XIV. Algo oculto.

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La capital de la República del Aire era la ciudad más grande que habían visto hasta el momento. Era incluso más grande que las grandes ciudades del Sultanato del Fuego. Caeli estaba rodeada de campos de arroz, con campesinos que llevaban sombreros de paja trabajándolos. Las casas, amplias, de estilo oriental, eran de madera y estaban pintadas de blanco con el tejado de tejas de pizarra negra, con puertas correderas de tela, muy frágiles a simple vista. Estaban la una al lado de otra, formando calles rectas de tierra arenosa. A medida que se avanzaba, las casas empezaban a hacerse más grandes, demostrando un poder adquisitivo más alto. Eran de dos pisos, de mejores materiales. Rodeando la ciudad había torres de seis pisos que los guardias utilizaban para vigilar las entradas, dando aviso si veían algo extraño. Y coronando la capital, una gigantesca ciudadela de muros blancos en lo alto de una colina, custodiando con su imponente figura a sus súbditos.

Los chicos se quedaron mirando aquella imagen con los ojos iluminados, a las puertas de la ciudad.

—Bueno, bienvenidos a Caeli —dijo Nilsa, para después mirar a Artemisia—, la ciudad donde creció tu madre.

Al escuchar aquello, Artemisia prestó más atención a lo que tenía a su alrededor. Quizás las calles que ella iba a pisar las habría pisado su madre, y sonrió pensando en ello. Quizás allí podría descubrir algo de su pasado.

Viendo cómo la gente se paraba a mirarlos, Artemisia se bajó de Canelo, empezando a caminar. El resto la observó, aún sobre sus monturas.

Juntos, empezaron a avanzar por las calles hasta que de entre la gente vieron cómo se acercaba un anciano de pelo largo canoso, recogido en un pequeño tocado y con una larga barba y cejas pobladas, con los ojos oscuros y achinados, vestido con una larga túnica amarilla atada por una faja granate estampada de naranja, pantalones marrones y botas negras. Y sobre su hombro izquierdo, un halcón de color canela. Era bastante anciano, pues debería tener sus ochenta años al menos. El anciano iba sobre un caballo blanco, escoltado por dos guardias con lanzas, montados sobre un par de hipópteros, mucho más grandes e imponentes que los del grupo.

El anciano se acercó a ellos, deteniéndose frente a Artemisia, mirándola con detenimiento, con expresión serena.

Sin embargo, tanto Artemisia como el resto de los jóvenes solo pudieron prestarles atención a los guardias; dos Tengu, unos seres humanoides de piel roja, nariz extremadamente larga, pelo blanco y alas negras de cuervo. Los Tengu formaban la terrible Guardia del Huracán, encargada de proteger a los regentes de la República del Aire, y en antaño, a los Reyes del Aire.

Casi llorando de la emoción, Lukas le susurró a Kristian:

—Estamos dentro de un anime.

Kristian se llevó una mano a la cara, negando con la cabeza.

—¿Artemisia Diamandis? —preguntó el anciano.

Artemisia asintió con la cabeza.

—¿Cómo ha sabido de nuestra llegada? —Fue lo único que se le ocurrió preguntar.

—Ha sido gracias a Can, él ha dado el aviso. Desde conocer de vuestra estancia en el Reino de los Elfos de Tierra y sabiendo que os dirigiríais hacia aquí, mandé a Can a sobrevolar la capital en busca de un grupo en el que estuviera la Reina Tierra, Nilsa Escudo de Sol y una chica de unos dieciocho años. —Sonrió, acariciándole la cabeza al halcón—. Bienvenida seáis, Excelencia. Es un honor teneros entre nosotros —aseguró, inclinando su cabeza ante ella, para después mirar al resto, acercándose, pero no demasiado—. Al igual que es un honor teneros en estas tierras, Majestad. —Jade asintió con la cabeza en señal de saludo—. Escudo de Sol, una alegría volveros a ver.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Where stories live. Discover now