IV - La Posada del León de las Lágrimas de Oro.

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Mientras las guardias portaban orgullosas el emblema de la casa a la que servían y los caballos trotaban de una forma casi sincronizada los unos con los otros, la población se quedaba embelesada al ver al príncipe Nâbil, a la reina Jade y cómo no podía ser de otro modo, aclamaban a Artemisia con gritos alegres y joviales.

Teóricamente el hecho de que Artemisia hubiera llegado al Sultanato del Fuego debía ser un secreto, ya que aquellas guardias y Nâbil bien podían estar escoltando a otro miembro de la nobleza, pero el rumor de que la Alpha se encontraba ya en aquellas tierras había corrido como la pólvora, creando un gran revuelo en todos los rincones a donde llegaba la noticia. Y no era para menos, la Alpha había llegado para librarles de los oscuros. Pero lo curioso no era eso, sino que aparte de aclamarla a ella, hacían exactamente lo mismo con Jade, como si ella fuera una gran eminencia en el sultanato, y no solo por el hecho de ser la soberana del reino más grande, sino que había algo más profundo y sincero, un sentimiento más apegado a ella que con la Alpha del Mundo Mágico. Era algo que nadie podía negar.

Mientras Jade se dedicaba a saludar a la entusiasta población, Artemisia la observaba con curiosidad, percatándose de cómo su sonrisa se ensanchaba o de cómo sus verdes ojos brillaban casi con luz propia. Jamás, en los casi tres meses que había compartido con ella de travesía, la había visto tan feliz y entusiasmada. Era tanta su fijación en el comportamiento de Jade que apenas se dio cuenta de que el grupo se había detenido hasta que el caballo que montaba se puso sobre sus dos patas traseras para no chocar contra el de delante, a lo que Artemisia respondió agarrándose con fuerza a las riendas para no caer.

—¿Se puede saber qué narices te pasa? —preguntó Einar, intrigado—. Desde que salimos del Puerto de Nurimar que está así...

—Lo siento, es solo que estoy distraída... —respondió Artemisia, desviando la mirada hacia el cambiante.

Nilsa suspiró, negando con la cabeza.

—Está bien, no importa —dijo Nâbil, esbozando una sonrisa tras la máscara—. Por hoy ya hemos cabalgado suficiente. En un par de horas se hará de noche. A demás —acarició la crin de su corcel—, estos pequeños deben descansar.

—Sí, será lo mejor —convino Jade—. Si no recuerdo mal, la Posada del León de las Lágrimas de Oro debe de estar por aquí cerca.

—Veo que no te has olvidado —comentó Nâbil, soltando una risotada divertida a la que se sumó Jade, con algo más de discreción.

—Como para olvidarlo...

—Igualmente ya hice la reserva para pasar la noche allí.

Artemisia frunció el ceño, empezando a sentirse incómoda por aquella conversación, por lo que con algo de brusquedad, decidió interrumpirla:

—Bueno, ¿y por qué no vamos de una vez a esa posada?

Todos se la quedaron mirando, sorprendidos por el tono tan serio y duro que había utilizado.

—De acuerdo... —dijo Jade, algo extrañada—. Yo os guío —añadió, poniéndose en cabeza para empezar a avanzar, a lo que el grupo respondió siguiéndola.

La posada no quedaba muy lejos de su posición, pues en realidad estaba a un par de calles más abajo de donde se encontraban.

Al llegar, el asombro de los jóvenes no fue poco. Sus ojos estaban contemplando un auténtico palacio árabe: la entrada era un gigantesco y ancho arco de piedra, tras el que se extendía un gran patio, con una fuente en forma de león del que de sus fauces brotaba agua. También había unos establos en la parte derecha del patio para que los viajeros pudieran dejar sus monturas allí, sin tener que preocuparse de que alguien se los fuera a robar. Más adelante, en la zona izquierda, se encontraba un palacete en donde se hospedaban los clientes. La fachada del edificio era recargada, con muchos adornos y con bastantes ventanas que daban a parar al patio delantero y a la ciudad. Y tras el palacete, se podía distinguir un jardín trasero.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Where stories live. Discover now