II. La Cala de Dag el Gorrión.

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Había tardado cuatro semanas en llegar al Reino de la Tierra. Estaba exhausto y harto de tanto viajar. Se prometía una y otra vez, que cuando todo terminara y tuviera la cabeza de la Alpha colgada de una pared, no volvería a recorrer mundo en un par de años.

Había robado un pequeño velero, tal y como le había aconsejado Travis. No fue muy difícil, solo tuvo que matar a un par de marineros para hacerse con la embarcación​, algunas provisiones y empezar a cruzar el Océano de Simbad. Aunque muy a su pesar, y por culpa de no haber tomado precauciones, ahora tanto él como su hermano estaban en busca y captura para cualquier oscuro o cazarrecompensas. En realidad, ya no estaban seguros en ningún lado.

Cuando por fin llegó a tierra firme y acordando la pequeña Cala de Dag el Gorrión –llamada así en honor a un legendario héroe que se comunicaba con las aves– como punto de reunión para encontrarse con Travis, Percival desembarcó dejando el velero en la orilla, cogiendo las escasas pertenencias que había traído consigo.

Allí, en la cala, tuvo que esperar veinte largos minutos bajo el cielo estrellado, temiendo que a Travis le hubiera ocurrido alguna desgracia. Su mirada se desplazaba desde las alturas del cielo a la espesura del bosque que empezaba al acabar la cala. A cada minuto que pasaba sus nervios iban creciendo, aunque cuando vio aparecer a un cuervo de alas negras que sobrevolaba su cabeza, todos sus temores se aliviaron, y más cuando Travis volvió a su forma humana.

Con un suspiro de alivio, Percival abrazó a su hermano pequeño, apretándolo contra él. Travis le devolvió el gesto.

—Ya pensaba que no ibas a aparecer...

—¿Y dejarte solo? —preguntó, riendo—. Pero si eres un desastre.

Percival deshizo el abrazo, esbozando una sonrisa.

—Bueno... ¿Y ahora qué? Estamos en busca y captura.

—Lo sé, pero había estado pensando... —murmuró Travis, con tono misterioso, pausando sus palabras para hacerse de rogar—. ¿Y si huimos?

—¿A dónde quieres huir? —preguntó Percival—. Más de la mitad del Reino de la Tierra está bajo los dominios del imperio, el Reino de la Oscuridad ya ni pensarlo, tampoco el Reino de la Luz, en el Sultanato del Fuego con la que hay liada y lo que tienen en el norte tampoco, en la Nación del Agua va a ser que no, en la República del Aire una de las islas está ocupada por la oscuridad, aunque seremos derrotados en breves. Los aéreos nos ganan en ingenio y material de batalla. Están más avanzados...

—Pues sí que tenemos territorio ganado...

—La culpa es de Donna y mía. También del gilipollas de Tello, aunque ese desgraciado se encargaba más bien de los ataques por mar.

Percival recordó entonces la cantidad de batallas libradas para hacerse con todos los territorios que ahora tenía bajo su dominio el Imperio de la Oscuridad, la cantidad de gente que había muerto y la cantidad de heridas que se había hecho, pues tenía la mayor parte de su cuerpo cubierto por cicatrices que bien lo demostraban.

Junto a Donna, había peleado hasta el agotamiento. No fueron pocas las veces en las que quiso retirarse, pero sabía que no podía y que la Emperatriz Oscura la podría tomar con su hermano, lo único que realmente le quedaba, pues ni madre ni padre tenía ya.

Nunca había sido muy partidario de luchar, pero Percival tampoco había tenido nunca otra opción que no fuera la de usar la espada contra gente que no conocía. No era más que un peón que había estado durante muchos años bajo las órdenes de una emperatriz que jamás le había tenido en cuenta su opinión.

Viéndole embelesado en sus propios pensamientos, Travis habló para llamar su atención:

—Creo que nuestra mejor opción es la República del Aire.

—¿Eh? Sí, sí. Claro que sí. —Percival movió una mano, queriendo restarle importancia al asunto y así fingir que no se había distraído de la conversación—. Cierto, aunque tenemos un mes y unas pocas semanas de viaje para llegar...

—No si usas el spectrum y yo voy volando. Acortaríamos el viaje deshaciéndonos de esas pocas semanas.

—Yo puedo recorrer mil kilómetros con el spectrum. Puedo cruzar mares, pero no océanos. De este reino a la República del Aire hay tres mil quinientos kilómetros de océano —le recordó Percival.

—Lo sé, el Océano de las Perlas.

—Para cruzar sus primeros dos mil quinientos kilómetros tendremos que coger un barquito... Aunque aun así tú irías demasiado lento volando... Tú tardarías un mes y medio, seguro.

—¿Un mes y medio? —repitió Travis, fingiendo haberse ofendido—. Estás hablando con el Mensajero Imperial de la Emperatriz Oscura. Trabajar para ella era una constante de ir de un lado para otro sin descanso. Soy el cuervo más rápido del Mundo Mágico, y del Mundo Humano y del Mundo Ancestral si es que los hay allí. No tengo pruebas, pero seguro que los dioses se pelean para que trabaja para ellos.

Percival no pudo evitar soltar una carcajada ante ese último comentario.

—Ten en cuenta que yo solo puedo usar el spectrum unas cinco o seis veces en un día. Seis si me pido mucho. Gasta demasiada energía y me deja agotado. Así que tendremos que ir descansado.

—¿Ves? Si al final te voy a tener que esperar yo a ti.

—Calla ya, hermanito... —se quejó Percival, sacándole el dedo anular antes de desaparecer convertido en una sombra.

Sonriendo, Travis se transformó en cuervo para alzar el vuelo y comenzar con el viaje.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Where stories live. Discover now