XIII. La Última Resistencia de la Luz.

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Tener que caminar sin ser vistos en unas tierras infestadas de soldados por todas partes era probablemente la cosa más difícil que ninguno de los tres había hecho. Evitaban cualquier pueblo o ciudad, siempre dando grandes rodeos por las montañas, tratando de no ser vistos por ninguno de los hombres de la Emperatriz Oscura, ni tampoco de los ciudadanos.

El hecho de haber «secuestrado» al hijo de la Emperatriz Oscura no significaba otra cosa que la pena de muerte. Tanto la cabeza de Lucius como la de Saga ahora valían miles de monedas de oro para quienes consiguieran abatirles y traer de vuelta a Eiji. La gente, tras enterarse de la noticia, no tardó ni un solo segundo en echarse a las calles y a los montes en masas con tal de encontrarles, por lo que cualquier rastro que dejaran podría significar su muerte.

Cansados, y con miles de estrellas sobre sus cabezas, decidieron tomarse un pequeño descanso y dormir un poco hasta que volviera a salir el sol.

—Ya hago yo la primera ronda —dijo Lucius, encendiendo una pequeña hoguera—. Será mejor que vosotros os echéis la primera cabezada.

Eiji bostezó asintiendo con la cabeza y con gesto agotado se tumbó en el suelo, colocándose en posición fetal.

Saga siguió su ejemplo, tumbándose a su lado.

Allí, en la oscuridad de la noche y con la única luz del fuego, Lucius se quedó sentado cerca de los otros dos, contemplando la inmensidad de la noche y cómo Eiji había caído rendido en apenas unos segundos. Aún le costaba creer que aquel pequeño les hubiera ayudado, y más aún que hubiera decidido acompañarlos.

Sonrió de lado, alzando la cabeza para mirar las estrellas.

Quizás la idea de cómo eran los oscuros había cambiado un poco gracias al pequeño príncipe, y en realidad, no todos eran crueles y despiadados. Tenía que haber oscuros que fuesen buenos. Al igual que lumínicos que fuesen malos. De verdad quería creerlo.

—Artemisia ... donde quiera que estés —murmuró, sin apartar sus ojos del firmamento—, ojalá nos volvamos a ver pronto... Sé que cuando te enviaron al Mundo Humano no eras más que un bebé, y doy por hecho que no te acuerdes de mí, pero yo de ti sí... Tengo ganas de abrazarte otra vez —suspiró con una sonrisa, mirando a Eiji—. Y seguro que este pequeño también...

* * *

Todas las ciudades se habían empapelado con carteles que mostraban el rostro del Príncipe de la Luz y el Oráculo de los Distrang. La gente seguía movilizándose hasta por los rincones más recónditos en busca de aquellos dos secuestradores. Incluso Zinnia había salido con alguna batida de sus guardias, con la esperanza de poder encontrar alguna pista que le devolviera a su hijo.

Zinnia había buscado por toda la capital y en algunos pueblos de los alrededores a caballo. Había ordenado a que se registraran todas las casas, palacios, castillos y bastiones, pero daba la sensación de que se habían esfumado. No había ni rastro de ellos. Incluso había sobrevolado junto a Katsuro otras ciudades. Siempre con el mismo resultado nulo de la última vez.

Sin fuerzas y a la espera de que alguien le trajera noticias sobre la búsqueda, Zinnia se tumbó en la cama con la mirada perdida hacia una de las paredes. Hacía días que no dormía, y por lo visto tampoco la acompañaba el hambre. Si continuaba así caería enferma.

De pronto oyó cómo alguien llamaba a la puerta de su habitación, pero ni siquiera se molestó en levantarse para abrir.

—Adelante... —dijo con desgana.

Ante el consentimiento de su emperatriz, Donna abrió la puerta despacio, sujetando con una mano una bandeja con un plato de comida que había mandado a preparar a los cocineros.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt