III. Tierra y Cielo.

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Los marineros cantaban tranquilas canciones en Ignideno, con una sonoridad y ritmo propio de lo que era, o al menos se parecía bastante, al árabe del Mundo Humano que habían oído los chicos. Eso les hizo pensar que, al fin y al cabo, tanto Mundo Humano como Mundo Mágico se parecían en más de una cosa, como lo eran las similitudes culturales e históricas. No todo era tan extraño y adverso como les pareció en un principio. Tras cuatro meses y poco más de travesía por aquellas tierras de fantasía, ya se habían adaptado a casi cualquier cosa que les surgiera por el camino. Incluso Lukas había aprendido a controlar sus mareos y náuseas a bordo de un barco y se animaba a cantar e incluso a tomar el timón bajo la atenta supervisión de Sadik y Dingiswayo, que le daba claras instrucciones de lo que debía hacer. Por otro lado, Emma y Kristian se entretenían viendo a Lukas tan alegre. Su felicidad era pegadiza. Siempre lo había sido. No tardaron mucho tiempo en unirse a los músicos. Emma cantando y Kristian con un tambor.

Aunque no todo era música y diversión. Al parecer, y más absorta en sus pensamientos, disimulando que dibujaba algo en un nuevo cuaderno que le proporcionó Einar, Artemisia yacía recostada en el lomo de Canelo, que la cubría con una de sus alas y de vez en cuando le dedicaba algún arrumaco para intentar distraerla sin éxito, pues no podía dejar de darle vueltas a las palabras que la anciana de las trenzas le dijo hacía ya una semana atrás en Brena. Una semana en la que Jade, como se había hecho habitual, no había salido de su camarote para nada. Si las palabras de aquella mujer eran ciertas y no hacía algo pronto, lo más seguro sería que la perdiera para siempre, y no estaba dispuesta a que eso sucediera.

Viéndola así, Nilsa, que planificaba su viaje a la capital de la República del Aire junto a Einar, le dejó al cambiante el mapa y se dirigió hacia su protegida, agachándose frente a ella. Odiaba verla así.

—¿Qué te pasa? —preguntó.

Artemisia alzó la vista del papel en blanco para mirar a la valquiria.

—¿Qué haces tú cuando no sabes qué hacer? —preguntó Artemisia—. Es decir, cuando sabes qué debes hacer, pero no sabes cómo.

—Medito mis actos y no me dejo llevar por impulsos.

—Es decir, que escuchas más a tu cabeza que a tu corazón...

—Por decirlo de algún modo, sí... Oye, ¿pero a qué vienen esas preguntas?

—Nada, cosas mías...

—¿Me lo quieres contar?

—De momento no. Es algo personal.

—Bueno, pero al menos no hagas como tu padre —dijo de pronto Nilsa, sabiendo que cualquier relato sobre sus padres despertaría su interés.

—¿Qué pasa con mi padre?

—Que era un gran hombre, pero las decisiones sencillas, como la ropa que debía vestir en reuniones o la comida que se debía servir para los invitados a las fiestas... Bueno, no las pensaba. Lo que salía salía y era lo que el destino decidiera.

—Es decir, que no sabía tomar decisiones.

—No, al contrario. En ejecutar ciertas estrategias y asuntos reales era formidable, pero en lo que se refería a cosas sencillas era un desastre. Aunque eso cambió cuando tu madre puso orden. Mi temor es que llevando su sangre tú tengas esa mala costumbre. Dime, ¿la decisión que debes tomar es importante o no?

—De vital importancia —respondió Artemisia, torciendo una sonrisa.

—Entonces lo tienes solucionado. Con la destreza de tu padre y el ingenio de tu madre seguro que sales de esta. Sea lo que sea.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Where stories live. Discover now