II. El Sultanato del Fuego.

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Hacía apenas unas horas que el grupo había salido de Henstone para dirigirse hacia las tierras ardientes del Sultanato del Fuego, bastos de provisiones e incluso de un navío más grande. Se habían despedido de todo el mundo con cariñosos abrazos, en especial con Konal, quien desde la orilla les despidió y deseó un buen viaje, asegurándole a Artemisia que empezaría a idear batallas para cuando llegase la hora de plantarle cara a la Emperatriz Oscura.

Era duro separarse de aquel hombre que en tan poco tiempo les había enseñado tantas cosas, pero como la vida misma, su viaje no podía demorarse ni un día más, por lo que, con los primeros rayos del sol, el grupo zarpó en dirección al Sultanato del Fuego, un lugar completamente distinto a lo que ya se habían acostumbrado a ver.

Dado que usaban un drakkar, Lukas se encontraba con la cabeza asomada a la borda, por si se mareaba más de la cuenta y acababa vomitando. Al menos era considerado con el resto no queriendo ensuciar la cubierta, porque de haberlo hecho, Einar le hubiera obligado limpiar el estropicio con la lengua, claro estaba, si Nilsa se lo permitía. Sin embargo, Emma, viendo cómo se encontraba Lukas, decidió acercarse a él.

—Tranquilo, piensa en cosas agradables... —le aconsejó, frotándole la espalda.

—¡Eso! —dijo Kristian, riendo con malicia—. Tú piensa en unos huevos revueltos con panceta.

—¡No! ¡Que piense en leche podrida! —añadió Einar.

Y sin poder aguantarse más, Lukas acabó vomitando lo poco que había comido la noche anterior.

—Sois unos malos amigos —dijo Emma, ceñuda—. ¿Lukas estás bien?

El chico se limitó a alzar el pulgar en respuesta mientras que con la mirada fija en el mar escuchaba de fondo las risas de los otros dos. Risas que se callaron cuando sintieron las collejas de Nilsa sobre sus nucas, y que fueron sustituidas por la de Artemisia.

—Debería daros vergüenza —les regañó Nilsa—. En especial a ti, Einar. Meterte con un crío... Me decepcionas.

Kristian y Einar agacharon la cabeza.

—Bueno, al menos Lukas ha dado de comer a los peces... —murmuró Jade.

—Eso no tiene gracia... —respondió Artemisia.

—¿De verdad? —preguntó retórica, apoyándose con los antebrazos en un costado del barco—. No comparto tu misma opinión.

Artemisia la miró alzando ambas cejas, yendo a su lado.

—Por cierto, ¿qué relación tienes con el Sultanato del Fuego?

Jade guardó silencio durante unos minutos, con la mirada perdida en el vasto océano que les rodeaba.

—Digamos que parte de mi pertenece a ese lugar... —respondió sin más, esbozando una sonrisa un tanto melancólica—. ¿Y por qué tanto interés?

—Es que desde que salimos de Henstone estás rara. Hay una mezcla de nerviosismo y alegría en tu mirada... —recalcó Artemisia, fijando sus ojos azules en los verdes de la otra—. Los ojos te brillan más que de costumbre. Es como si estuvieras... contenta.

Jade frunció el ceño, dando un paso hacia atrás, incomodada por la inspección que le estaba haciendo.

—Te lo estarás imaginando. Mi mirada sigue igual que siempre.

—Si tú lo dices —murmuró Artemisia, encogiéndose de hombros, aún intrigada por el comportamiento de la otra.

* * *

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Where stories live. Discover now