XV. Fuego Verde.

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Eran apenas las primeras horas de la mañana, y nadie tenía muchas ganas de nada aquel día. No después de todo lo sucedido. La única persona activa había sido Jade, que con tan solo notar los primeros rayos de sol sobre la tierra, se puso a entrenar junto a Indra, o más bien, a pelear, y todo ello bajo los atentos ojos oscuros que se veían bajo la máscara plateada de Nabîl.

Jade esquivaba los golpes con una agilidad sorprendente, a la vez que lanzaba llamaradas con la palma de sus manos o daba patadas circulares, creando llamas que Indra trataba de evitar con cierta dificultad.

La prueba a la que se sometería Jade se resumía a un combate contra un Maestro del Fuego experimentado. Debía probar que era capaz de ganar un combate usando únicamente técnicas de fuego, y debidamente. Sin armas, patadas o puñetazos. Solo así obtendría el título, pero si era derrotada, tendría que volver a examinarse al cabo de un año, tiempo que no se podía permitir perder. Debía ganar a cualquier coste.

Su mente estaba despejada, demasiado concentrada en lo que hacía para cometer un solo error.

Nâbil la examinaba con detenimiento; en apenas una semana había aprendido todo lo que le era necesario para examinarse y salir victoriosa. Su respiración, sus movimientos, la posición de sus manos en cada instante, la intensidad de las llamas que creaba... Todo era perfecto.

Lo único que se oía en el patio de armas eran las voces de Jade e Indra haciendo esfuerzos y el ruido que formaban sus incansables llamaradas. Sin embargo, Nâbil optó por detener el enfrentamiento.

—Jade —dijo Nâbil—. Puedes parar ya... Indra, tú también. Puedes darte un descanso, tienes el mediodía libre.

—Gracias, Alteza Real —respondió la sejmerun antes de retirarse.

Jade la vio marchar, respirando de forma agitada. Entonces, y sin avisar, Nâbil le lanzó una toalla que logró parar antes de que impactara contra su cara.

—Muy gracioso... —murmuró, limpiándose el sudor con la toalla.

—No intentaba ser gracioso.

—Lo sé. La familia ahora no está para chanzas...

—Qâsim era el único con el que podía hablar de cualquier asunto sin que me juzgara o hiciera preguntas inconvenientes —explicó Nâbil—. Era la mejor persona del mundo. Era ético, noble, inteligente... Tardaremos en encontrar a una persona tan buena como él.

—Todos le echamos de menos —asintió Jade, apoyando una mano en su hombro.

Soltando un pequeño suspiro, Nâbil se quitó la capucha, y también las vendas que llevaba para que le sujetaran la máscara y así poder retirársela, mostrando su rostro. Su cara era fina, con la piel ligeramente bronceada, más por genética que por el hecho de que le diera el sol. Su pelo era largo, recogido en una coleta de color azabache, brillante y ondulada. Su mentón tenía una pequeña perilla, y sus labios eran finos, curvados en una mueca triste. Su nariz era recta y puntiaguda, como la de su madre, y sus ojos eran oscuros, casi negros, como lo eran los de su padre.

Tras tirar la máscara que creó un estridente ruido metálico Nâbil se dejó caer al suelo, recostando su espalda contra una columna, fuera del alcance del sol.

Jade se lo quedó mirando durante un rato, sorprendida. Hacía años que no veía su rostro. La última y primera vez que se lo vio fue con doce años. Había cambiado mucho desde entonces. Sin embargo, él seguía siendo el chico bondadoso y sentimental que había sido siempre, y ella seguía siendo la misma chica fría que continuaba sin saber qué hacer en aquellas situaciones.

Optó por acercarse a él, poniéndose de cuclillas.

—Nâbil... —le llamó. El príncipe, con una mano sobre el rostro para que no le viera llorar, entreabrió un poco los dedos sobre sus ojos para mirarla—. Tienes que ser fuerte... Eres el mayor de la familia. Eres un ejemplo a seguir para tus hermanos y el respaldo para tus padres. En cierto modo, eres el pilar principal de nuestra familia... El heredero al Trono de las Llamas, en un futuro tú te tendrás que hacer cargo del apellido Sayyid.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ