso verdad? Al final te quedarás ciega, como le pasará a tu hermano.

—Qué va —contestó Artemisia, volviendo a centrarse en el juego—. Hace poco que me he puesto a jugar.

—Más te vale, no creo que sea recomendable ir al Mundo Mágico estando medio ciega.

—Qué exagerada, mamá.

La señora Carlsen se fue a la cocina a prepararse un café.

A la hora y media, Artemisia vio cómo su padre y Thomas aparecían aún con cara de cansancio. Habían dormido más que ella y parecían dos almas en pena que no habían podido dormir en toda la noche. Es decir, como ella, pero con la única diferencia de que Artemisia no tenía tan mal aspecto.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora