II. Los mayores miedos.

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La fiebre no dejaba de subirle. Cada vez le costaba más mantenerse despierta y el muñón se le había infectado. No importaba cuántos médicos, curanderos o magos hubiera llamado. Todos le daban la misma respuesta: nadie podía escapar de la muerte. Pero Zinnia se negaba a aceptarlo. No le importaba que tuviera que quedarse todas las noches en vela para poder cuidar de ella y estar a su lado. Se negaba a dejarla sola. No ahora, en aquellos momentos tan críticos.

Sentada en el borde de la cama de Donna, Zinnia se ocupaba de ir cambiando los paños fríos de su frente, en un intento inútil de que le disminuyera la fiebre.

Con pulso tembloroso, le limpió el sudor del rostro, mordiéndose el labio inferior, preocupada. ¿Qué haría ella sin Donna? Empeorar, seguro.

Fue entonces, de madrugada, con los primeros rayos de sol iluminando la habitación, que notó cómo los ojos de Donna se abrían muy despacio, inspeccionando la habitación para después recaer en su presencia.

—¿Cómo va la planificación de la batalla? —terminó por decir.

—Ahora en lo único que debes pensar es en ponerte bien, ¿entendido? —respondió Zinnia, colocándole uno de sus mechones azabache detrás de la oreja—. Porque te prometo que te vas a poner bien.

Donna esbozó una sonrisa amarga, negando con la cabeza. Le era estúpido negar lo evidente.

—Dudo que me quede mucho tiempo, la verdad... —comentó, entornando los ojos, sintiendo sus párpados cada vez más pesados y su respiración más áspera—. Pero tú aún puedes seguir, y vas a tener que hacer frente a muchas cosas...

—No, sin ti no podré continuar...

—Zinnia, me estoy muriendo... Admítelo... —le pidió, tosiendo repetidas veces—. Promete que vas a hacerte cargo de lo que has construido, no importe el qué.

—Pero... —intentó protestar, pero Donna la cortó.

—Prométemelo —insistió.

—Está bien...

Zinnia le cogió la mano, entrelazando sus dedos con los de Donna mientras asentía con la cabeza, haciendo un esfuerzo para contener las lágrimas y así poder darle un beso en los labios. No quería mostrarse débil, no cuando le acababa de prometer que sería fuerte.

Donna sonrió satisfecha, y sintiendo los labios ajenos sobre los suyos, cerró los ojos soltando un último suspiro. Su último aliento de vida.

En el momento en el que Zinnia rompió el beso con Donna y la vio inmóvil un escalofrío le recorrió la espalda. Su amada había muerto, y no podía hacer nada para solucionarlo. Ya no. Como siempre, iba demasiado tarde para todo.

—No me dejes tú también —suplicó, empezando a llorar, viendo la sonrisa pétrea en el rostro de Donna—. Quédate con mi latente corazón, pero no me dejes. Vuelve a respirar, por favor...

Impotente, Zinnia se dejó caer de rodillas, inclinándose sobre el cuerpo sin vida de Donna, llorando sin consuelo.

Ya no le quedaba nadie a su lado. Estaba completamente sola. El mayor de sus miedos la había alcanzado.

* * *

Todos los líderes y representantes de cada raza y nación se encontraban reunidos para concretar qué faceta deberían tomar cada uno de los suyos en cuanto al ataque se trataba.

Lo primero de todo era que los cambiantes aniquilasen la guardia de la capital, y una vez logrado, pasarían a poner en marcha a las tropas. Las valquirias, las sekmerun y los ángeles se encargarían de la defensa. Las valquirias y las sekmerun irían por tierra, a derecha e izquierda, y los ángeles por aire, encargados de detener cuantas flechas enemigas fueran necesarias, formando cúpulas de luz. Los diez Jinetes de Dragón se encontrarían en la retaguardia y la vanguardia, repartidos en grupos de cinco, escupiendo potentes y largas llamaradas desde sus posiciones para impedir el paso a cualquiera que se acercase más de la cuenta. Los guerreros de la Nación del Agua, dirigidos por Naja y Sakari, irían a la vanguardia, ocupados de la defensa frontal, portando escudos grandes que les cubrirían todo el cuerpo y lanzas afiladas hechas de hielo con las que se encargarían de congelar a las avanzadillas enemigas. Luego irían los hombres de a pie, usados como peones, encabezados por Konal. Seguidamente se encontraban las tropas de caballería, dirigidas por Lucius y Jade, que llegarían como refuerzos cuando la batalla se tornase más cruda. También tenían la ventaja de los habitantes de la República del Aire, con sus Globos Voladores que usarían para sobrevolar las tropas enemigas y lanzarles proyectiles. Los elfos, comandados por Nuvian, Gaelath y sus hermanos, se encontrarían en la retaguardia, encargándose de hacer llover flechas continuamente sobre los oscuros, formando así parte de la defensa.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Where stories live. Discover now